El pasado sábado 7 de enero, este que les escribe celebraba su 53 cumpleaños. Un día que comenzó con la correspondiente jornada laboral, más tarde almuerzo en casa, teniendo de postre tarta con sus velas, como no acompañadas de la tradicional banda sonora; unos minutos de siesta recuperadora y horas después me esperaba un superplan en mi querida ciudad de la Laguna. Todo prácticamente preparado por mi mujer, esa compañera de vida que he tenido la suerte de encontrar y que es la mayor lotería vital que jamás me ha podido tocar.

Un plan diseñado a medias, ella proponía lugar para cenar y yo donde tomar una copa más tarde. Cena en la tasca Faracho, en la calle Santo Domingo 26. Un sitio muy acogedor, propuesta de platos exquisita, acompañados de un servicio cercano y profesional. Me sentí como aquel criticó culinario de la película Ratatouille, Antón Ego se llamaba, si recuerdan esa escena final en el restaurante enseguida supondrán las sensaciones que viví. Por favor deben de ir.

Siguiente parada la sala de conciertos y local de copas El Búho.

Resido en Guía de Isora desde hace unos años, un pueblo al que me une un vínculo emocional especial, pues tras llevar solo seis meses en la isla después de mi llegada a la zona turística del sur, fue el primer pueblo, el primer municipio que conocí a fondo. Años después de mudarme, la vida y sus vueltas me hicieron regresar a ese lugar, certificándome que no hay nada mejor que vivir en un pueblo, pero eso es otra historia.

Pues muchos vecinos míos isoranos me habían comentado sobre el grupo musical protagonista de este nuevo artículo, ellos se hacen llamar (de momento) Ni un pelo de tonto. Una Banda de Rock Canario afincada en Santa cruz de Tenerife, nacida inicialmente como una banda de versiones y cuyo formato es ya un referente en las islas.

Poder disfrutarlos en directo, escuchando canciones que amo desde hace décadas, versionadas en formato rock y con un repertorio de más de dos horas, fue la guinda perfecta a mi ya pasado (eran las 00:30 del día 8 de enero) día de cumpleaños.

Un local lleno de público, cartel de “entradas agotadas” colgado y todas las ganas de disfrutar fueron, si ellos realmente lo necesitan, el mejor combustible, la mejor inyección de adrenalina que podían tener. Tanto Iván (guitarra), Gabriel (bajista), Néstor (batería) como David (vocalista), no tomaron respiro, apenas agua entre canción y canción, entregándose en cuerpo y alma a unos espectadores por momentos insaciables, que ya pasadas las dos horas de concierto gritaban en modo bucle “¡otra, otra!”.

Dijo una vez el cantante Josh Homme “Bueno, francamente, las bandas de rock and roll son como piratas modernos. Van de ciudad en ciudad, cogen y dan lo que pueden.”

Así se les podría calificar a los componentes de este grupo, piratas modernos que van de bar en bar, de fiesta en fiesta o de escenario en escenario. Abordando nuestras rutinarias vidas para, a base de cañonazos de clásicos del pop español reconvertidos en piezas rockeras, apartarnos de nuestra monotonía vital y sacarnos de esa rueda en la que no paramos de girar cuál hámster enjaulado.

Piratas musicales sin patas de palo ni parche en ojo, sin loro verborreico subido al hombro, sin barco con el que navegar, pero quizás con algún que otro barril de ron, quizás ron miel Arehucas, interceptado y robado en algún que otro local por donde hayan actuado. Seguramente el famoso Barbanegra o incluso el mismísimo Jack Sparrow, después de ver una actuación de esta banda de malhechores náuticos, sentirían envidia de todas esas ciudades conquistadas por ellos, tanto costeras como de interior, un gran número de lugares que este grupo de piratas han invadido y conseguido rendir a sus pies, dejando clavada en la arena de alguna que otra playa su bandera al viento.

Ellos con cien canciones por banda, viento en popa y a todo volumen, en cada concierto nos suben a su velero bergantín adentrándonos en un océano de recuerdos, vivencias y sentimientos de hermandad. Pues ese extraño o extraña que tenías al lado minutos antes de comenzar el espectáculo de buenas a primeras, gracias a la magia de la música, de las canciones, te regala una sonrisa, vibrando en tu misma onda para así convertirse en un aliado dispuesto a luchar junto a ti en la próxima canción que tengas que conquistar.

«Que es su música nuestro tesoro. Que es nuestro Dios, la libertad, su ley, la fuerza y el rock and roll.Su única patria la felicidad»

Dicen que la música es un arma en la guerra contra la infelicidad y pudo dar fe de ello, como todos esos compañer@s de travesía que fuimos tan felices escuchando a este grupo esa noche en el Búho bar. El lujo en el que se ha convertido poder disfrutar de canciones en directo, notar esas potentes vibraciones, que a través de los altavoces, golpea tu cuerpo o te suben por los pies. Desgraciadamente, este tipo de shows se ha convertido en una especie en extinción. Muy pocos espacios nos quedan que apoyen y promocionen los directos musicales. Afortunadamente tenemos en nuestra isla de Tenerife, en la Laguna, locales como el Búho bar que logran, no sé cómo la verdad, resistir abiertos décadas después de su apertura contra viento y marea, contra pandemias y crisis. Un local que podría compararse con la aldea de Astérix, que permanece en pie por más intentos de los romanos de conquistarla y destruirla.

Nuestro archipiélago no solo es afortunado por sus playas, paisajes o gastronomía, existe otro tipo de fortuna, de tesoro que deberíamos de apreciar, respetar y cuidar. Por una parte, a todos aquellos emprendedores que apuestan por sacar adelante su negocio, su cafetería, su sala de conciertos y que siguen apostando por la cultura en muchas de sus variedades. Programando conciertos, concursos de monólogos, exposiciones de cuadros, micros abiertos, etc. Y también a tantos y tantos artistas que de forma individual, o con más compañeros, nunca pierden la ilusión de seguir creando y ofrecernos lo mejor de su arte, lo mejor de ellos. Esos artistas, que les recuerdo porque parece que se ha olvidado, durante nuestro eterno confinamiento siempre estuvieron al pie del cañón para ayudarnos a sobrellevar una situación jamás imaginada. Cuidemos ese ecosistema que en muchas ciudades o pueblos de nuestras islas nos rodea, un sistema vital que sin nuestro apoyo, si no les agradecemos su esfuerzo creativo llenando locales, colgando el cartel de no hay entradas será muy difícil que se mantenga, que crezca, que sobreviva.

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