Este silencio me aturde. Por Juan Antonio Gómez
“Nada fortifica tanto las almas como el silencio; que es como una oración íntima en que ofrecemos a Dios nuestras tristezas”
(Jacinto Benavente)
“Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”
(Georges Benjamin Clemenceau)
Nunca me ha gustado este silencio impuesto que me aturde, este silencio que me hace comprender la existencia dolorosa de la soledad.
ESTE SILENCIO ME ATURDE
Este silencio me aturde y me ignora… Me desnuda en público
y me exhibe cual vil monstruo de feria.
Este silencio que aún resuena en mi cabeza, me susurra al oído
las palabras que ya no quiero escuchar.
En represalia, deja mis palabras expuestas al aire,
desnudas… para que se las lleven lejos,
para que las oigan con eco distorsionado,
y para que no se me olvide nunca, lo que un día dije.
Y entonces, este viento rasgó mis palabras en jirones de tinta negra
que se han ido derramando por el borde izquierdo de mi corazón,
dejando mis ventrículos vacíos, secos, rasgados,
y al descubierto de cualquier depredador.
Con este viento,
mis palabras harapientas se mancharon de sangre,
intentando gritar a borbotones, mudas señales de socorro,
y para que no se precipiten cuerpo abajo,
han ido buscando una salida con desesperación.
Y es que no quiero dejar ningún cristal roto por el camino,
no quiero que nadie más se corte los pies
con los restos de mis huellas rotas, hechas añicos.
Este silencio me aturde y sacude mis pensamientos
que se han ido amontonando en esta lata de conservas de mi cabeza,
cuya fecha de caducidad no quiero volver a mirar.
Este silencio me aturde, y yo no me había dado cuenta.
Este silencio me aturde,
y no me deja respirar el aire suave de la tarde,
ni siquiera, el de mi propia botella de oxígeno
que guardo en la bodega, reserva 1966.
Este silencio que me aturde,
hizo que mirara hacia arriba, y me quedara en silencio una vez más
viendo como la arena de mí reloj se agota en mi presencia,
ya ni se esconde de mí,
sólo va manchando de negro la pared blanca que pinté para ti.
Miré hacia arriba una vez más
y vi como bajaba la sangre desde aquel frío gotero.
Se me enfriaron las manos,
se me entumecieron las manos,
se me adormecieron los pensamientos
en aquella fría sala de hospital,
donde se mezclaron mis venas
cual torrente.
Cual riada…
el tiempo se desbordó, barriéndolo todo a su paso.
Este silencio me aturde,
y el cansancio ha vuelto a mirarme a los ojos.

© Agosto-2018 JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ