jueves, diciembre 25, 2025

Cielos Desclasificados: El Archivo Secreto del Ejército del Aire. Por Carlos Jesús Pérez Simancas

Durante más de tres décadas, el Ejército del Aire español registró con una disciplina constante y metódica, casi silenciosa, nacida del hábito y de la necesidad de comprender fenómenos que nunca logró explicar del todo. Entre 1962 y 1995, pilotos, controladores, personal de base y unidades de vigilancia aérea dejaron escritos informes técnicos, croquis, mediciones y declaraciones que permanecieron clasificados durante años. Cuando el Ministerio de Defensa decidió desvelarlos, el Ejército del Aire se encontró con un archivo singular: un registro riguroso de fenómenos aéreos no identificados, observado por profesionales formados y elaborado sin dramatismo, sin especulación y sin adornos.

Estos expedientes muestran una institución que, lejos de alimentar exageraciones, decidió documentar con precisión casi obstinada aquello que no encajaba en ninguna categoría aeronáutica conocida, consciente de que cada anomalía podía ser relevante para la seguridad aérea o para el conocimiento técnico acumulado. Cada informe revela una mezcla suave y persistente de responsabilidad, desconcierto y esa leve inquietud humana que surge cuando algo se aparta de lo previsto: luces que ascendían sin ruido, trayectorias imposibles, objetos que no aparecían en el radar y episodios que ningún manual permitía clasificar.

El primer caso oficial se produjo en San Javier en 1962, mucho antes de que los expedientes comenzaran a multiplicarse y de que el archivo adquiriera el peso que hoy tiene. Varias noches seguidas, personal de la Academia General del Aire observó una luz que parecía inmóvil sobre el Cabezo del Fraile. Lo extraordinario no era la luz, sino la forma de registrarla. Se midió con teodolito, se consultaron cartas celestes y se anotaron variaciones de intensidad. La luz volvió días después y se desplazó de forma que no coincidía con ningún objeto astronómico ni con tráfico aéreo. Con ese expediente comenzó un archivo que seguiría creciendo durante más de treinta años, alimentado por turnos de guardia interminables, vuelos rutinarios que a veces escondían sorpresas y noches en las que el cielo parecía guardar un pulso propio.

Años después, en noviembre de 1976, la base aérea de Talavera la Real vivió uno de los episodios más tensos del registro oficial. A las tres de la madrugada, los soldados de guardia vieron acercarse una luz silenciosa y variable que parecía observarlos desde distintos ángulos. Se activaron medidas de seguridad y se realizaron disparos intimidatorios. El capitán encargado reconstruyó después la secuencia y revisó los registros de vuelo y radar. Ninguna explicación encajó con lo observado, y el propio capitán dejó por escrito una incomodidad casi íntima, como si reconociera que hay momentos en los que la experiencia ya no basta para entender.

Ese mismo año, el cielo de Canarias se convirtió en escenario de dos episodios especialmente densos y persistentes en la memoria del archivo. El 22 de junio de 1976, múltiples observadores en Tenerife, La Palma, La Gomera y Gran Canaria vieron ascender desde el océano una enorme semiesfera luminosa, azulada y en expansión. Los croquis incluidos en el expediente muestran orientaciones coincidentes y un tamaño angular imponente. Meses después, otra luz ascendente dejó una estela en espiral sobre el archipiélago, visible durante varios minutos y desde distintos puntos insulares, algo que reforzó la impresión de que aquello no era un simple destello sino un fenómeno amplio y persistente. La importancia del suceso llevó al General Jefe de la Zona Aérea de Canarias a dejar una nota directa en el expediente, un gesto inusual que subraya el desconcierto institucional.

En julio de 1978, en Agoncillo (La Rioja), un soldado de guardia y dos mandos observaron durante varios minutos un objeto con varias luces blancas que avanzaba en silencio a baja altura y sin ruido apreciable. El expediente recoge discrepancias en la forma exacta del objeto, pero todos coinciden en que se trataba de un cuerpo luminoso estructurado que atravesaba el cielo de este a oeste. Ese mismo año, en Mazarrón se registró un fenómeno luminoso estudiado con croquis, análisis horarios y testimonios consistentes, una combinación poco frecuente que dio al incidente un peso especial dentro del conjunto documental.

En enero de 1975, en las Bárdenas Reales de Navarra, varios militares observaron un objeto luminoso desplazándose sobre el polígono de tiro. El expediente incluye mapas, estimaciones angulares y verificaciones cruzadas. No había maniobras previstas y no se encontró correlación con aeronaves propias o extranjeras.

En marzo de 1978, Alcorcón aportó un caso singular que llamó la atención por su carácter visual casi hipnótico: un objeto luminoso fue fotografiado y analizado técnicamente por la sección correspondiente del Ejército del Aire. Las conclusiones no lograron vincular la imagen a aviones, satélites ni fenómenos atmosféricos conocidos.

En noviembre de 1979, el Ejército del Aire registró el expediente más conocido y debatido del archivo: el incidente de Manises. Un avión comercial con destino a Canarias, con 109 pasajeros a bordo, se desvió a Valencia tras observar luces que parecían acompañar al aparato y no aparecían como tráfico conocido. Un Mirage F1 del Ala 14 despegó en misión de interceptación. Las luces, sin embargo, realizaron maniobras difíciles de encajar en el comportamiento de aeronaves convencionales y desaparecieron antes de ser alcanzadas. Semanas después, el radar de Madrid-Barajas registró ecos no identificados en la vertical de la capital, en un episodio que forma parte del expediente sobre los avistamientos de Valencia, Motril y Madrid de ese mismo mes de noviembre.

En febrero de 1980, durante un vuelo oficial en el que viajaba el presidente Adolfo Suárez observó una luz que se desplazaba paralela al avión durante parte del trayecto Alemania-Madrid. No correspondía a tráfico conocido y no apareció en el radar. Las anotaciones del expediente son precisas y reflejan la perplejidad de los pilotos.

A finales de marzo de 1980, Zaragoza vivió tres noches consecutivas en las que el cielo se comportó de un modo inesperado, obligando a revisar protocolos y miradas. Las luces descritas realizaban aceleraciones bruscas y cambios de dirección incompatibles con aeronaves convencionales. El expediente revisó ecos primarios sin encontrar correlaciones.

En julio de 1983, la costa de Vinaroz registró un fenómeno luminoso de trayectoria irregular sobre el mar que fue seguido desde la costa durante varios minutos. El informe recoge reconstrucciones, tiempos y trayectorias del objeto observado.

El último caso del archivo corresponde a febrero de 1995, ya en la etapa final del proceso de documentación sistemática, cuando un piloto que volaba cerca de Morón de la Frontera informó de un objeto ovalado, de color gris claro, que parecía estar estacionario y que, en el momento del cruce, aceleró a gran velocidad en rumbo opuesto y desapareció de su vista. El informe oficial sugiere como explicación más probable el reflejo de uno de los helicópteros que escoltaban una prueba ciclista cercana, visto a través de una microfractura del cristal de la cabina.

Al repasar el conjunto completo de expedientes aparece un patrón constante y claro. Ninguno describe sucesos fantásticos, sólo hechos observados por personal experimentado y registrados porque no existía una explicación aeronáutica satisfactoria. El Ejército del Aire no ocultó prodigios; lo que conservó fue incertidumbre. Esas dudas, escritas con sobriedad militar, recuerdan que el cielo mantiene cierto margen de reserva incluso ante quienes lo vigilan desde hace generaciones. Estos expedientes no prueban teorías ni alimentan especulaciones, pero sí confirman algo difícil de ignorar: existen fenómenos reales, observados y medidos, que permanecen sin explicación después de décadas.

Tal vez ahí resida su valor. No en lo que muestran de forma directa, sino en lo que dejan entrever con prudencia. Estos documentos recuerdan que incluso la institución que mejor conoce el cielo español encuentra límites en su capacidad para interpretarlo. Cada informe demuestra que, a veces, el día a día del vuelo y la disciplina militar se cruzan con algo que se aparta de lo habitual, y que la única reacción honesta es dejar constancia detallada de lo sucedido.

El Ejército del Aire no reunió este archivo para impresionar, sino para cumplir con una obligación esencial: registrar con claridad aquello que no podía explicar. Esa es, quizá, la clave más reveladora del conjunto. No busca convencer ni sostener teorías, sólo conservar hechos que desafiaron la experiencia de pilotos, controladores y técnicos.

Lejos del dramatismo, estos expedientes recuerdan una verdad sencilla y profundamente periodística: la realidad no siempre encaja en los márgenes que esperamos. Incluso los profesionales más preparados encuentran, a veces, fenómenos que quedan fuera de los manuales. Y el cielo, pese a décadas de vigilancia, sigue reservándose un espacio para lo imprevisto.

En ese territorio intermedio, donde lo conocido se mezcla con lo que aún no tiene nombre, el valor de estos documentos se hace evidente. No ofrecen respuestas cerradas, pero sí una certeza: hubo hechos observados, medidos y anotados con rigor que continúan sin explicación. Y esa persistencia, sobria y sin adornos, es quizá la mejor prueba de que todavía quedan preguntas abiertas en un cielo que nunca termina de revelarlo por completo.

Carlos Jesús Pérez Simancas

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