Una persona muy vinculada al sector cultural me comentaba hace cosa de una semana que en Canarias vivimos una situación muy singular: si se tiene en cuenta la agenda de fiestas del Archipiélago, 2024 se va a cerrar con la celebración de un concierto cada dos días. Este tipo de habladurías siempre hay que tomarlas con cautela: primero, porque este cálculo es solo una media y se entiende que hay muchos eventos que se solapan en el tiempo -que no en el espacio- y, segundo, porque no he podido contrastar estos datos.
Sea como sea, es bien sabido que los canarios, por naturaleza, somos gente festiva y de contrastes. Nos definimos como esa clase de personas a la que les vale tanto una romería como un festival de música electrónica para dar rienda suelta a nuestras ganas de pasarlo bien, pero si damos esa cifra por buena es realmente alarmante. ¿Tenemos la cintura preparada para tanto bailoteo? ¿Corremos el riesgo de acabar con los huesos desencajados, el fémur muy dislocado y la cadera muy mal a pesar de tener una gran vida social? Por si acaso, lo mejor es recordar lo que dicen las abuelas y tomar un poquito de agua con azúcar para las agujetas. Si se desea, puede aderezarse con un poco de colágeno, porque ya se sabe que trasnochar tanto es malo para la piel y acaban saliendo arrugas.
Uno, que por profesión colabora en varios eventos, ha podido ver como son cada vez más las personas que se animan a cambiar su registro y pasan de ser visitantes a organizadores. La multiplicación ya no es de panes y de peces, sino de festivales, jornadas, seminarios o congresos que se dividen como un gremlin que se ha lanzado en plancha a una piscina llena de agua. Y que la gente demande más y más cultura me hace pensar que es porque no estamos pasando hambre o porque la máxima romana de “pan y circo” se ha cambiado por la de “concierto y garimba”, una combinación que nos está nublando la visión y nos impide ver lo que acecha más allá del horizonte.
Dejando a un lado el catastrofismo y la tentación de fantasear con un futuro peor -a medida que uno cumple años, ocurre con frecuencia-, debemos pararnos a pensar si existe demanda para tanta oferta. Formar parte de la estructura organizativa de un evento puede ser tentador, pero detrás de la foto que queda como recuerdo se esconden muchas horas de trabajo, discusiones, malas decisiones, frustración, peleas con amigos, cabreos, falta de sueño, preocupaciones de última hora, desajustes presupuestarios, desorden con las comidas, reuniones interminables, malos entendidos y la constante repetición de la misma pregunta una y otra vez: “¿en qué estaba pensando cuando decidí meterme en este berenjenal?”.
Esta descripción, que también vale para el día a día de un prisionero del Vietcong, es el trance que se vive cuando se organiza cualquier cosa, desde un paseo parroquial hasta un concierto multitudinario en un estadio de fútbol. Por eso, hay que pensar que no es tan malo ver el partido desde la grada porque, aunque todos nos sintamos jugadores de fútbol, pisar el césped es muy dulce cuando se marca gol, pero eso es solo un instante dentro de los 90 minutos que dura el partido. Evitemos que al sector cultural le ocurra lo mismo que al del libro, donde actualmente hay más gente escribiendo que leyendo, y disfrutemos un poquito de lo que otras personas tienen que ofrecernos.