viernes, noviembre 22, 2024

Adrián Gómez opina sobre la película La ballena (The Whale)

Intensa y emotiva, es The Whale (2022) el retorno por la puerta grande tras las estupendas e incomprendidas Noe (2015) y Madre (2017) de Darren Aronofsky. De origen teatral, casi una pieza de cámara, con no pocos puntos de contacto con la también arrebatadora El Padre, disecciona la figura de un profesor de inglés con obesidad mórbida, que bascula entre la autodestrucción y la redención, la discriminación y la recriminación, la gula y la culpa… y Walt Whitman y Herman Melville.

Encerrado en su casa, es visitado por un elenco de personas a lo largo de la semana (contexto cronológico del metraje); su amiga, asistenta y cuñada, un mormón perdido en todos los sentidos, en pos del Nuevo cielo, una hija rebelde y furibunda, que no perdona el abandono y posterior relación homosexual del autor de sus días, y la madre de ésta, excepcional Samanta Morton, protagonista además, de uno de los segmentos más afortunados del film. Todos configuran un relato descarnado, que destaca por su sobriedad narrativa…si bien peca de cierto academicismo, no es una película cómoda, ni carga las tintas en la sensiblería barata. Aronofsky deja que todo fluya, y otorga, además, y como ya hizo con Jennifer Connelly en Réquiem por un sueño (2000), Hugh Jackman en La Fuente de la vida (2006), Mickey Rourke en El luchador (2008) o Natalie Portman (2013),el papel de su vida a Brendan Fraser, en un perfecto One man show, alternando, además, con las escenas conjuntas con los intérpretes señalados, donde los diálogos y las emociones van de la mano, en uno de esos raros ejemplos de perfección cinematográfica, tan escasa hoy en día.


Mención especial para la b.s.o de Rob Simonen, y para la actuación de la pequeña Sadie Sink (Stranger Things), en el papel de su vástaga, y verdadero detonante del conmovedor clímax, donde director y actor tocan el cielo, en sentido literal y figurado, y dónde, Ahab y Moby Dick encuentran su destino.


La mejor performance de Fraser en toda su carrera, quizás desde Dioses y Monstruos (1998), que ya huele a Óscar, sea lo que sea que signifique eso.

Si no es una obra maestra, poco le falta.

Imagen promocional de la película

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