Desde los albores de la humanidad, las creencias sobre la vida después de la muerte han sido un tema universal que trasciende culturas y épocas. En este contexto, ciertas figuras animales han sido investidas con el papel de psicopompos, guías espirituales encargados de acompañar las almas de los difuntos en su tránsito hacia el más allá. Estos seres, lejos de ser simples creaciones mitológicas, representan una conexión profunda entre los vivos y lo trascendental, marcando la relación simbólica entre el hombre y la naturaleza.
En el antiguo Egipto, el chacal Anubis es uno de los ejemplos más representativos. Este dios con cabeza de chacal desempeñaba un papel fundamental en los rituales funerarios, conduciendo a las almas al inframundo y supervisando la «pesada del corazón», un juicio donde se determinaba el destino eterno del alma. El chacal, un animal comúnmente asociado con los cementerios, encarnaba el vínculo entre lo terrenal y lo espiritual, subrayando el respeto de los egipcios por los misterios de la muerte.
En Mesoamérica, los antiguos aztecas depositaron su confianza en el xoloitzcuintle, un perro que, según sus creencias, guiaba las almas de los muertos a través de las corrientes del río Apanohuaya, en dirección al Mictlán, el inframundo. Este viaje no estaba garantizado para todos: quienes en vida hubieran maltratado a los animales quedaban condenados a vagar eternamente, despojados de la ayuda del xoloitzcuintle. Este detalle refleja una ética profundamente arraigada en la relación entre el ser humano y la naturaleza.
También las aves han ocupado un lugar destacado como psicopompos. En la mitología celta, los cuervos, animales vinculados a la diosa Morrigan, eran vistos como guías de los guerreros caídos. En Egipto, las golondrinas, conocidas como las «aves de Isis», eran consideradas portadoras de las almas hacia la eternidad. Por su parte, en la península ibérica, los buitres se creían mensajeros de ultratumba, ya que al consumir los restos de los muertos, simbolizaban el paso del alma al otro mundo, un gesto que integraba la muerte al ciclo de la vida.
En las Islas Canarias, la tradición oral nos presenta una figura singular: el pájaro cochino. Este ave, envuelta en misterio, habita zonas de difícil acceso en las postrimerías de Tegueste, en Tenerife y es conocida por su inquietante canto nocturno, similar al llanto de un niño. Según la creencia popular, el canto del pájaro cochino anuncia la proximidad de la muerte, convirtiéndolo en un mensajero lúgubre pero indispensable en el imaginario colectivo. Para muchos isleños, su aparición no es casual, sino un aviso ineludible de lo inevitable. Este relato, profundamente arraigado en la cultura canaria, no solo refuerza la idea del psicopompo como guía espiritual, sino que también evidencia cómo las sociedades rurales han integrado sus entornos naturales en la comprensión de lo trascendental.
Más allá de las especies específicas, el rol de los psicopompos no se limita a animales. En la mitología griega, por ejemplo, Hermes y Caronte cumplían esta función, uno conduciendo las almas hasta el río Estigia y el otro encargándose del cruce hacia el Hades. Este simbolismo no es exclusivo de un contexto histórico, sino que resuena como una necesidad humana universal de encontrar sentido y acompañamiento en el misterio de la muerte.
La existencia de animales psicopompos refleja una visión en la que el tránsito hacia la muerte no es un proceso solitario ni abrupto, sino un viaje guiado, donde lo natural y lo espiritual convergen. Estas figuras reafirman la conexión entre los humanos y su entorno, recordándonos que la vida, incluso en su finitud, se entrelaza con los ritmos y significados de la naturaleza.
Referencias
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- «El pájaro cochino: el pájaro de la muerte». Crónicas de San Borondón. Recuperado de cronicasdesanborondon.es.
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