Enésima revisión del sueño americano y la superación personal. La historia de las hermanas Williams, y su aleccionador Padre (fotocopia desvaída de JK Simmons en Whiplash y Jorge Bucay) y su camino a la gloria. Se pretende un discurso de reivindicación racial y queda un panfleto indigesto que no transmite ni emoción en casi tres horas. Interminable, soporífera y pretenciosa, este telefilm de sobremesa es el Bohemian Rhapsody del deporte. Una estafa cinematográfica de proporciones épicas (no por sus logros artísticos sino por su simploneria y falta de vergüenza como producto prefabricado y oscarizable). Un somnoliento (o de resaca) Will Smith, con cara de Hancock en todo el metraje, interpreta (o así) al King Richard del título original. En plena revuelta de Rodney King, se lamenta de haber padecido al KKK (Ku Klux Klan), a la policía racista y a los delincuentes locales (que no le dejan utilizar sus canchas y piropean a su prole). Relato sobado de tópicos donde aparecen fugazmente Tony Goldwyn (Ghost) y un John Bernthal (Lobo de Wall Street) y con un anticlimax que es el partido contra Arantxa Sánchez Vicario sin él más mínimo suspense… y eso es todo. Eso sí, este film cierra dos trilogías; la de la autoayuda de su protagonista (junto con las lacrimógenas En busca de la felicidad y Siete Almas), y la de los Óscars al mejor actor principal «By The fucking face»; Crowe por Gladiator y Rami Malek por el Karaoke falaz.
Y todavía hay gente que se queja por los galardones a Rocky y Kramer contra Kramer. En cuanto al príncipe de Bel Air, hay que reconocer que, gracias a este artefacto, logra la performance de su carrera…y no es otra que el desatino escénico y sonrojante de la última edición de la entrega de premios. Que lejos quedan los tiempos de Ali…
Imagen en portada promocional de la película