sábado, noviembre 23, 2024

Juan Cruz y Jorge Laguna presentan a Canarias bajo una guerra interminable en sus novelas

La guerra civil se mantuvo abierta con su manto de miedo, silencio, represión y pobreza

Británicos y alemanes trasladaron su conflicto a las islas, en medio de operaciones secretas y de espionaje

La guerra, para los militares, son maniobras, estrategias, empleo de recursos técnicos y humanos al servicio de un objetivo, de una conquista, de un fortalecimiento del poder. Para la población que la vive es otra cosa: hambre, miedo y, con el miedo, el silencio. Para quienes la vemos de lejos es también intriga, confrontación de contrarios en una especie de aventura. Todo eso y más fue la II Guerra Mundial y todo eso se vivió en Canarias antes, durante y después de esta gran conflagración. No en vano, el conflicto tuvo en la Guerra Civil un precedente a modo de ensayo y, desgraciadamente, la ansiada derrota del fascismo en Europa no se hizo realidad en nuestro país.  

Así se pudo confirmar en la última actividad literaria de la cuarta edición del Festival de Novela Histórica Ciudad de Tacoronte, en la mesa II Guerra Mundial en Canarias, celebrada el pasado 17 de noviembre en la Casa de la Cultura municipal. Allí, un escritor con una larga trayectoria –también como periodista–, Juan Cruz, “un peso más que pesado en la literatura no solo canaria y española, sino también internacional” –según la presentación del moderador de la mesa, el codirector del festival, y crítico Eduardo García Rojas– compartió su visión de su vida y de su familia en el Puerto de la Cruz del año 48 con un joven escritor, también tinerfeño, también periodista, Jorge Laguna, que llegó al festival por segundo año consecutivo, como “un escritor que ha sabido madurar”, en palabras del crítico.

Juan Cruz presentaba su más reciente novela, Mil doscientos pasos (Alfaguara, 2022), y Jorge Laguna, la segunda en su trayectoria como novelista, La huésped de la Casa Amarilla (SUMA, 2024).

La que la crítica considera la mejor novela de Cruz es un tratado sobre la maldad vista desde la mirada de un niño, un alter ego del propio autor.  “Yo no sabía lo que era el bien. El mal era el hambre. Escribí este libro pensando en esas personas que enloquecieron de pobreza y de guerra”, sentenció el escritor portuense al referirse al único afectado directo de la Guerra Civil en su familia, uno de sus tíos, que no cayó prisionero de la manera habitual, sino que fue encerrado en un manicomio al ser declarado loco. Recordó también a un vecino que “se fue por esos montes” y apareció más tarde, también loco. “Siempre pensé que esa gente que enloquecía tenía que ver con las represalias y las dificultades”, apuntó.  

Porque la guerra no solo fueron las batallas, las emboscadas y los tiros. Tampoco fue la represión de evidente motivación política: “en el año 48 la guerra estaba ahí. La Guerra Civil en Canarias casi no terminó nunca, porque lo que siguió fue la guerra de Franco, la supervivencia de Franco. Durante muchos años, los que obedecían a Franco siguieron haciendo la guerra. Nosotros vivíamos en el silencio y el miedo y eso siguió después de la guerra como tal, siguió, siguió y siguió. Yo lo viví”, dijo Juan Cruz.

“La guerra dejó huellas muy duras”, la violencia, el desconsuelo, el poderío de los ricos frente a los pobres, la falta de horizontes, cosas que se apreciaban en situaciones muy diferentes: la negativa del alcalde fascista a recibir al niño Juan Cruz en el ayuntamiento porque su ropa lo identificaba como pobre –y tanto, iba a pedir una beca para seguir estudiando–, rechazado a través del ujier con un mensaje que sonaba a sentencia: “El alcalde no recibe pordioseros”. O la violencia gratuita, incomprensible, en que derivaba la frustración, como cuando un amigo lo cogió por la cabeza y la sacudió sobre la pared de púas con la que los ricos impedían a los niños pobres a acceder a una huerta donde jugar….: “ese chico se entretuvo, se entretuvo, se entretuvo hasta que me dejó sin resuello”.

O el certificar como algo natural que la comida era a base de una pella de gofio y un plátano, o comer papas con carne –no carne con papas– o no comer pescado fresco nunca, sino pescado salado. O cuando el joven alemán instalado después de la Guerra Mundial en uno de los escasos chalets del barrio aceleró su Vokswagen sobre los charcos de la lluvia recién caída: “al verme que iba hacia la guagua, aceleró y me enchumbó del todo, así demostraba que en el barrio mandaba él”. La continuidad del mal era todavía y durante décadas una guerra inacabada, como lo era también la crudeza y la violencia de las diferencias sociales.

Pero también hubo otra guerra, entre la civil y “la de Franco” triunfante: durante la II Guerra Mundial, en 1940, una antropóloga alemana se instaló en Canarias para impulsar una de esas enloquecidas búsquedas de restos humanos en las que se embarcaron los nazis con el fin de confirmar la condición superior de la raza aria, como entidad elegida para justificar el abismal mal que alentaba sus acciones. Hasta las islas llegó una antropóloga –esto es cierto, real, histórico– en busca de esa confirmación. Jorge Laguna introduce junto a ella en su relato un personaje de ficción, Tamara, una joven analfabeta de Pinolere, que es invitada por sus amos ingleses a espiar a su enemiga –también es cierto que mujeres encargadas de la limpieza se implicaron en el espionaje a favor de los británicos en las islas; si eran analfabetas, mejor, porque parecían más fiables–. Los ingleses dueños de la platanera creían que la investigación antropológica podía ser una tapadera para mantener oculta la red secreta de suministro a los submarinos alemanes en los puertos canarios –otro hecho constatado por historiadores–. También es cierto que una joven como Tamara, con un padre que tiene que huir a Venezuela al ser tachado como republicano se viera obligada a mantenerse sumisa y en silencio para evitar que se frustrara la operación de la salida de su padre en un barco clandestino.

La maldad, la guerra, el espionaje, las potencias europeas en los confines de un nuevo colonialismo, la dura historia de la primera mitad del siglo XX en Canarias, la literatura como una forma de conocer, de recordar, de conmoverse ante nuestro pasado más reciente. Dos novelas que cerraron el ciclo de la cuarta edición de Tacoronte Histórica. Para continuar leyendo.

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