“A los que quieren volver al pasado les digo que seguimos luchando y no vamos a parar, tengo mucha guerra por delante que dar”
“Nazario y yo tenemos muchas cosas en común, la diferencia es que yo soy como más soso. Lo considero un maestro”
El camino recorrido por el dibujante barcelonés, Sebas Martín ha sido largo, original y ajetreado. En los ochenta hizo cómics de una manera más o menos espontánea, hasta que en los noventa abandona un trabajo muy bien remunerado como interiorista y decide lanzarse de lleno a la creación de historietas, por donde años atrás ya había transitado a través de diversas etapas, algunas inevitables como los fanzines. Y otras más inusuales como cuando se dedicó a dibujar pornografía hetero, para finalmente firmar novelas de temática plenamente gay, que son por las que es reconocido. De esta manera se ha convertido en una especie de obligada continuidad de la obra de su admirado Nazario de quien parece haber cogido el testigo.
El salto al mundo de la novela gráfica lo dio casi a la vez que entrábamos en el nuevo milenio cuando llama a su puerta la editorial La Cúpula con la que aún trabaja y ha hecho un buen puñado de obras. Justifica que se tomara su tiempo antes de lanzarse de pleno al mundo del cómic y además con una temática tan particular, porque su anterior trabajo lo absorbía totalmente de lunes a sábado de nueve de la mañana a diez de la noche. Este salto en el vacío ha permitido disfrutar de novelas con títulos como Los chulos pasan pero las hermanas quedan, No debí enrollarme con una moderna, Yo lo vi primero o Demasiado guapo, que más bien parecen consejos a miembros del colectivo LGTBIQ+. Pero también está trabajando en una trilogía sobre el paso de la república a la dictadura y un original libro de recetas para elaborar platos siguiendo el minutaje de algunas de sus series favoritas como Las Chicas de Oro o Sexo en Nueva York.
–¿Cómo se te ocurrió dar el trascendental salto del interiorismo al mundo del cómic?
-Desde que tenía veintiún años hasta los treinta la verdad es que casi no toqué un lápiz para dibujar algo que no fueran proyectos de decoración, siempre he sido un gran consumidor de cómics pero nunca había cultivado mucho la faceta de dibujante. No tenía tiempo, me limitaba a ir a los salones y me moría de ganas por hacer algo hasta que un día me despedí a mí mismo del trabajo anterior con el que me ganaba muy bien la vida y me lancé al mundo del cómic que es ruinoso. Pero en todos estos años no me he arrepentido ni un sólo momento de la decisión que tomé.
-Los títulos de tus obras parecen consejos que das al colectivo como Los chulos pasan pero las hermanas quedan…
-Exactamente, exactamente. Me dicen que empiezan a leer esos consejos y luego siguen hasta el final, algunos incluso me los agradecen.
–¿Cómo definirías tu estilo? Como tú mismo dices es un tanto distinto al de Nazario, por ejemplo.
-Pues diría que hago comedia de costumbres. El otro día me preguntaban si me planteaba hacer otro tipo de cómic y yo les dije. ¿Por qué? ¿Para qué? Mi temática no es erótica y tal vez esa sea la razón de tener un tipo de público o target más limitado pero también muy fiel. Mis lectores son muy, muy leales y eso me llena de orgullo. Me hace mucha ilusión cuando voy a los salones de cómics y conozco personalmente a la gente que me lee porque los dibujantes estamos siempre frente al ordenador, la máquina de escribir o clavados en la mesa de dibujo sin hablar con nadie. Piensas que aunque te gusta mucho tu trabajo quizás al resto no le hace maldita gracia.
–¿Te gustaría ver a tus personajes en una película o en el teatro?
-Pues mira, precisamente cuando he presentado uno de mis últimos trabajos titulado Que el fin del mundo nos encuentre bailando que se centra en la memoria histórica, la gente me dice que se debería hacer una película o una serie. A ver si llega a Los Javis, me llaman y hacemos una adaptación.
-Ahora que se han separado tienes el doble de posibilidades.
-Es verdad, que me llame cualquiera de los dos.
-Defines tu estilo como novela costumbrista.
-Muy costumbrista. Mi forma de dibujar tiene mucho que ver con la línea francobelga. Hay críticos que me comparan con el autor francés, Jacques Tardí, pero creo que mi estilo narrativo tiene más que ver con el sitcom televisivo porque recurro a escenas que duran tres o cuatro páginas y aunque la historia tenga continuidad son escenas cerradas. Es como si después de leerlas te pusieran publicidad.
–¿Cómo te inspiras?
-Saco una novela gráfica al año y el guion tiene que ver con lo que ha pasado en mi entorno inmediato o en mi país, Europa o África durante ese tiempo porque es lo que hemos vivido. Eso sí, menos en Que el fin del mundo me encuentre bailando que transcurre en los últimos cinco meses de la república. Al principio pensé que ese cambio me iba a agobiar pero le he cogido muchísimo el gustillo y me lo he pasado muy bien con los dos volúmenes que he hecho y ahora con el tercero en el que estoy metido. Es una trilogía que ha implicado todo un trabajo de investigación.
–Me dices que el primer volumen salió el pasado mes de febrero, el segundo lo hará a principios del próximo año y después el tercero en el que estás trabajando aparecerá seguramente en 2027.
-La segunda parte ya no transcurre en la república, se centra en el exilio de uno de los personajes que vive la ocupación nazi en Francia y luego decide regresar a una España que ya no reconoce.
–¿Y la tercera?
-Como son dos personajes, uno se exilia y otro se queda y tiene que vivir el franquismo. Es la parte más dura porque la segunda tiene más de aventura pero en la última sólo hay lugar para el sufrimiento, lo que me fastidia porque siempre me gusta tratar las cosas con humor. Por eso me está costando mucho y estoy intentando encontrar personajes que rompan con ese drama y la verdad es que al final los acabo encontrando. Por ejemplo, habrá una tía muy beata que siempre dice frases fuera de lugar y eso corta un poco la tensión.
-Entre la segunda y la tercera parte de esta serie estás trabajando en otra obra muy curiosa, original y con mucho humor sobre cocina.
-Sí y tiene que ver con una editorial de vuestra tierra llamada precisamente Siete Islas. Es un libro de recetas de un cocinero que hace junto a un dibujante de tiras cómicas en un periódico local y que luego yo meto en el cómic junto con otras que me han pasado cocineros famosos, gente del mundo de la política que he conocido, lectores… a todos les he pedido que me manden una receta y a cambio les hago una caricatura. Son historias narradas con mucho sentido del humor. Por ejemplo, los tiempos de cocción se cuenta según el minutaje de series como Sexo en Nueva York o Las Chicas de Oro, de manera que mientras las ves puedes hacer la comida fijándote en los minutos que pongo en el libro. En un capítulo de Las Chicas de Oro que dura casi una hora, te da tiempo de hacer un puchero, por ejemplo.
-Hablando de memoria histórica ¿qué te parece que algo más del veinte por ciento de la juventud querría vivir en una dictadura contra la que ustedes lucharon?
-A esos chavales que piensan que con Franco se vivía mejor, les recomendaría que leyeran, que vieran “lo mejor” entre muchísimas comillas que se vivía. Es simple ignorancia. Es como decir que las setas o los caracoles son malos o buenos cuando en realidad no los has probado. Hablan con desconocimiento. Viví el tardofranquismo porque nací en 1961 y recuerdo lo que me contaban mis padres y sobre todo mis tías de cómo eran aquellos tiempos para las mujeres. No podían tener su propia cuenta bancaria, ni pasaporte o trabajar si tu marido no te daba permiso. Así que no puedo entender que una chica o un chico de veinte años salga hablando de lo bueno que era el franquismo. ¿Pero en qué mundo viven? Te aseguro que estamos aquí luchando y no vamos a parar. En mi caso tengo mucha guerra por delante que dar.
-Pienso que aguantarían cinco minutos en esa dictadura.
-¡Ahí está la gracia! Es como decir me gustaría vivir en un castillo medieval porque es grande y bonito por fuera pero cuando te dan las llaves a los tres días sales corriendo porque no lo soportas, pasas miedo, frío y te sientes totalmente fuera de lugar. Aunque la verdad es que si a mí me dejaran las llaves de un castillo transformaría totalmente el interior y me llevaría a todos los colegas de fiesta.
-Por edad viviste parte de la época de Nazario y los números que montaba con Ocaña por las ramblas de Barcelona.
-Entonces era jovencito pero estaba muy cerca de los cómics porque llevaba la comicoteca de mi barrio en la casa de la juventud y tomé mucho contacto con la gente de La Cúpula que me regalaban tebeos. De esa manera pude también conocer a Nazario y desde entonces mantenemos una cierta amistad. A veces nos vemos porque nos hemos dado cuenta de que tenemos muchas cosas en común. La diferencia es que él es más gracioso y yo soy como más soso. Lo considero un maestro.
–¿Y cómo recuerdas los tiempos del underground barcelonés que en tu época aún seguía coleteando y haciendo de las suyas?
-En Barcelona había una gran ebullición cultural y de todo tipo. Por un lado era una ciudad fantástica y por otro también peligrosa. Para mí el underground es la época dorada del cómic con publicaciones como El Rrollo Enmascarado, Star, El Víbora y Makoki. En aquellos tiempos se trabajaba en un formato pequeño, con historias cortas de dos, cuatro o seis páginas mientras que hoy las revistas se pueden dar por desaparecidas.

–¿Y cómo ves la evolución del movimiento LGTBIQ+ desde entonces hasta ahora?
-Hemos pasado de un principio en el que apretamos el acelerador, a parar hace algunos años y ahora da la impresión de que incluso vamos hacia atrás. De pronto volvemos a vivir el peligro en las calles y ha aparecido mucha gente desesperadamente homofóbica, transfóbica o LGTBfóbica, que parecen haber salido de las cavernas. No es que antes no los hubiera, es que les daba más vergüenza mostrarse como eran y no se atrevían mientras que ahora se sienten respaldados por la ultraderecha que los anima a salir con la cara descubierta.
–¿Crees que las nuevas generaciones valoran la lucha que hubo antes de ellos y que les ha permitido disfrutar de la libertad que ahora tienen?
-Mucha gente joven piensa que todo ha sido siempre así y hemos tenido las mismas libertades y derechos que ahora. No están interesados en ser reivindicativos, en luchar y no hacen nada porque se lo han encontrado casi todo hecho. Que alguien me diga que no tiene nada que ver con el Orgullo me toca mucho las narices porque si hoy puedes estar con tu novio por la calle sin que te peguen, si no te pueden echar del trabajo por ser gay, lesbiana, trans o adoptar un hijo… todo eso se ha conseguido gracias a los Orgullos, a dar la cara desde el año 1977 que fue cuando la gente salió por primera vez a las calles en Barcelona. Y eso parece que se ha olvidado.
–¿Y qué piensas de quitarle el “+” a las siglas LGTBIQ que ha aprobado el PSOE?
-No me parece bien porque creo que ese signo representa que dentro del movimiento cabemos todos y no sé por qué las compañeras feministas han tenido tanto interés en quitarlo. Se olvidan de que si hubiéramos ido por libre nunca habríamos llegado a nada. Este movimiento y esta reivindicación está donde está porque se ha contado con el apoyo de todos, incluso de los que no son como ellos. Creo que ese “+” abarca también a la intersexualidad o el binarismo e incluso puede referirse a los compañeros y compañeras heterosexuales que deberían ser nuestros aliados.
-Es curiosa esa transfobia en el movimiento feminista.
-Es algo que no he entendido nunca como tampoco comprendo la transfobia que existe dentro del colectivo porque precisamente las feministas han sido las primeras que deberían entender los problemas de las trans. Es como si dijeras: “Soy feminista, blanca y rubia y aunque tengamos las mismas ideas no te dejo que entres en mi movimiento porque eres negra”. Eso es algo que tristemente está al orden del día. Hay una serie catalana que se tradujo al español llamada Merlíen la que sale un personaje trans al que la profesora le dice que nunca llegará a ser una mujer de verdad, a lo que ella le responde: “Quizás no sea una mujer pero soy algo que usted nunca será, una señora”.
-Parece que ahora el foco se ha puesto precisamente sobre las personas trans, una vez que ser gay ya está bastante más aceptado.
-Eso ocurre porque están dando la cara. Antes eran aceptadas cuando se dedicaban a la prostitución y el resto del tiempo estaban encerradas en su casa sin molestar. Pero en cuanto han aparecido mujeres trans que son profesoras, abogadas, contables…
-Incluso diputadas…
-Por supuesto, también diputadas, no lo olvidemos, entonces es cuando empiezan a molestar. Es como lo que les ocurrió a los gays que sólo molestábamos cuando se nos veía dándonos un beso en la calle mientras que si una pareja hetero se meten mano en público parece normal. Pero que tú vayas por la calle de la mano con tu pareja o simplemente te des un pico con tu novio, eso es algo que no se acepta. Pues lo mismo ocurre con las trans que están bajo el foco desde que han empezado a ser visibles.
–¿Tú crees que es positiva tanta diversidad? Mucha gente de las generaciones anteriores prefería cuando todo era más simple.
-En los setenta prácticamente no se hacían diferencias y es verdad que mucha gente de mi edad critica la diversidad porque piensan que aquello era más fácil. Y les digo que si yo con casi sesenta y cinco años me he acostumbrado, no sé por qué no lo vas a hacer tú también. Todo es una evolución y las críticas que he oído me parecen muy débiles, todo lo que sea evolucionar me parece muy bien. Que exista una diversidad tan grande en el colectivo no implica que tú debas serlo. Aunque no te identifiques con una persona que se declara no binaria debes dejar que cada uno haga lo que quiera.
–¿En tu caso particular cómo ha sido el recorrido?
-Lo he tenido muy fácil porque soy un hombre gay, blanco, cis, de Europa occidental… así que he sido afortunado dentro de los problemas a los que podría haberme enfrentado si hubiera nacido en otro lugar y siendo de una raza distinta. Es triste pero es así.
-Recuerdo una película en la que el personaje que era de color decía: “Si eres negro y maricón, sólo eres maricón”.
-No sólo los negros. Junto a nosotros conviven desde hace siglos los gitanos y ocurre lo mismo. Si eres gitano y maricón sólo eres maricón. Y no estoy hablando de un personaje inventado, sino de un amigo que conozco en el que se basa un personaje llamado Diego que es gitano, gay y encima juega al fútbol. O sea, todo lo que se sale de la línea y por eso ha tenido muchos problemas. Es una persona real, incluso cogí su apellido. En la novela en la que aparece pongo que como en Barcelona hay muchas razas a veces se hace pasar por sirio o paquistaní.
Fotografías cedidas para la entrevista






