jueves, marzo 6, 2025

Libre de nosotros mismos y de nuestra leyenda: A Complete Unknown. Por Manuel García de Mesa

Libre de nosotros mismos y de nuestra leyenda. A Complete Unknown (eeuu, 2024), de James Mangold.

Por Manuel García de Mesa

1. LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO.

En un momento de A Complete Unknown, un joven y emergente Bob Dylan (formidable la camaleónica composición de Timothée Chalamet en la doble dimensión fisionómica y fonética) entra en el escenario del Newport Film Festival de 1964. El músico comparece ante el (masivo) público incondicional, poblado de jóvenes que hacen el amor no la guerra y adoran la autenticidad y sencillez de la música que envuelve tan solo a un hombre o una mujer y a su guitarra. Fundado por Pete Seeger (no menos memorable composición de ese gran actor que es Edward Norton), el referido festival de Rhode Island constituye el centro neurálgico de la música Folk. A Dylan lo preceden Joan Báez (extraordinaria Monica Barbaro, finalista al Óscar por su interpretación), que ha cantado uno de sus temas más reivindicativos, y Johnny Cash (sorprendente y sobresaliente Boyd Holbrock, que toma el relevo de Joaquin Phoenix), que acaba de llegar al festiva como una fuerza de la naturaleza. Seeger le pide permiso a Dylan para pasar al músico con su guitarra y su trio antes que a él. La legendaria figura oriunda de Minnesota no tiene ningún problema al respecto. 

Báez gusta. Cash enloquece. Pero Dylan es otro nivel. Entra ante la audiencia con una de sus nuevas canciones: The Times They Are A-Changin’, de su tercer álbum del mismo nombre publicado en ese año de 1964. El crescendo que le concede el joven Chalamet a su personaje en la secuencia, resulta prodigioso, en consonancia con la evidente concepción de la canción como una suerte de himno de su tiempo que refleja los evidentes cambios que se están viviendo a lo largo de la enorme geografía del país. El performance del tema musical, el proceso en el que va cautivando al público, eufórico ante la nueva composición poética de un artista sin igual, se mezcla con el rostro en pleno éxtasis de Pete, de ojos humedecidos, emocionado por los versos, por la comunión del público y por lo apropiado de una canción, llamada a conectar con el reivindicativo sentir de una sociedad en profundo cambio, que cuestiona la autoridad y critica a sus dirigentes. Demoledor igualmente es el rostro de Sylvie Russo (excelente composición de Elle Fanning, una actriz a la que no se le ha reconocido su plena valía y que realiza una composición cargada de sensibilidad) en la misma secuencia, pues refleja todo lo contrario. La joven ha acudido al festival con Dylan, de quien está profundamente enamorada y enganchada emocionalmente, pese a la complejidad que supone mantener una relación con él. La joven pasa de un semblante relajado y festivo, a erigirse en la representación del dolor emocional más intenso, transmitiendo la sentida insignificancia que la joven siente que ocupa en la vida del artista. 

La secuencia, en definitiva, excelente, se construye con la esencia de este soberbio filme: Ascenso, influencia en la comunidad musical, impacto en la sociedad y cierta devastación para quienes intentaron acercarse afectivamente al artista.  

El filme, junto con Wicked (EEUU, 2024), de Jon M. Chu, prácticamente la única representación de los grandes estudios en la 97 ceremonia de entrega de premios Óscars (1), está magistralmente aderezado con sucesos notables de la política y la vida de la sociedad estadounidense de los años 60. Desde la gestión de los misiles que Rusia trasladó hacia Cuba, a la guerra de Vietnam, pasando por los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy y de Malcom X, así como por las marchas en Birmingham, Alabama, o sobre Washington, por la igualdad de derechos de la población negra.

Escena de la película

2. UN DISCO QUE ERA “LA MÚSICA DE OTROS”. 

Los filmes en torno a la vida y obra de grandes músicos y cantantes del siglo XX, se prodigan como setas entrado el nuevo milenio. Sin embargo, siempre han estado ahí. Desde los años 40 y 50, las vidas de Cole Porter, Glen Miller, el pianista Eddie Duchin, fueron llevadas al cine con todo lujo de medios. Como decíamos, en estos “días extraños”, que diría Jim Morrison, probablemente demandando la necesidad de referentes y de cierto liderazgo, el público cada vez más escaso que acude a los cines, necesita ver como los grandes ídolos incontestables del imaginario colectivo, propios o de sus padres, llegaron a serlo realmente, el proceso hasta la gloria, así como aquello que se quedó por el camino. 

En esta línea, coinciden desde hace algunos años regularmente en cartelera, prolíferos filmes que abordan figuras históricas, dioses de la música, en retratos Bigger than life. Una característica que ya se puede aventurar es la siguiente: por un lado, está la generalidad de los filmes sobre cantantes y miembros de grupos musicales, habitualmente mediocres, y aparte, en lugar destacado, están los dos excelentes biopics dirigidos por uno de los artesanos más interesantes de Hollywood, James Mangold. Artesano en el sentido más clásico del término, pues su versatilidad es la de los realizadores del período clásico. Del mismo modo que hace un western, dirige otro filme sobre el arqueólogo Indiana Jones, o acerca del “mutante” Lobezno, en la mejor de sus plasmaciones en pantalla. En La Cuerda Floja (Walk the Line, EEUU, 2005), fue un filme escrito por su director con la fallecida en 2015 Gil Dennis. Era un filme modélico construido en torno al cantante Johnny Cash (Joaquin Phoenix), enfocado primordialmente en su relación con June Carter (ganadora de un premio de la academia Reese Witherspoon). Pues bien, este filme, y A Complete Unknown, sobre la figura de Bob Dylan, sobresalen holgadamente, como decíamos, entre las biografías dedicadas recientemente por ejemplo a Freddy Mercury, Elton John, Bob Marley, o Amy Winehouse. Filmes que no logran remontar los excelentes documentales existentes sobre las figuras que abordan, y que suelen ser demasiado “blanqueadores” y por tanto inexactos con los iconos abordados, más allá de reconocer ciertos esfuerzos por parte de los intérpretes. Las inexactitudes históricas o biográficas, no tienen por qué ser necesariamente un inconveniente, pues el cine debe sentirse libre y respetar sus propias reglas narrativas. Para ello es evidente que los propósitos dramáticos deben priorizarse sobre un escrupuloso rigor histórico. El gran problema real de estas biografías es que carecen de “alma” y sus recursos narrativos suelen ser muy limitados o convencionales. Una excepción puede ser Better Man (Reino Unido, 2024), de Michael Gracey, que aborda de un modo aparentemente original (Robbie Williams con rostro de simio), y con algunas impactantes filigranas con la cámara, aunque definitivamente, salvo algunos momentos aislados, sigue los estertores de este tipo de films. 

Los dos largometrajes, de 2005 y 2024, prácticamente comparten período musical, los años 60 del siglo XX. Comparten un escenario específico, el de la música folk. En ambos filmes se hace referencia a la correspondencia epistolar mantenida entre Johnny Cash, protagonista del filme de 2005, y Bob Dylan, protagonista del de 2024. Por muy poco Mangold ha creado una especie de “universo compartido” o “metaverso” de cantantes legendarios, que se convierte en vasos comunicantes entre ambos filmes.

Se ha dicho ya hasta la extenuación que, como ocurría con los filmes de la británica Winehouse o el jamaicano Bob Marley, al haber grandes documentales sobre sus figuras, que ambas películas palidecen al respecto, cosa que es cierto respecto a los filmes sobre ambas figuras. En ese sentido, quizá por cierta inercia, se ha afirmado categóricamente que lo mismo ocurre con A Complete Unknown. No podría estar en mayor desacuerdo. Sobre Bob Dylan no es que exista un solo documental emblemático sobre su figura. Es que hay varios memorables. Ello, como veremos, no es óbice para que el visionado del filme constituya una experiencia memorable. 

El maravilloso documentalista D.A. Pennebaker filmó en 16 mm el seguimiento del artista de Minnesota en su gira británica de 1965 en Don’t Look Back (EEUU, 1967). Martin Scorsese, cineasta dotado de un oído y un variado gusto musical que impregna y recorre toda su obra, nos ha ofrecido dos documentales extraordinarios acerca de la figura de Dylan. No Direction Home: Bob Dylan – A Martin Scorsese Picture (EEUU, 2008), constituye todo un recorrido por su trayectoria vital, de más de 200 minutos de duración, con su voz y presencia como hilo conductor. El documental está trufado con cuidadas imágenes rescatadas de época, combinadas con entrevistas y actuaciones inéditas. El cineasta italo-americano reincidió en la alargada figura del músico con Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese (EEUU, 2019), una magnifica acta notarial, producida por Netfilx, acerca de la gira de 1975 y 1976 del músico, acompañado por gente como Joan Baez, T-Bone Burnett o Mark Ronson. También posee candentes entrevistas y actuaciones. 

Pero es que, además, ya existe un filme extraordinario, abordado por uno de los cineastas actuales más creativos, Todd Haynes, cinéfilo y sibarita musical, como Scorsese. I’m Not Here (EEUU, 2007) abordaba los momentos más intensos en la vida de Dylan con siete intérpretes de primer orden abordando el papel según qué instante de la vida del cantante conquistaba la pantalla.

El cineasta Cameron Crowe, finalmente, cuando construyó se decepcionante remake de Abre los Ojos (España, 1997), de Alejandro Amenábar, llamado Vanilla Sky (EEUU, 2001), tan sólo fue capaz de otorgarle un detalle original a su visión al pie de la letra de la trama original. El detalle novedoso tiene que ver con la portada del segundo disco de Dylan, The FreeWheelin’ Bob Dylan, de 1963. Ese mundo alternativo prediseñado para el millonario protagonista de rostro desfigurado (Tom Cruise en la versión de Crowe, sustituyendo a Eduardo Noriega en la versión original), posee un atardecer con unas tonalidades y contornos de edificios, claramente inspirados en la portada del referido LP de 1963.

La sensación que invade con A Complete Unknown, a diferencia de otros filmes biográficos, no es la de ver “un disco con la música de otros”, parafraseando a Sylvie respecto al primer disco del artista, como sí puede ocurrir con la mayoría de los filmes estrenados acerca de los referenciados. Los artífices de este modélico filme, se han esforzado en rezumar autenticidad, pese a los ilustres antecedentes expuestos, y en construir un filme modélico a nivel visual y narrativo, además de cuidar muchísimo las interpretaciones, no sólo de las líneas de diálogo, sino también de las canciones. El empleo de la numerosa música, más de cuarenta temas musicales recorren los 142 minutos de metraje, se refleja en su dosificación y el empleo de las mismas, para hacer avanzar la narración. Todas estas circunstancias, confabulan un glorioso resultado, en opinión de quien escribe estas líneas.

Escena de la película

3. DE COMPLETO DESCONOCIDO A DESTELLO DE UN NUEVO MUNDO.

El reto de Mangold era complejo, por tanto. Para muchos no aporta nada nuevo existiendo todo este material previo. Sin embargo, A Complete Unknown, a juicio de este humilde cronista, constituye una fascinante experiencia sensorial, que te sitúa como espectador en los cafés y pubs de Greenwich Village, o en las sesiones del Newport Folk Festival, con similar ilusión y pasión (al menos provocando la consciencia de su existencia), que vivía el público de entonces. 

El fenómeno imperante de la música tradicional americana se explica maravillosamente. En la junta directiva de ese legendario festival, está Alan Lomax (Norbert Leo Butz), figura clave de la música popular. Procede a regrabar canciones clásicas, interpretadas en iglesias, o en garitos neoyorkinos. Como le explica Sylvie a Dylan, cuando se conocen en una iglesia, Lomax está a cargo el archivo estadounidense que supone un censo de voces y artistas de la música popular americana. Al mismo tiempo, algunos sellos discográficos, conscientes de éxito entre el público, antes de la “invasión británica” (con los Beatles a la cabeza), emplean a las nuevas voces, los nuevos talentos, de las que anteponen el “repertorio tradicional” a las novedades que las personalidades de los músicos pueden ofrecer. Ahí es precisamente donde se establece el conflicto narrativo de A Compete Unknown respecto a Bob Dylan, un espíritu libre imposible de encapsular en una caja de música.  

El realizador y su guionista se las arreglan para poner de relieve maravillosamente, no sólo que Dylan era un letrista excepcional, sino como irrumpieron sus versos y su música en la época perfecta para ello. La ubicación temporal entre 1961 y 1966 hace que el filme recorra un vertiginoso y significativo período en la vida del artista, pero también en la sociedad estadounidense. La llegada a Nueva York, en la parte trasera de una camioneta mientras compone una de sus canciones, llamadas a ser míticas en cuestión de tiempo, su irrupción en el representativo barrio musical de Nueva York, con su bufanda, “gorra a lo Huck Finn” (como lo define un crítico musical de la revista Time), su guitarra y la mochila. Todo lo que el artista posee y necesita en la vida viaja con él. El filme se ocupa igualmente del ascenso del artista en el endogámico ecosistema de la música Folk y apunta su impacto en la música popular. El cambio de dirección de la figura hacia otras olas o estilos musicales, que le llevan a querer liberarse de ciertas servidumbres o imposiciones de la música tradicional, y el inicio hacia la construcción de su propia y personal leyenda musical, cierra este memorable filme. 

El material de partida del guion de A Complete Unknown es la novela de Elijah Wald, que posee el gráfico título de “Dylan goes electric! Newport, Seeger, Dylan and the Night That Split the Sixties”, es decir, el (simbólico) tránsito de la guitarra de cuerda, digamos tradicional, a la guitarra que emite los electrónicos sonidos que invadirían todo en años venideros y sería clave en las derivas del rock and Roll, la música Pop, el Blues o el Heavy Metal. El libro de Wald, por tanto, aporta la perspectiva y esencia necesarias para el específico abordaje que pretende este soberbio filme. 

Pero es que además Mangold afronta este viaje con uno de los grandes guionistas de Hollywood, crítico de cine antes de escritor. Alguien que estuvo allí, para ver el flamante ascenso del artista. Jay Cocks no sólo presentó en una fiesta en su casa a Robert de Niro y a Martin Scorsese. Su colaboración con el cineasta italoamericano deviene en legendaria por derecho propio. No sólo se articula en tres de los más grandes filmes de la extensa carrera de Scorsese, La Edad de la Inocencia (The Age of the Innocence, EEUU, 1994), Gánsteres de Nueva York (Gangs of New York, EEUU, 2001) y Silencio (Silence, EEUU, 2016). Es que Cocks ya está presente en un trabajo esencial de Scorsese cuando era estudiante de la universidad de Nueva York. En Street Scenes (EEUU, 1970) un grupo de estudiantes de la referida universidad filmaron ingente material en 16 mm sobre las protestas contra la guerra de Vietnam en la gran manzana y Washington ya configura su presencia en indisoluble a la trayectoria del artista italoamericano (2). Street Scenes también vinculan a Cocks con aquellos días de cambio veloz según narra la magnífica canción de Dylan. 

A Cocks se deben instantes como el descrito al comienzo del filme, o ciertos momentos asociados a Báez, como su presentación en medio de una de sus canciones más famosas que promueve la justicia social (apartando el micrófono para rematar las estrofas de su lírica exclusivamente con su timbre de voz), o el bellísimo instante que la joven, un tanto perdida por el Greenwich, va a parar, atraída por la música, al pub Gaslight. Allí, bajando las escaleras desde la calle, observa fortuitamente al joven Dylan (que ha alabado su música y belleza en una secuencia anterior), mientras ahora es éste quien canta una canción reivindicativa tan del gusto de la joven. La secuencia no transcurre en cualquier momento. Este inesperado encuentro, ocurre en uno de los 13 días de la crisis de los misiles cubanos que a punto estuvo de culminar con la tercera guerra mundial. Ambos jóvenes se miran. Ella entrando y él en el escenario. Dylan concluye su canción. Son tiempos oscuros. Buscad a quien amar. La joven toma la iniciativa y lo besa apasionadamente. También la presentación de Seeger, compareciendo con su abogado en un tribunal Federal, ante un implacable juez tuerto, a punto de dictar la (dura) sentencia contra el artista que precede a su condena por parte de un jurado por delito de desacato al Congreso de la nación, después de cierto encontronazo con un congresista conservador de Luisiana. Una buena canción solo puede hacer bien, refiere Seeger ante el taciturno magistrado, que no le permite el extravagante gesto de cantar su “tema musical sanador” en la comparecencia judicial.

Más bondades del texto firmado a cuatro manos entre Cocks y Mangold vienen dadas por el estrecho vínculo que se crea entre Dylan con el legendario Woody Guthrie (3), interpretado maravillosamente por Scoot McNairy, en un performance casi en silencio, sumido en su grave enfermedad y confinamiento en el hospital Greystone de New Jersey. Allí Dylan lo conoce, lo visita con cierta regularidad y se despide de él, en silencio, escuchando una canción del enfermo, en uno de los instantes más metafóricamente desgarradores del cine contemporáneo, donde el joven artista trata de devolverle al veterano convaleciente, su armónica, pero éste le hace un gesto con el puño cerrado para que se la quede, como muestra de cierto relevo generacional. Ese final del filme, con el artista en su motocicleta, después de despedirse de Guthrie (en silencio, oyendo música, con gestos), constituye una bellísima metáfora del viaje de Dylan hacia otras exploraciones musicales, tan importantes como el Folk que lo vio nacer en la completa carrera de un artista sin igual, que está de gira por EEUU en 2025.

Por otra parte, la relación de Dylan con Báez, está trazada maravillosamente, como la que el joven tiene con el propio Seeger, todo un mentor en los inicios de su carrera. Lo mismo puede decirse de esa correspondencia epistolar con Cash, que se intuía en la película mencionada de 2005. Todos estos detalles configuran un ecosistema apasionante, magníficamente planteado y desarrollado. 

El filme deja perfectamente claro que a Dylan no se le podía encorsetar en un movimiento musical, ni tampoco en la música folk o tradicional americana, que fue su práctica, su universidad de la vida, y a la que debe probablemente su carrera, pero también su punto de partida, su pista de lanzamiento hacia la leyenda musical, que necesitaba otras direcciones, otras perspectivas, que el artista continúa explorando en la actualidad. 

Escena de la película

4. SIGNIFICATIVA BALADA DE ELEGÍA Y MUERTE. NO PIDAMOS LA LUNA, TENEMOS LAS ESTRELLAS.

La inmensa y creativa generosidad de Bob Dylan que en el filme puede verse con el regalo a Joan Báez de la canción It’s blowin’ in the wind, se reflejó en el cine no mucho después de los años en los que transcurre A Complete Unknown. En 1973 se estrenó el soberbio filme de Sam Peckinpah, Pat Garret y Billy the Kid (Pat Garret & Billy The Kid, EEUU, 1973), obra cumbre del western crepuscular. Si la amistad y lealtad traicionadas era uno de los temas de su director, en esta ocasión, el cineasta con sangre indio-germana por sus venas construye un Western sobre esa premisa. El director Sam Peckinpah lo tiene claro, cuando a principios de los años 70, aprovechando el crédito obtenido con Grupo Salvaje (The Wild Bunch, EEUU, 1969), puede rodar para Metro Goldwyn Mayer este western memorable, el más personal de todos cuantos filmó, en una época de importantes revisiones de los géneros en el cine estadounidense, donde los personajes están claramente desplazados en un tiempo que ya no les pertenece. Unos tratan de adaptarse a lo que viene, otros se resisten a ello. Los tiempos han cambiado, pero Billy no tiene el menor interés en sucumbir ante la modernidad. 

Esta elegía de orgullo, fatalismo y muerte encontró sus maneras definitivas en forma de balada, gracias a la prodigiosa y afortunada intervención de Bob Dylan, no solo en la imagen (en un pequeño, pero juguetón papel de testigo mudo de los acontecimientos). La gran contribución del artista de Billings, Minnesota, está en la sonoridad del filme. Compuso una memorable banda sonora, también interpretada por él, que triunfa plenamente a la hora de contribuir a la personalidad de la película, así como a la dirección trazada en los términos mencionados. Dylan alcanza cotas celestiales con uno de sus grandes temas, que colocan la sobria sonoridad de esta lúgubre película hacia una de las muertes más fascinantes jamás filmadas a lo largo de la historia del cine. 

La escena tiene a Pat Garret (James Coburn), al Sheriff Cullen Baker (Slim Pickens) y su mujer, la señora Baker, a la que el sheriff llama cariñosamente Mami (Kathy Jurado) de protagonistas. Los tres personajes se ven abocados a un tiroteo con unos forajidos liderados por Black Harris (L. Q. Jones). Garret, a quien se le ha escapado “Kid”, es decir, Billy The Kid (Kris Kristofferson) acude a un pueblecito del condado, donde interroga al forajido insignificante llamado Gates sobre el paradero de Billy, pero éste no sabe nada. En ese pueblo, Garret habla con Cullen, a quien recluta para una misión dirigida a recolocarse sobre la pista de su némesis. Cullen construye su barca de madera con idea de irse con su esposa hacia una vida más serena, lejos de ese pueblo, que define como un antro de mala muerte. En principio, Baker le cobra a Garret el acompañamiento, pero puede más su sentido del deber como Sheriff y su integridad personal. De este modo, decide acompañar a su amigo Garret exclusivamente guiado por su sentido del deber. Mami acompaña a los dos hombres, pues la mujer de gran determinación suele ejercer de ayudante de su esposo, provista de una escopeta de dos cañones. 

Escena de la película

En el inevitable tiroteo, Baker recibe un fatal tiro en la tripa, después de recibir otro en el hombro. Con el segundo disparo, la vida se le va escapando a borbotones. Mientras Garret habla sobre los viejos tiempos e intercambia disparos con Black Harris (L. Q. Jones), Cullen ha conseguido levantarse a duras penas y avanza hacia un riachuelo próximo.  Mami va a regresar a la cabaña, para rematar a uno de los hombres que ha caído. Vuelve la cabeza y ve a su marido alejándose. Tira la escopeta y corre hacia él, primero rápido, luego despacio. La mujer guarda cierta distancia con él, respetando su espacio. Primero camina detrás de él, luego en perpendicular, para colocarse a su derecha. Cullen sentado junto al arroyo. Mami permanece leal a su derecha a cierta distancia por detrás. Tan sólo escuchamos el sonido suave del agua y la música instrumental, y un coro susurrando muy suave. Mami se ha sentado junto a su esposo. Su pelo es mecido por la suave brisa, sus lágrimas se desparraman por su rostro y mira desconsoladamente para su hombre, que yace sin vida ya. Le regala una sonrisa, orgullosa. Vuelve a llorar. La música entra justo cuando Cullen, ya ha recibido el disparo letal, en montaje paralelo con Harris y Garret conversando. Las alegóricas tonalidades permanecen hasta la conclusión de la secuencia. 

La canción y melodía que irrumpe para acompañar la muerte de Cullen es Knockin’ on the Heaven´s door (4). Poco más hay que decir, insistimos, como broche para una de las grandes escenas del cine americano de todos los tiempos. 

Pues bien, este regalo de Bob Dylan al género western que es la soundtrack de Pat Garret & Billy The Kid, contiene las siguientes estrofas, sin duda aplicables a la asfixia que el propio Dylan siente a lo largo de A Complete Unknown, como paradigma del conflicto del personaje entre su estancamiento en el folk y su necesidad de “volar”, de trascender de la música Folk hacia otras direcciones.

El tema Billy, melodía que atraviesa el filme de Peckinpah, dice lo siguiente:

Hay un arma al otro lado del río apuntándote

Un agente de la ley te sigue la pista, le gustaría atraparte

Los cazarrecompensas también se lanzarían a por ti

Billy, no les gusta que seas tan libre (5)

Notas a pie de página.

  1. No deja de resultar curioso el fenómeno de cambio de paradigma que opera en la 97 ceremonia de entrega de premios óscars respecto a las tradiciones hollywoodienses de que las películas de los grandes estudios eran los pesos pesados en la competición. La inmensa mayoría de las películas competidoras y ganadoras son filmes independientes, y/o en régimen de coproducción con otros países. Es el estado de filmes como Anora, de Sean Baker, ganadora rotunda de los premios más importantes de la velada, destacando las cuatro estatuillas para Baker (como productor, realizador, guionista y montador), The Brutalist, de Brady Corbet, que se hizo con tres, o La Sustancia, de Coraline Fargeat, que se hizo con una y September 5, de Tim Fehlbaum, que optaba tan solo a una estatuilla. A Complete Unknown es una producción de Disney a través de 20th Century Studios, y optaba a 8 estatuillas no obteniendo ninguna. 
  2. La colaboración entre Jay Cocks y Martin Scorsese se completa con el documental Made in Milan (Fatto a Milano) (EEUU, 1990) sobre el diseñador de moda Giorgio Armani. Jay Cocks fue igualmente guionista junto a James Cameron del filme Días Extraños (Strange Days, EEUU, 1995) dirigido por Kathryn Bigelow. 
  3. La biografía y leyenda de Woody Guthrie fue trasladada a imágenes por parte de Hal Hashby en el extraordinario filme Esta Tierra es Mi Tierra (Bound for Glory, EEUU, 1976) con David Carradine en el papel principal. Constituye todo un fresco histórico de la depresión estadounidense, en la línea de la novela de John Steinbeck, Las Uvas de la ira. En el filme destaca el punto de vista de un músico que sacrificó su vida, su economía, su estabilidad y la de su familia, por tratar de aportar un halo de esperanza con su música a las clases sociales más desfavorecidas, viajando furtivamente, como la familia Joad, desde Oklahoma, hasta California. El músico falleció en 1968, y su funeral dio lugar a uno de esos conciertos multitudinarios organizado desde el entorno del susodicho Festival de Newport. El concierto tan emotivo como multitudinario congregó a músicos como Dylan o Seeger, tal y como rezan los créditos finales de A Complete Unknown
  4. Knocking on the Heaven’s Door constituye uno de los grandes temas de Bob Dylan de todos los tiempos, compuesto para la ocasión e interpretado posteriormente en conciertos y reversionado por artistas como Eric Clapton o Guns N’ roses.
  5. El estribillo de la letra de la canción Billy en su versión original dice lo siguiente:

There’s gun across the river aimin’at ya

Lawman on your trail, he’d like to catch ya

Bounty hunters, too, they’d like to get ya

Billy, they don’t like you be so free

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