miércoles, marzo 19, 2025

«La ciencia del exterminio» de Benno Müller-Hill. Por Álex Ro

Dirección Única Editorial, 2016.


Benno Müller-Hill, La ciencia del exterminio. Psiquiatría y antropología nazis (1933-1945)

El Rechsleiter Bouhler y el doctor médico Brandt han sido encargados, bajo juramento, de extender nominalmente a determinados médicos la autorización para que a los enfermos que, según la capacidad de apreciación humana sean incurables, a tenor del análisis crítico de su enfermedad, les sea concedida la gracia de una muerte piadosa.

Con esta carta, formada por un solo párrafo de cincuenta y dos palabras, el 1 de septiembre de 1939 Adolf Hitler dio riendas sueltas al exterminio. Enfermos mentales, gitanos, homosexuales, eslavos, junto a judíos, fueron considerados como seres inferiores y, por lo tanto, objetivo de la eutanasia o la muerte por agotamiento. Esta locura no surgió de la nada, sino fue consecuencia directa de toda una política racial desarrollada en Alemania desde finales del siglo XIX, ideología que nace en las cátedras universitarias e institutos de investigación más reputados.

Intentando levantar el tupido velo de silencio que cubría esa época, Benno Müller-Hill se embarca en un estudio sobre el papel jugado por esos científicos en el exterminio, sobre todo, de antropólogos y psiquiatras. Su trabajo, pionero en Alemania, se publicó originalmente en 1984, creando un gran revuelo porque rompía la ley del silencio imperante durante décadas basada en la ignorancia de los hechos: nadie sabía nada, nadie vio nada, nadie participó, nadie justificó. Así se explica que su trabajo fuera rápidamente traducido a otros idiomas, con la edición en castellano de manos de la editorial Labor en 1985. Con el paso de los años, el libro quedó totalmente descatalogado hasta que Dirección Única Editorial decidió volver a publicarlo en 2016, treinta y un años después, siendo el mismo texto, aunque se haya cambiado el título original Tödliche Wissenschaft. Die Aussonderung von Juden, Zigeunern und Geisteskranken 1933-1945 (Ciencia mortífera. La segregación de los judíos, gitanos y enfermos mentales 1933-1945)

Con solo la lectura del capítulo inicial, “Una crónica alemana. Cronología de la identificación. Segregación y exterminio de los diferentes”, nos podemos percatar que la locura nacionalsocialista no podría haber tenido lugar sin todo el entramado científico sobre el que se apoyó para apuntalar la idea de que la eugenesia era el método idóneo para salvar a la raza alemana y, por lo tanto, Alemania. Fue este contexto el que posibilitó la creación de toda una serie de leyes en cuya redacción participaron directa o indirectamente, los catedráticos, estudiosos, directores de institutos de investigación… la élite intelectual de Alemania. Porque, no hay que olvidar que los nazis siempre partieron de la ciencia para construir su mundo distópico. No querían depurar a los “diferentes” a partir de principios teológicos o argumentos emotivos, sino porque la ciencia había demostrado que eran seres inferiores imposibles de reformar y, por lo tanto, una rémora para el Estado. Y ahí jugaron un papel destacado antropólogos y psiquiatras, quienes pasaron a ocupar un lugar central en el engranaje de la maquinaria del exterminio. Los primeros, porque desarrollaron métodos para identificar, mediante estudios frenológicos, a esos seres inferiores, sobre todo a los judíos; los segundos, porque aseguraron, con sus análisis, el carácter taimado de esos grupos no arios y, sobre todo, su carácter de irrecuperables para la sociedad. Pero no fueron los únicos. Toda la ciencia, como afirmó el físico Max Planck, director en esos momentos del Kaiser Wilhelm Gesellschaft, máxima institución del mundo científico alemán, se ponía al servicio de Hitler para “la reconstrucción del nuevo Estado nacional bajo vuestros auspicios y protección”; esta carta la envió en mayo de 1933, cuando Hitler ya había asumido todas las riendas del poder y unas semanas después de que el 25 de abril se publicara la orden de depuración de judíos de universidades e institutos de investigación.

La labor de los antropólogos fue fundamental para el régimen nacionalsocialista porque eran los encargados de emitir los dictámenes, informes en donde se determinaba el grado de sangre judía que tenía la persona investigada. Estos informes, básicos tras las leyes de depuración de los organismos públicos a partir de 1933 o la Ley de Sanidad Conyugal (18 de noviembre de 1935) fueron expedidos y firmados por miles, en muchas ocasiones solo viendo una fotografía para determinar el nivel de pureza aria de una persona. A este grupo de científicos pertenecía el infame Doctor Mengele quien solo era el ayudante del doctor Otto von Verschuer, director del Instituto Universitario de Biología Hereditaria e Higiene Racial en Fráncfort del Meno hasta 1942 y a partir de esa fecha, del Kaiser Wilhelm Gesellschaft. Pues bien, las sanguinarias prácticas desarrolladas por Mengele en Auschwitz solo eran una parte del programa de investigación de von Verschuer, quien recibía los informes y material recogido por su ayudante en sus estudios sobre la herencia genética. En esta lista de antropólogos, habría que añadir a Eugen Fischer, cuyos libros sobre el mestizaje y, según él, sus terribles consecuencias para la humanidad tanto influyeron en el pensamiento racista de Adolf Hitler; o Wolfgang Abel, su ayudante, quien se encargaba de firmar los dictámenes.

En el caso de los psiquiatras, tenían la misión de determinar el nivel intelectual de la población y hacer frente a enfermedades como la esquizofrenia, la epilepsia, las psicopatías, determinando quién se podía recuperar para la sociedad y quiénes merecían la eutanasia por irrecuperables. Estos psiquiatras propondrán métodos de intervención activos para “recuperar” a los pacientes, como son la laborterapia, los electroshocks o los choques de insulina; al mismo tiempo, crearon catálogos de enfermedades mentales que consideraban hereditarias y, por lo tanto, crearon la profilaxis social para evitar su difusión. Que sus investigaciones tenían un largo recorrido en la ciencia alemana lo pone de manifiesto la ley de esterilización obligatoria de “imbecilidad congénita, esquizofrenia, demencia maniacodepresiva, epilepsia hereditaria, baile de San Vito hereditario, ceguera hereditaria, sordera hereditaria, malformación corporal grave y alcoholismo agudo” aprobada el 14 de julio de 1933, que no es otra cosa que una copia de un proyecto de ley redactado durante la República de Weimar. Aunque no hay cifras oficiales, se ha estimado que en los 6 años que median hasta septiembre de 1939 se había esterilizado a 400 mil personas, incluyendo a niños. A partir de esta fecha, cesan estas prácticas porque sencillamente a estos enfermos se les envió a los campos de exterminio. Entre todos los psiquiatras implicados destaca Robert Ritter (su fotografía ilustra la cubierta del libro) quien, junto a sus ayudantes Adolf Würth y Sophie Ehrhardt, condujeron a la muerte con sus estudios, a más de 24 mil gitanos alemanes al haberlos clasificados como “irrecuperables”.

Tal vez, lo que ejemplifique más claro la situación de la ciencia alemana antes y después de la llegada de los nazis al poder lo ponga de manifiesto el siguiente párrafo del libro de Fritz Lenz, Menschlichen Erbelehre und Rasenhygiene (Teoría de la herencia humana e higiene racial), el primer extracto de la edición de 1927 y el segundo, del mismo párrafo en 1936.

“No solo Marx y Lasalle eran judíos sino también, en el pasado más reciente, Eisner, Luxemburg, Leviné, Toller, Landauer, Trotski, Szamuely y también Kahn, el cual alaba a los revolucionarios judíos como salvadores de la humanidad (…) Muchos antisemitas opinan que la mentalidad de los judíos se orienta y está destinada por sí a la disgregación y la negación. No creo que esto sea cierto. (…) ¡El espíritu judío es, junto con el germánico, la principal fuerza impulsora de la moderna cultura occidental!”

“No solo Marx y Lasalle eran judíos sino también, en el pasado más reciente, Eisner, Rosa Luxemburg, Leviné, Toller, Landauer, Trotski, Szamuely y también Kahn, el cual alaba a los revolucionarios judíos como salvadores de la humanidad (…) La raza judía ha sido descrita por Schickedanz como una raza de parásitos. Es indudable que los judíos pueden causar graves perjuicios al país que los acoge (…) Por otra parte, un parásito medra mejor si el huésped está debilitado (…) Pero con pueblos muy fuertes tampoco puede medrar. En realidad, lo que le interesa es una cierta descomposición de los pueblos anfitriones.”

A lo largo de todo el estudio de Benno Müller-Hill, llama la atención la preocupación de los psiquiatras y antropólogos por la creación de un entramado jurídico que delimite su campo de trabajo. Y no lo hacen porque les preocupe que mueran personas en los campos de exterminio o se haga un uso “perverso” de sus estudios sino por un claro espíritu corporativista buscando evitar la intromisión de otros científicos en sus áreas de influencia. Lo mismo ocurrirá con los jueces, abogados y fiscales que no protestaban porque se esterilizara o se practicara la eutanasia según dictaba la ley sino porque sus clientes y encausados desaparecían de la noche a la mañana, quedando sus expedientes abiertos, y eso era un problema muy grave para la burocracia. Resume muy bien esta situación la afirmación, muchos años después, de Adolf Würth, psiquiatra que defendía la esterilización de los “inferiores”, al cuestionarle Bennon Müller-Hill la moralidad de su actividad durante la guerra: “Pero solo en el marco de una ley. Dentro de la ley todo es justo.” La ley que ellos ayudaron a redactar, lo justificaba todo. Y les funcionó porque la inmensa mayoría de psiquiatras y antropólogos fueron exonerados de cualquier culpa y volvieron a ocupar sus cátedras y puestos en los institutos de investigación, y a dar clase en universidades, lo que tal vez explique hechos como que la homosexualidad se haya considerado durante décadas como una enfermedad y, como tal, con una posible cura a base de terapias de choque (¡Vaya, lo mismo que se afirmaba en la Alemania nazi!).

Este libro, a pesar de todos los años pasados, nos habla de nuestra realidad, siendo necesaria su lectura para comprender que hechos como los ocurridos en Alemania, con la shoah y porraimo pueden volver a ocurrir en cualquier momento. No olvidemos que vivimos una época en donde se vuelve a tratar al otro con un lenguaje teñido de rechazo, despojándolo de su humanidad al considerarlos como plagas que nos vienen a infectar. No se habla de razas, al menos no explícitamente, pero seguimos azuzando los mismos miedos que en el pasado. Antes era el judío, ahora es la teoría del remplazo; antes se mandaba a campos de concentración, ahora se les encierra en centros de internamientos. Antes y ahora dicen lo mismo, pero empleando eufemismos porque como muy bien recogió Victor Klemperer en su libro de 1947, LTI. La lengua del Tercer Reich (más que recomendable su lectura) el fascismo siempre crea una neolengua para enmascarar sus ideas, tesis que seguramente hizo suya George Orwell cuando redactó su monumental 1984.

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