viernes, noviembre 22, 2024

Adrián Gómez opina sobre la película Hellboy

El personaje de Mike Mignola vuelve a ser llevado a la pantalla, pero esta vez el encargado no es el gran Guillermo del Toro, ocupado en culebrones acuáticos oscarizables, y a quien le tumbaron el proyecto de una tercera entrega por cuestiones de prespuesto.

Así las cosas, el director elegido es el más modesto Neil Marshall, autor de The Descent o Dog Soldiers en el género terrorífico, la postapocaliptica y gamberra Doomsday, o la briosa y Howardiana Centurion; gloriosos pastiches a los que habría que sumar el mejor episodio de la segunda temporada de Juego de Tronos, aquel del asedio en Desembarco del Rey, con fuego valyrio (no recuerdo el título, sorry).

Todo prometía, incluso el carismático protagonista David Harbour (el entrañable y bonachon sheriff de Stranger Things), y con el magnífico Ian Mc Shane (American Gods, John Wick), y cierto aire pulp, pues la trama mezcla el ocultismo nazi, el ciclo artúrico y un ritmo aventurero en tierras británicas. El prólogo medieval con la bella pero inexpresiva Milla Jojovich (El quinto elemento, Resident Evil) activa todas las alarmas, pues el tufo a piloto de TV espanta.

Luego, una aventura previa en México, donde se nos presenta al rojo protagonista. No se trata de un remake, sino de una secuela que se va viniendo abajo poco a poco. Al cameo de Thomas Haden Church (Spiderman 3) se le une el jaguar de Daniel Dae Kim (Hulk, Lost), pero los diálogos no funcionan, el humor es malísimo y los personajes entran y salen de la historia sin que lleguen a calar. Ideas geniales como la batalla con los gigantes, o el encuentro con Baba Yaga, un auténtico delirio a nivel visual y el momento más comic de todo el metraje, no ayudan a remontar un film fallido al que se le notan las tijeras en demasiadas ocasiones.

Se agradece el valiente intento, sin pretensiones y con un presupuesto ajustado, algo que no se puede decir de las despilfarradoras y horripilantes Venom, Aquaman o Shazam, pero le falta alma y no llega en ningún momento. Destacar la fotografía de los bellos exteriores ingleses y la sorpresa post- créditos, pero no es suficiente teniendo en cuenta las expectativas creadas. Se deja ver, y se olvida al instante. Lástima, pues podía haber sido algo grande.

 

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