Western carnal donde los haya, la última versión del forajido ausie, adquiere tintes de nihilismo punk y poesía existencial. En las antípodas (nunca mejor dicho) de las anteriores versiones, se ahonda en las implicaciones psicoanalíticas del personaje, criado en un entorno salvaje…y no hablamos de la árida tierra en la que le tocó crecer..la figura trascendental de la madre y su camada, prefigura la senda vital del infante Ned Kelly. Basada en la novela de Peter Carey, este curioso y experimental film se aleja bastante de la primera versión cinematográfica de 1970, protagonizada por Mick Jagger, y dirigida por Tony Richarson. Aquel fue un largometraje en aras de la contracultura de la época, épica campestre con aire subversivo, con un Rolling Stone al frente, por si no quedaba claro. Folk contestatario pues, totalmente opuesto a la versión de 2003, interpretado por Heath Ledger ,y con Orlando Bloom de comparsa. Se le aporta un interés romántico con el personaje de Naomi Watts, y el enfoque es más comercial, convirtiendo al fuera de la ley en una suerte de Robín Hood en contra de los colonizadores británicos. Tampoco lo acompañó la aceptación popular. Nada de eso hay en la película que nos ocupa, de las damnificadas en la pandemia, congelada y estrenada de tapadillo, hace un año, al igual que otras como Capone (crítica en Culturamanía) o Greyhound (próximamente).
George McCay (Captain fantastic, 1917) encarna con convicción y entrega al fuera de la ley en su etapa adulta. Cabalga por tierra quemada, entre árboles grises, reflexiones mesiánicas y una filosofía vital que bascula entre el orgullo de estirpe, la dignidad familiar y la idiosincrasia Mansoniana. Ésto es, un clan en que el rol femenino ocupa un lugar importante. Madres, hermanas, novias… sometidas y relegadas dentro y fuera de la ley. Un lugar repleto de coyotes, con almas tan agrestes como el páramo que los rodea. Desde el rudo general, a cargo de Charlie Hunham (Papillón, Z, la ciudad perdida), hasta el extorsionador agente de la ley , interpretado por Nicholas Hoult (Mad Max: Fury Road-, Tolkien). La brutalidad también impera en el papel de Russell Crowe (Máster and Commander), verdadera pieza tutelar del infante, en ese viaje iniciático, cuyo clímax, entre balas con armadura, rompe con todo lo anterior. La narrativa, con un montaje entre elíptico y alucinógeno, a caballo entre Malick y Winding Refn, se impone con un estilo muy parecido a la versión de Macbeth, de su director Justin Kurzel (también director de Assassin Creed; de Shakespeare a los videojuegos, de lo sublime a lo ridículo), configurando una obra personal y a contraley… exactamente como el personaje. Muy buena.