Es Pop Ediciones, 2021 (Segunda Edición)
Mike Zwerin, músico de jazz y periodista musical, se traslada a un pasado no tan remoto como nos gustaría pensar, con el swing sonando como banda sonora para este viaje metafísico hasta la Alemania nacionalsocialista.
En su afán por controlar hasta el último rincón del pensamiento humano, Goebbels había prohibido el jazz y el swing al definirla como “música americana negro judía de la selva”; obviamente, como hicieran con el arte plástico, esta música fue entartete musik, música degenerada. Pero ¿todos los alemanes estaban de acuerdo con el rey de la manipulación y la propaganda? Eso es lo que intenta dilucidar Mike Zwerin entrevistando a quienes vivieron en primera persona esa ominosa época. Y llega a la conclusión de que el jazz y el swing estaba por encima de ideologías, con oficiales nazis disfrutando y protegiendo a los músicos de jazz. Los propios nazis alentaron la creación de combos judíos de jazz para alegrar a los mandos en los campos de exterminio o en la retaguardia, en donde los músicos sabían que, aunque elogiaran tu maestría, acto seguido podías verte transformado en una mota de ceniza que cae sobre los tejados del campo. Porque no existía lógica detrás de la lógica nazi, hasta el punto de que, en Dinamarca, las propias emisoras oficiales radiaban música de jazz para evitar que la población sintonizara el dial de la BBC en su media hora de noticias en danés.
Y como si se repitiera el tópico, lo ilegal atrajo más a una población europea que buscaba una válvula de escape. Así, surgió en la Francia ocupada toda una tribu juvenil, los zazou o zazús en castellano, que se identificaban por su vestimenta de dos o tres tallas superiores de estilo británico y sus cortes de pelo. Estos jóvenes abarrotaban todos los clubs en donde se tocara música jazz y cantaban las melodías prohibidas. Y hasta podríamos considerar esta rebeldía estética hasta naif si no fuera porque se jugaban la vida por simplemente escuchar jazz.
Siguiendo los cánones de los textos divulgativos norteamericanos, el autor intercala entrevistas y datos históricos con pasajes de su vida personal, en algunos casos narrando su gira por la Sudáfrica del Apartheid (auspiciado de manera encubierta por la CIA) o sus viajes tras el Telón de Acero para participar en diversos festivales de jazz a finales de los años 70. Y lo hace para apuntalar su tesis de que el jazz florece justamente en aquellos regímenes más totalitarios. Porque, aunque parezca paradójico, los años 40 fue la época de oro de la música jazz en buena parte de Europa, con músicos tocando y realizando giras sin ningún problema, escondiendo sus composiciones con triquiñuelas infantiles al transmutar el nombre, por ejemplo, de la canción prohibida Saint Louis Blues por el de La Tristesse de Saint Louis. Y esto solo fue posible no porque los nazis fueron personajes de opereta bufa a los cuales se le podía engañar con estas artimañas sino por la acción de mandos alemanes que protegieron el jazz y a sus músicos, destacando entre todos ellos Dietrich Schulz-Köhn. Este oficial de la Luftwaffe llegó a mantener contacto con Gran Bretaña para enterarse de las novedades musicales e, incluso publicar boletines clandestinos sobre el jazz durante la guerra. Por ello, no nos sorprende que llegara a fotografiarse, con su uniforme, junto a cuatro negros, un judío y un gitano, todos ellos músicos de jazz. ¿Por qué se expuso de esta manera el alemán? Porque el jazz era su pasión y el gitano era Django Reinhardt, el más grande de los músicos de jazz de Europa.
Y es que el libro, aunque no lo pretenda Mike Zwerin, termina convirtiéndose en una biografía del rey de la guitarra pues el nombre de Django sale constantemente a colación en las entrevistas y artículos reseñados por el autor. Un hombre que vivió como quiso y que murió donde pudo cuando el jazz, al finalizar la guerra, dejó de ser la fruta prohibida para una juventud anhelante de vivir en el filo de la navaja; el rhythm and blues y el rock sustituyó al swing y al jazz.
Libro muy interesante, que nos aporta una visión distinta a esa Europa marcada por la carestía y la muerte. Sin romanticismo ni añoranza, pero con ese toque justo de ensoñación por la edad dorada perdida, hace de su lectura un suspiro. Es de agradecer que la editorial Es Pop haya reproducido para los lectores hispanos este clásico que publicara Mike Zwerin allá por 1985 bajo el título de La Tristesse de Saint Louis, texto que ampliaría en el año 2000 bajo el título actual. Que estamos ante un gran libro lo testimonia que, a pesar de los años pasados, todavía es un trabajo vivo y vibrante.