Resulta sorprendente que una película cuyo título se hace tan difícil de recordar (¿dónde quedó aquella práctica tan… práctica por parte de los distribuidores españoles de cambiar el título a según que películas americanas para hacerlos más comerciales?) sea capaz de atesorar una cantidad inabarcable de secuencias memorables y, al mismo tiempo, de contestar con aplastante honestidad a la que seguramente es la gran pregunta para el cinefilo de a pie, que se resume en la irritante ‘¿cual es tu película favorita?’
Nicolas Cage responde a Javi (un Pedro Pascal quien se erige de manera rutilante en el alma de la cinta que nos ocupa) con una disertación con tintes poéticos, y casi fuera de cámara durante un precioso plano que captura el atardecer en la isla de Mallorca, con esa sinceridad que sólo provenir de quien sabe lo irrelevante que puede llegar a significar haber gozado de status de celebridad en Hollywood.
El insoportable peso de un talento descomunal es una cinta que en las actuales circunstancias no debería haber llegado a salas comerciales. Y sin embargo, el mero hecho de que en los tiempos que corren uno tenga la posibilidad de pagar la entrada para ver una película de estreno en la que Nicholas Cage es el primer nombre en los créditos arrojan esperanza ante la posibilidad de que más anomalías de este calibre puedan seguir arañando algo de taquilla como para que los esfuerzos de las distribuidoras independientes sigan valiendo la pena.
La cinta dirigida por Tom Gormican (nombre hasta ahora ignoto para quien suscribe) fusila con rotundo acierto la estructura que tan buenos resultados ha dado en obras comerciales de indiscutible culto como ‘Héroes fuera de órbita’ (Galaxy Quest, 1999) o ‘Tropic Thunder: Una guerra muy perra’ (Tropic Thunder, 2008). Las limitaciones presupuestarias de su segundo largometraje (que Gormican sortea con la inusitada habilidad de un curtido veterano) llevan a limitar el dramatis personae a una suerte de minimalismo que permite justamente disfrutar de uno de los estudios de personajes más hilarantes de cuantos se han visto en pantalla grande en los últimos años.
Porque no sólo Nicholas Cage es consciente de la inmensa broma en la que está embarcado, abrazándola con todo el amor de un artista en el más absoluto de los ocasos. La elección de Pedro Pascal para la contraparte no puede ser más apabullante por tratarse de un actor en la más arrogante cima de su carrera, sumando éxitos casi ya sin proponérselo, y a quien le toca convertirse en el ‘personaje de la audiencia’ para expresar de manera constante y creíble la infinita admiración por la figura de Cage y lo que representa para aquellos que nos criamos con su cine. En estos mimbres se va gestando sin duda la que es la buddy movie que a todos los hijos de los 80 nos faltó por alquilar en el videoclub para sentir que la experiencia había sido completa, y fruto de ello, asistimos a la experiencia de dos hombres que durante todo el tiempo que comparten pantalla se profesan verdadero amor. Un amor como sólo pueden entender dos amigos que han sido traspasados por la magia del Séptimo Arte.
Y he aquí que la película hace su pirueta del más difícil todavía (aquellos que no quieran ser sorprendidos mejor no sigan leyendo) logrando que El insoportable peso de un talento descomunal se adscriba a la teoría de que una película es tan buena como lo es su principal villano. Pues bien, he aquí que entra en juego nada menos que Paco León, quien se revela en el momento oportuno y de manera sorpresiva como la figura que amenaza el bromance entre Cage y Javi. Siendo francos, no es que León nos de una lección interpretativa, pero uno palpa el entendimiento entre actor y director para ir añadiendo piezas al personaje a medida que la trama avanza, con admirable sutileza, llegando al punto en que Paco León llega a dar auténtico miedo. Resulta sorprendente que su presencia en el cartel promocional de la película sea del todo inexistente, tratándose precisamente de quien aporta toda la emoción del frenético tercer acto del filme.
El insoportable peso de un talento descomunal es de esas películas que, como le sucedió a Blade Runner o a Tron hace 40 años, acabará encontrando su audiencia fiel con el paso del tiempo y será reivindicada en su justa medida. Mientras tanto, a los pocos que hemos podido disfrutar de ella en la butaca de una sala de cine, nos queda la misión de extender la palabra. Porque no ha habido estrella que represente lo que significa caer desde el acantilado y volver a levantarse como Cage muestra en los pliegues más intimistas de esta cinta (los fans de ‘Paddinton 2’ van a romperse las manos aplaudiendo llegados un par de momentos claves de la historia) y esta película es el testamento más sentido y una más que cálida despedida a un tipo de cine que sólo tiene ya cabida en las catarsis nostálgicas de una generación que, de manera inexorable, cabalga hacia la puesta de sol.
Pedro J. Mérida
Imagen en portada promocional de la película