sábado, diciembre 21, 2024

«Un manicomio en el fin del mundo. La odisea del Belgica en la Antártida» de Julian Sancton. Por Álex Ro

Julian Sancton, Un manicomio en el fin del mundo. La odisea del Belgica en la Antártida.

Editorial Capitán Swing, 2023

¿Qué empuja a un grupo de seres humanos a tomar un barco y dirigirse hacia un territorio inhóspito como la Antártida?

Desde la llegada de los europeos al continente americano en 1492, se desató un profundo interés por la exploración del planeta Tierra. En la memoria queda la terrible expedición de Magallanes circunnavegando el planeta o la famosa anécdota del Dr. Livingstone en tierras africanas. Esas fronteras, esas tierras incógnitas, tentaban una y otra vez a los seres humanos que buscaban expandir el conocimiento, sus riquezas y lograr su dosis de gloria. Así, cuando parecía que quedaba muy poco por conocer sobre la Tierra, los ojos occidentales se fijaron en sus extremos helados. Las expediciones para buscar el paso del Noreste, lograr encontrar una vía que rodeara el Ártico, se sucedieron, algunas con terribles consecuencias como ocurrió con la expedición de John Franklin. Estaba en juego crear una ruta marítima rápida que uniera, por el norte, todos los continentes y, aunque fracasaron, demostraba que el ser humano podía llegar a cualquier latitud, independientemente de sus terribles condiciones climáticas. De nuevo, la búsqueda de gloria y posibles beneficios económicos llevó a muchos a mirar al otro extremo, el Antártico.

En este contexto, una infante Bélgica, surgida como país en 1830, buscaba su ración de gloria en la exploración del mundo, la cual se la sirvió el joven marino Adrien de Gerlache de Gomery quien, a pesar de su inexperiencia en el navegación polar, propondrá una expedición a la Antártida. 

Desde un principio, quedó claro que la tripulación seleccionada no era la adecuada, marcada por la inexperiencia y problemas de convivencia ya que, por un lado, estaban los marineros belgas, indisciplinados y sin haber navegado por mares polares y, por el otro lado, la tripulación noruega, más experimentada, lo que exacerbaba los enfrentamientos nacionalistas entre ambos grupos que, por no compartir, no compartían ni una lengua para poder comunicarse. Esto era debido al simple hecho de que, aunque De Gerlache tenía clara conciencia de la incapacidad de los marineros belgas, no podía permitirse montar esta expedición sin que estos fueran mayoritarios pues no se trataba de una expedición geográfica sino de buscar la gloria para su país. Esta realidad determinó todos los pasos dados por De Gerlache, como fue el hecho de entrar en la banquisa al final del verano a sabiendas de que quedarían bloqueados sin posible escapatoria o el negarse a comer carne de pingüino o foca porque no era alimento para un ser civilizado cuando F. Cook, que actuaba de médico de la expedición, intuitivamente había recomendado su consumo para evitar los efectos del galopante escorbuto.

De entre toda la tripulación, los únicos que tenían claro a lo que se iban a enfrentar era el noruego Roald Amundsen y el norteamericano Frederick Albert Cook, y esto era así por su propia experiencia. Cook había participado en la expedición al ártico de Robert Peary (1891-1892), mientras que Amundsen, desde los 16 años, se había propuesto convertirse en explorador polar y para ello había seguido un estricto plan de entrenamiento y formación, buscando fortalecer sus aptitudes físicas y mentales para empresas de este calibre. Esto explicará el hecho de que rápidamente se conviertan en los líderes de la expedición por encima del propio De Gerlache sobre todo cuando quedan bloqueados en la banquisa y la llegada del verano no lograba liberar al buque.

La estrategia de De Gelarche ante este hecho fue esperar indolente a que la naturaleza les salvara o pasar un segundo invierno atrapados en el Polo, lo que hubiera supuesto la muerte segura de todos. Finalmente, Cook se percató de que la única solución era abrir un canal hasta mar abierto y, si bien, su vía original fracasó, provocó que la tripulación saliera de su resignación y se pusieran a trabajar en una nueva vía de escape, lo que redundó en una mejora, paradójica, de la salud de toda la tripulación consecuencia de la actividad y la esperanza de salvación. A las malas decisiones de De Gerlache se unía la mala suerte pues si bien comenzaron muy tarde, casi cuando llegaba el nuevo invierno, su labor titánica había logrado abrir un canal hasta el Belgica y casi lo habían liberado del hielo cuando… en cuestión de segundos, la banquisa se movió y cerró el canal. Ya daban por perdidas sus vidas, sobre todo cuando comprobaron que las ratas se habían comido toda la ropa de abrigo lo que impedía una escapada a la desesperada a pie arrastrando los botes balleneros hasta el mar. Y es justamente en ese momento cuando el azar les fue favorable. El viento y el mar rompieron la capa de hielo creando un canal natural por el cual el Belgica pudiera huir a finales de febrero de 1899, navegando entre inmensos iceberg y témpanos mortales hasta que llegaron a altamar el 14 de marzo. Estaban salvados. No se sabe si por ese prurito de nacionalismo que había determinado toda la expedición o por análisis sereno y realista, lo cierto es que, en abril de 1899, en tierras argentinas, De Gerlache dio por concluida la expedición olvidándose de los planes realizados durante el último verano a favor de un viaje en trineo tirado por perros capitaneado por Amundsen y Cook en búsqueda del Polo Antártico, algo que hubiera supuesto un “deshonor” para De Gerlache y Bélgica.

Aunque nunca se alcanzó el objetivo principal de determinar el polo magnético de la Antártida, tal fue el cúmulo de observaciones científicas que la comisión creada para recopilar, ordenar, estudiar y publicar los datos recogidos, tardó cuatro años en concluir su trabajo. Junto a la mejora de la cartografía del Polo Sur, la expedición del Belgica aportó el descubrimiento de una serie de especies nuevas para la ciencia, como fueron los peces Racovitzia glacialis, Gerlachea australis, Nematonurus lecointei, o el Belgica antarctica un mosquito sin alas que es el animal terrestre que vive más al sur. Igualmente, sirvió de banco de prueba para innovaciones cruciales como la tienda cónica o las gafas solares. Además, fue la escuela que necesitó Amundsen para llegar al polo antártico el 14 de diciembre de 1911 siguiendo el plan trazado durante el esperanzador verano de 1898. Como se puede apreciar, no se puede calificar de fracaso esta expedición a pesar de que la tentativa le costara la vida a dos de sus miembros y algunos perdieran la cabeza y su salud durante años.

Coincidencias anecdóticas:

Si el VI Congreso Geográfico Internacional (Londres, 1895), entre cuyas resoluciones se encontraban la necesidad de explorar el continente antártico, facilitó que Adrien de Gerlache pudiera convencer a la Real Sociedad Geográfica Belga para patrocinar la primera expedición belga al Antártico, el Consejo Internacional de Uniones Científicas (París, 1952) al proclamar 1957 como el Año Geodésico Internacional favoreció que Gastón de Gerlache, hijo de Adrien, pudiera construir la primera base científica belga en el Polo Sur, la Base Rey Balduino.

El Polaris, rebautizado como Endurance, fue el barco que condujo a Shackleton hasta la Antártida dando lugar a una de las odiseas más espectaculares de la exploración antártica. Pues bien, ese barco fue diseñado por De Gerlache siguiendo el modelo del Belgica. Su idea era montar una línea de cruceros para que los ricos pudieran cazar osos árticos, pero al fracasar el proyecto, procedieron a vender el Polaris siendo comprado por Shackleton.

El cianuro de hidrógenos, que se había adquirido para poder sacrificar animales y así conservarlos para su posterior estudio, fue seguramente la causa de las terribles dolencias padecidas por los expedicionarios del Belgica. Frederick Cook lo utilizó para revelar sus fotografías sin que pudiera evitar que sus vapores se expandieran por todo el barco, lo que provocó el envenenamiento generalizado de la tripulación y que padecieran sus efectos durante años. Este compuesto, el cianuro de hidrógeno, será la base del nefando Zyklon B, empleado en las cámaras de gas de los campos de exterminio de la II Guerra Mundial por los alemanes.

F. Cook, tras haber perdido su crédito como explorador (se le acusa de mentir al afirmar que había llegado al Polo Norte), se dedicó al pujante negocio de la extracción de petróleo en Texas, creando la Texas Eagle Oil Company y la Asociación de Productores de Petróleo. Ante el fracaso de sus compañías, procedió a vender acciones de las mismas, aunque su verdadero valor era cero dólares, siendo juzgado y condenado a 14 años de prisión por estafa piramidal. La pena la cumplirá en la prisión de Leavenworth, la misma cárcel que dirigirá entre 1926 y 1931 Thomas Bruce White, agente del FBI que había logrado resolver el caso de los asesinatos de los miembros de la tribu Osage por parte de compañías petrolíferas que buscaban quedarse con sus derechos de extracción, hechos que quedarán recogidos en el magnífico libro de David Grann, Los asesinos de la luna de las flores (2017), y que Martín Scorsese y Leonardo DiCaprio llevarían a la pantalla en 2023. 

El autor del libro, Julian Sancton, tuvo conocimiento de manera fortuita de la expedición del Belgica al leer un artículo sobre un experimento de la NASA en torno a la convivencia en espacios reducidos y sin comunicación con otros grupos humanos. Al tirar del hilo, se topó con la historia de Frederick Cook quien durante los últimos años de su vida había residido en Larchmont (Nueva York), cerca de la casa de Julian.

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