sábado, noviembre 23, 2024

Adrián Gómez opina sobre la película Joker

¿Un viaje introspectivo a la locura? ¿Una disertación sobre los poderes facticos y la mediocridad autoimpuesta? ¿Una aproximación seria a un personaje con múltiples aristas y ocho décadas de historia? Joker es todo eso y mucho más.

Con una narración sobria y un ritmo arriesgado, se aleja del mainstream perteneciendo a él Arthur Fleck rie y llora, como el payaso triste de Carlos Areces en Balada Triste de Trompeta, esta mezcla de Alex de Large, Travis Bickle, Jean Grenoille y Mark David Chapman, atraviesa como una bala en la cabeza las convenciones de un personaje de comic. Entre Taxi Driver y El Rey de la Comedia, no es casualidad que el actor fetiche de Scorcese, Robert de Niro (aquí magistral y felizmente recuperado para la causa) encarne a Murray Franklin, showman de late night, ídolo primero y posterior víctima, que sirve de motor para que el payaso salte a la pista del circo. Un circo de madres enfermas, padres ausentes, novias fantasmas y chistes sin gracia.

La vida es un chiste y el Joker lo sabe. Tragicomedia que desemboca en el caos y la anarquía (a ritmo del Rock and Roll, de Gary Glitter y el White Room de los Cream) donde el payaso se erige en la luz, en el mensaje y el grito, y comprendemos que todo encaja, hasta él. Todos encontramos nuestro sitio y sabemos que él y el murciélago nacieron al mismo tiempo.

Todd Philips dirige con maestría, distanciándose de su putrefacta filmografía anterior (Starsky Hutch) a un incomparable Joaquín Phoenix, que nos regala otra de sus enormes interpretaciones (Her, En realidad nunca estuve allí) en aras de un futuro clásico moderno que constituye la mejor película de DC desde El caballero oscuro. Atención al logotipo de Warner de principios de los ochenta, con Impacto en las marquesinas e Eastwood en las pantallas.

Perfecta precuela de La Broma Asesina de Alan Moore, estamos ante una obra maestra. La tercera gran película americana de este año para un servidor.

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