José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell
Editorial Crítica (Barcelona), 2023.
Atapuerca, un conjunto de yacimientos arqueológicos y paleontológicos ubicados en Burgos, es un hito en el estudio de la evolución humana en la Península Ibérica. Conocido desde finales del S.XIX su contenido paleontológico cuando la construcción de una vía férrea para dar salida a los minerales extraídos de la Demanda, cortaron en dos la Sierra de Atapuerca, en lo que actualmente se conoce como la trinchera. Sin embargo, hay que esperar hasta los años 60 del S.XX para que comiencen las investigaciones modernas y, sobre todo, con la intervención del profesor Emiliano Aguirre a partir de 1978, que pone de manifiesto que, además de restos faunísticos entre sus estratos hay restos humanos. En 1990, con la jubilación de Aguirre, la dirección de la investigación pasa a manos de Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, siendo estos dos últimos los redactores del texto analizado.
Han sido numerosas las publicaciones de artículos y libros sobre los hallazgos de Atapuerca, algunos verdaderos hitos editoriales como La especie elegida (José Luis Arsuaga e Ignacio Martínez), hace ya más de 25 años y que sigue atrayendo a los lectores y lectoras interesados en la evolución del ser humano. En este contexto, ¿era necesario un nuevo libro sobre Atapuerca? Por lo visto sí. A sabiendas de esta realidad, los autores del presente volumen aportan su visión personal como codirectores de las excavaciones realizadas en este conjunto de yacimientos. Realmente, no estamos ante un libro en donde se tenga la evolución humana, como puede engañarnos el título, sino sobre la historia de la investigación llevada a cabo para definir una nueva especie, el Homo antecessor y su posición dentro del cuadro evolutivo de la humanidad.
Con un lenguaje coloquial, en ocasiones muy coloquial y con diálogos muy impostados, asistimos a una narración en donde nos percatamos hasta qué nivel el ego y las envidias juegan un papel fundamental en los saberes científicos. A pesar del aurea de objetividad con que se suelen arropar los científicos, como intelectuales de su saber que buscan la verdad y el conocimiento, lo cierto es que son personas y, como tales, actúan como el resto de seres humanos. A lo largo del libro encontramos ejemplos por doquier de esta situación. Así, se nos narra la casi depresión que sufren cuando descubren que un equipo británico había publicado antes que ellos posibles restos del antecedente más antiguo del ser humano en Europa y, como la respuesta fue redactar inmediatamente un trabajo para demostrar que los fósiles hallados en Atapuerca no solo eran más antiguos que los británicos sino incluso ese “eslabón perdido” que dio lugar a la humanidad actual (hay que señalar que eslabón perdido es un concepto acuñado desde hace muchos años en el estudio de la evolución humana y que se ha aplicado a numerosas especies en distintos momentos temporales; sin embargo, no puede existir un eslabón perdido pues la evolución no ha sido lineal en el sentido de una sucesión de especies de más antiguas a más modernas). Estas envidias provocaron que se rechazara la colaboración de todo un equipo de geólogos alemanes que podían haber hecho que la investigación avanzara con mayor rapidez en el proceso de determinar las fases cronológicas de los diversos estratos, y se rechaza esta colaboración porque temían que se perdiera el control de la investigación; como si fueran señores medievales, defendían con celo su pequeño feudo. No se valoraba el conocimiento en sí sino ser el primero en una supuesta competición despiadada. No se colabora, se compite; no se debate, se discute.
A esto hay que añadir el afán de protagonismo de los autores del texto. En un momento dado, durante la campaña de 2002, los trabajos vinieron determinados por la necesidad de evitar que parte del yacimiento de la Gran Dolina se viniera abajo con lo cual se tuvo que dedicar equipos y tiempo a rebajar los estratos superiores vacíos en cuanto a material humano fósil para reducir el peso de los mismos. Eso supuso que se quedaran sin tiempo para excavar el nivel más fértil, el conocido como Estrato Aurora. Sin embargo, los directores de la excavación, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell decidieron que esa campaña sería un gran fiasco, máxime cuando habían convocado una rueda de prensa adías vistas para enseñar los logros conseguidos; así, presionaron al equipo de arqueólogos para realizar una cata profunda e intentar encontrar un fósil llamativo. Trabajaron a destajo a toda prisa e incluso por la noche, con lo que supone de pérdida de visibilidad a pesar de contar con iluminación eléctrica, y no pararon hasta que hallaron parte de una mandíbula (etiquetada como ATD6-96) que presentar en la rueda de prensa. Obviamente, se habían saltado todos los procedimientos, lo que explica el mal humor no disimulado de su equipo pues habían actuado al modo de arqueólogos del S.XIX que destruían todo para lograr una pieza espectacular con la cual cubrirse de gloria. De esta manera, por lo visto, se construye el saber científico.
Y si algo destaca en el libro es la ausencia del otro codirector del Proyecto Atapuerca, José Luis Arsuaga, citado en alguna ocasión, pero inexistente en las excavaciones y eso a pesar de que durante años ha sido la cara pública de esta investigación, prodigándose en televisión, radio y prensa, y dando numerosas conferencias a lo largo de todo el país y el extranjero. No aparece ni cuando los autores del texto van a congresos a exponer los últimos logros de Atapuerca ni en el proceso de establecer Homo antecessor como nueva especie de hominino (solo recogen dos artículos suyos como autor principal en la bibliografía del libro). Una ausencia que llama mucho la atención en esta crónica en estilo épico del proceso de excavación e investigación de Atapuerca.
Este libro, su único valor reside en enseñar los entresijos de la investigación, los aspectos más humanos (a veces, demasiado enfangados en luchas cainitas), que será importante para los historiadores de la arqueología en España, pero que es de poca ayuda a quien quiera acercarse al estudio de la evolución humana. Un libro que, aunque pretende tener carácter divulgativo, no sirve para el público en general.