viernes, agosto 22, 2025

Un humilde narrador de historias en la Edición 78 del Locarno Filme Festival. Por Manuel García de Mesa

I). EL (RESBALADIZO) TERRENO DE LAS INFLUENCIAS.

Supongo que mi profesión es la de guionista y director, pero mi trabajo real es ver películas. Alexander Payne.

Siempre he considerado que el cine del estadounidense Alexander Constantine Papadopoulos, más conocido como Alexander Payne, aparte de erigirse en un canto a la road movie (luego volveremos sobre esto) desarrolla un enorme interés por las personas comunes, que viven vidas ordinarias. Personas desencantadas que han sufrido profundas decepciones a lo largo de sus vidas o que desean importantes cambios en ellas. Seres que tratan de fortalecer, o recuperar, sus lazos familiares, al tiempo que tratan de recobrar cierta dignidad o auto estima perdidas por el tortuoso camino que es la vida. En este sentido, los personajes que pueblan los filmes del realizador de Omaha, Nebraska, aparecen receptivos ante cualquier acontecimiento que pueda, aunque sea levemente, “sacudir” sus existencias, para exaltar cierta alegría por vivir y por trascender de la monotonía en sus vidas. Véase el final de Nebraska (EE. UU. 2013). Woody Grant (Bruce Dern) y su hijo David (Will Forte) regresan a su pueblo residencial de Billings, Montana. Woody, obviamente, no ha recaudado el millón de dólares en Nebraska, pero su hijo le ha comprado una camioneta nueva, que era el particular deseo del anciano (además de dejarles algo de patrimonio a sus hijos). David le propone a su padre que conduzca la nueva camioneta cuando entren por la avenida principal de Billings. Woody le dice a su retoño que previamente le había dicho que no podía conducir. David le responde que no hay problema ninguno, que es algo sencillo, despacio, por una avenida que conoce bien. Woody entra conduciendo triunfalmente y saludando a los vecinos, al tiempo que le pide a su hijo que se agache. Algunos se alegran, otros no pueden ocultar la expresión facial de envidia más profunda. El triunfo de Woody es total en un momento aparentemente cotidiano, pero cargado de cierto triunfalismo y reafirmación del anciano protagonista del filme, magníficamente defendido por el veterano Bruce Dern. El cineasta cinéfilo sabe cómo enfatizar con coherencia el puntual cambio de la puesta en escena, normalmente muy sobria, clásica. El uso del contrapicado y de la cámara lenta a la hora de plasmar ese referenciado recorrido por la calle principal de Billings. Al salir de las vías principales del pueblo, el hijo (que se ha agachado durante la entrada para que la gente compruebe el dominio de Woody en la conducción) y el padre se vuelven a cambiar recíprocamente en la parte delantera del nuevo vehículo. David vuelve a conducir y ambos se alejan del plano estático. Ahí termina el filme. El jefe del periódico local de la maravillosa obra maestra del maestro Ford, El Hombre que mató a Liberty Balance (The Man Who Shot To Liberty Balance, USA, 1962), decía “cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda”. Eso parece querer decirnos Payne en el simbólico instante mencionado de esta maravillosa película. 

Por todas estas circunstancias, cada vez que veo Nebraska y lo hago aproximadamente cada par de años, no me resulta difícil pensar en clásicos del cine americano como El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, EE. UU. 1934), de King Vidor, Vive como quieras (You Can´t Take It With You, EE. UU. 1938), de Frank Capra, o La ruta del tabaco (Tobacco Road, EE. UU. 1941), de John Ford. Estos tres filmes y otros muchos, están construidos sobre premisas de vidas humildes, y son los propios personajes los que defienden o recuperan su dignidad personal, por lo que cada momento, cada acontecimiento en cada uno de los filmes citados, respectivamente, ya sea el descubrimiento de un sistema nuevo de irrigación de los campos, la decisión acerca de un particular modo de vivir, o el difuso recuerdo de unos padres respecto de unos hijos que hace años que no ven, son circunstancias que invitan a una celebración de la vida. La mirada elegida por el artista oriundo de Omaha, por tanto, es completamente clásica. La cámara apenas se mueve, preocupada en captar motivos cuasi pictóricos. El acompañamiento musical recurrente, se remite eficazmente, a las secuencias de tránsito y a ese final entre naturista y apoteósico. 

Imagínense la cara de este humilde cronista, cuando tuve el enorme privilegio con solo levantar la mano, de compartir esta idea con el propio Payne, que me escucha atentamente y en un momento dado me dice: “No he visto Tobacco Road” (sic). El cineasta estadounidense agradece mi reflexión, así como un cumplido que le he lanzado nada más obtener la palabra (le he dicho que es uno de los realizadores contemporáneos estadounidenses más inspiradores, junto a James Gray y Wes Anderson). Seguidamente me pregunta ¿Qué filme de John Ford has dicho? Tanto Gione A. Nazzaro (director del festival y moderador de la conversación) como este cronista le decimos Tobacco Road. Una vez desvela que no ha visto el filme, dice que conoce la novela de base (1). El realizador comentó que cuando está en un rodaje, trata de ser lo más fiel posible al guion y a la historia que está contando. No suele tener en cuenta su cinefilia. Tampoco pretende ser John Ford, ni ninguno de los grandes realizadores que le he nombrado, lo cual no quiere decir, que no les “robe” de vez en cuando algún plano. 

La primera vez que coincidí con Alexander Payne fue el jueves 14 de agosto de 2025, en el pase de la mencionada Nebraska en el cine GranRex de la ciudad suiza que alberga uno de los festivales de cine más antiguos del mundo. Allí lo vi hablando un par de butacas a mi izquierda con Angela Allen, script supervisor de 96 años, que ha trabajado con realizadores como John Huston, Sidney Lumet o John Frankenheimer y actores y actrices como John Wayne, Clark Gable, Montgomery Clift, Ava Gardner o Marilyn Monroe. El cineasta subió al escenario antes del pase del filme, junto con Ehsan Khoshbakht, el curador de la retrospectiva Great Expectations de cine británico de la postguerra que forma parte de la espléndida programación del festival. 45 películas estrenadas entre 1945 y 1960. El americano comentó la influencia en su cine del japonés Yasujiro Ozu. Recordemos la inolvidable obra maestra Cuentos de Tokio (Tokio Monogatari, Japón, 1953), donde una pareja de ancianos recorría el país del sol naciente para ver a sus hijos por última vez. Efectivamente, cierta forma de colocar a los actores delante de la cámara y de encuadrarlos posee reminiscencias al cine del maestro japonés. También explicó cómo intentó hacer tu particular Terra Trema (el filme neorrealista de Luchino Visconti), en lo que para él constituye “anclar” a sus personajes en su tiempo y espacio geográfico, la gran virtud de Visconti. 

Sobre el papel, Nebraska probablemente se erigía en un complicado “canto de cisne”, del que Alexander Payne finalmente, no sólo sale completamente airoso, sino que nos ofrece una de las películas más honestas, apasionantes y perfectas que nos ha dado el cine americano desde Una historia verdadera (The Straight Story, USA, 1999), de David Lynch. En ella un anciano (memorable Richard Farnsworth) recorría igualmente una enorme distancia (entre Iowa y Wisconsin), en un viaje más emocional que geográfico, para ver a su hermano, víctima de un infarto (Harry Dean Stanton). El filme, toda una rareza en la filmografía de Lynch, también rememora la esencia de los clásicos americanos arriba mencionados. 

En el festival de cine de Locarno, se ha podido ver un extraordinario documental sobre el escritor y poeta Jack Keruac y su legado e influencia. El documental llamado Keruac’s Road, The Beat Of A Nation (EE. UU. 2025), dirigido por Ebs Burnough. En las bellísimas imágenes de este soberbio filme, asistimos al inmenso paradigma de si “On The Road” se erige en la “gran novela americana”, etiqueta que fascina a los estadounidenses. Sí que parece poder afirmarse que el propio imaginario colectivo estadounidense ha convertido ese prodigioso obelisco narrativo en el relato de viajes más auténtico y recurrente de las vidas americanas. Lo que encuentras en esas doradas páginas es el dulce (a veces amargo) reflejo de la ansiada meta que es el “echarse a la carretera” y recorrer millas y millas a través de EE. UU. sin un destino concreto, sino por la simple idea, el simple hecho de hacer el viaje. La travesía, el periplo, en definitiva, como meta, como objetivo en sí mismo, dando igual cuál sea el final del camino. Qué duda cabe que alquilar un buen vehículo y conducir por el país, en particular por California y recorrer ciertas zonas del Big Sur, con esas playas, calas, bosques, carreteras curvas, se erige en uno de los grandes placeres de la vida. Una vez te has concedido a ti mismo el regalo, el privilegio de colocarte por allí, puedes perfectamente comprender que, como se afirma en el referido documental, sea una de las formas de conseguir el anhelado “sueño americano” para muchos. Resulta todo un regalo escuchar a gente como los actores Josh Brolin (que conserva el ejemplar que leyó de la novela con 17 años y cada vez que tiene ocasión, se “escapa” con su Harley Davidson por carreteras y rutas de su hermoso país) o el también actor Matt Dillon, el escritor Jay McInerney, el cómico y activista W. Kamaul Bell, dos mujeres que conocieron muy bien al escritor y personalidades corrientes que han decidido vivir en la carretera durante importantes períodos de sus vidas. Todos ellos componen el espléndido relato humano sobre el artista fallecido en 1969, pero también sobre su legado e influencia. El actor Michael Imperioli pone la voz a Keruac recitando poemas y extractos de la mítica novela On The Road

Ehsan Khoshbakht le preguntó al artista porqué dirigía road movies. El cineasta respondió con un rotundo y entusiasta “¡Siiii!”. Se hizo un gran silencio y con la misma pasión se replicó a si mismo con un no menos rotundo “¡Noooooo!”. Cuando las risas en el público concluyeron, manifestó que él no se dio cuenta de que hacía películas de carretera hasta que hizo varias, dejando claro que no era su intención la de construir su cine en base a echar a la carretera a sus personajes, aunque decididamente así haya ocurrido.

II). LA SENDA DE WOODY. NEBRASKA.

Es simplemente una comedia pequeña. Nada elegante. Nada ambiciosa. Simplemente una pequeña comedia agradable…No te tomes en serio lo que digo en ninguna de esas entrevistas. Pero Nebraska realmente es una pequeña comedia agradable. Tengo algunos amigos que me dicen que es mi mejor trabajo. Algunas de las reseñas que se me dedicaron en Cannes simplemente dicen que es un filme menor y nada esencial. No tengo ni idea. Puede ser que sea un filme de transición. Quizá cada filme constituye una transición hacia el siguiente.

Alexander Payne

Nebraska tuvo un magnífico pase en Locarno el mencionado 14 de agosto de 2025. Se respetó su formato de 70 mm y su el glorioso blanco y negro original, artesanal, pero, eso sí, de la era digital. Payne contó en la presentación como el hecho de que impusiese su idea de rodar el filme en glorioso y clásico blanco y negro supuso una considerable reducción de su presupuesto y el hecho de que tuviese que poner dinero de su bolsillo. Un tratamiento de iluminación con el que el habitual director de fotografía Phedon Papamichael realiza un trabajo excepcional. 

Viendo la película, me vino a la cabeza la idea de que es posible que el guionista y director oriundo de Omaha sea igualmente un fan de Keruac. En mi mente al menos, resulta posible, y contiene cierta lógica, que, en el viaje de Woody, exista alguna metáfora o algún guiño al viaje a través del país como un fin en sí mismo, como manera de conseguir la felicidad, a la manera de On the Road. Al fin y al cabo, parece evidente en algún rincón de la cabeza del anciano Woody, albergue con claridad que no va a cobrar el millón de dólares del premio de lotería que lleva en su bolsillo. Ello no le impide en lanzarse a la carretera, primero caminando, con idea de llegar desde Montana a Nebraska. Luego viaja con su mujer e hijos, para finalmente culminar su periplo con su hijo David. En fin, que Nebraska parece albergar la idea del viaje como objeto de deseo en sí mismo.

El libreto, suscrito por el debutante en el largometraje Bob Nelson, debió suponer una lectura de encuentro de completa afinidad, que se plasmó en un profundo deseo de dirigirlo. No resulta nada complicado observar cómo esta historia, ajena a la pluma de Payne, encaja perfectamente en su particular universo, el de las historias de profundo calado humano, a ras del suelo. Historias no exentas de complejo drama humano, pero narradas desde el resbaladizo prisma de la comedia, con un destacado lugar para la (lúcida) acidez y la ironía, que mitigan y matizan la ocasional gravedad de lo que les ocurre a los personajes. El cineasta en su comparecencia del domingo 16 de agosto, destacó las bondades de la comedia para contar historias serias, toda vez que permite tomar cierta distancia del drama. En ese sentido, realzó la idea de que incluso un filme como Un simple accidente (Yek tasadef sadeh, Irán, 2025), de Jafar Palahi, la Palma de oro en Cannes 2025, que se pudo ver en Locarno la noche anterior, en una de las proyecciones de la enorme pantalla de Piazza Grande, constituye en cierto modo una comedia, pese al inmenso drama que alberga.

Después del éxito de Los descendientes, quizá se esperaba de Payne un gran salto cualitativo hacia una película de presupuesto generoso y de mayor calado en la industria. Quizá con un reparto plagado de estrellas deseosas de recitar buenas frases. Craso error. Nebraska es un film decididamente mayor, mayúsculo, pero en un sentido bien diferente. El realizador de Election (EE. UU. 1999) hace claramente el cine que quiere y lo hace exactamente como quiere hacerlo. No deja de ser un enorme privilegio en unos tiempos donde el cine de Hollywood parece estar destinado a aparatosas superproducciones, prefabricadas directamente para el público juvenil o familiar (a los que se les hace, de alguna manera, partícipes en el montaje final, a través de sus opiniones los temibles Tests Screenings). El riesgo ha sido moderado. Un presupuesto pequeño y un rodaje rápido han precedido a la cosecha de grandes premios. Debe de ser la consecuencia lógica cuando realizas una de las grandes películas americanas del presente siglo y milenio. Entre los reconocimientos, destaca el recibido en el Festival de Cannes 2013 al mejor actor. El jurado presidido por Steven Spielberg fue unánime en la alabanza al memorable trabajo interpretativo del veterano intérprete. El gran Bruce Dern es un actor que, como su personaje, el anciano Woody Grant, conoció tiempos mejores. Su interpretación de este hombre en el otoño de su vida, cuya fijación es viajar desde Billings, Montana, ciudad en la que reside, con parada en su ciudad natal, la ficticia Hawthorne, hasta Nebraska, para recoger un millón de dólares que, según una carta recibida, cree que le corresponde sin más, es de esas composiciones hechas desde la mirada, desde el silencio, desde la contención y la sobriedad más absoluta. Dern se entrega a la tarea con un entusiasmo tal, que, por ejemplo, para lograr ese caminar, entre la cojera y el propio de la senectud, se colocó piedras en los zapatos. Los planos de Grant (como el que abre la película), avanzando a pie, con su vulnerabilidad expuesta, inexorable, implacable, con una absoluta terquedad que roza la demencia, recuerdan, salvando las distancias, a aquellos maravillosos encuadres, también en blanco y negro, del mercader avanzando y azuzando a su maltrecho caballo en la obra maestra de Béla Tarr, The Turin Horse (A torinói ló, Hungría, 2011). Hubo nominaciones importantes a los premios Oscar para la película, para Dern y para el propio realizador. 

El resto del reparto, compuesto por algunos rostros conocidos, carece de lo que convencionalmente llamaríamos estrellas. Destaca el magnífico actor cómico, guionista y productor, surgido, como tantos otros, del famoso programa Saturday Night Live, Bob Odenkirk, más conocido entre nosotros como el cínico y corrupto abogado Saul Goodman de la excelente serie Breaking Bad (AMC, 2008-2013) y su spin off Better Call Saul (AMC, 2015-2022), desperdiciado en la saga Nadie, cuya secuela Nadie 2 (Nobody 2, EE. UU. 2025), de Timo Tjahjanto es definitivamente decepcionante. También sorprende ver a Stacy Keach, otro excelente secundario, como el antiguo amigo del protagonista y ex socio avaricioso, Ed Pegram, que pretenden su tajada del “sueño americano” de Woody. 

No es una América agradable en la que nos sitúa Nebraska. Es la América de los sueños rotos, la de aquellos que viven sus vidas en la profundidad del país, como si fueran vegetales, esperando al gran acontecimiento que les saque del letargo (ese personaje que se sienta ante la carretera a ver pasar los coches, es demoledor en el sentido mencionado). Una América donde los lazos familiares son efímeros y distantes, con muchas interferencias. La idea de reunión familiar de la familia de Woody es, para su generación, sentarse todos a ver lo que emitan por televisión (el letargo colectivo). Para los más jóvenes, como dejan claro los orondos primos Bart (Tim Driscole) y Cole (Devin Ratray), tener buenos coches y recorrer las autopistas interestatales a gran velocidad.

En un momento determinado del filme, Woody y su hijo David deciden detenerse para ver el Monte Rushmore, en Dakota Del Sur. Las famosas montañas que albergan esculpidos los rostros de cuatro presidentes emblemáticos de EEUU. Woody le dice a su hijo David que es una obra inacabada, que parece que se cansaron y dejaron de esculpir. Sin duda Woody Grant no es consciente de la grandeza del arte inacabado, que recorre un instante, sin un principio y un final determinado. Alexander Payne sí que lo es.

III. LA DECISIÓN DE MATT KING. LOS DESCENDIENTES.

¡Simplemente estaba desesperado por dirigir una película! Cuando terminé Entre copas estuve extremadamente ocupado durante un par de años. Estaba en proceso de divorcio, me compré una nueva casa, hice un cortometraje en París (2) y mientras tanto mi coguionista Jim Taylor y yo nos habíamos embarcado en el guion de Los descendientes, que se había convertido en un texto muy complejo de escribir. Estaba tan desesperado por regresar a la dirección que dirigí un episodio piloto para TV en 2008 (3). Entonces llegó 2009 y pensé que podía trabajar más en Una vida a lo grande. El tiempo sencillamente transcurre tan rápidamente como la arena resbalándose entre tus dedos. Stephen Frears iba a hacer Los descendientes en un principio, así que contratamos a dos guionistas para que adaptasen la novela para él. Entonces, por alguna razón, él (Frears) decidió no hacerla y el proyecto quedó libre nuevamente. Esto ocurrió cuando yo estaba lo suficientemente desesperado como para querer dirigir casi cualquier cosa. Entonces me dije: ‘Okay, permíteme intentar escribir el guion yo mismo’. Estoy tan contento de haberlo hecho, porque es realmente una historia muy hermosa. Una de las cosas de las que estoy realmente orgulloso en ese filme es que cuando la vuelves a ver piensas durante los primeros 20 minutos ‘Oh, mira, ahí está George Clooney’. Pasados esos primeros 20 minutos te olvidas completamente de que es él.

Alexander Payne 

La siguiente vez que coincidí con Alexander, fue al día siguiente, el viernes 15 de agosto, en el no menos extraordinario pase de Los descendientes (The Descendants. EE. UU. 2011), en 35 milímetros, en la misma sala GrandRex. El invitado de honor del festival compareció nuevamente con Ehsan Khoshbakht. Para el realizador constituye un filme muy importante en su carrera, pues gracias a la presencia de George Clooney tuvo un inmenso recorrido comercial. Fue también su primera película filmada fuera del continente americano, pues al estar ambientada en las islas Hawaii desde la novela, consideraba la necesidad de filmar en los mismos lugares donde la historia acontecía. Payne, como buen narrador, lucha en sus historias por la economía de tiempo. Considera, por ejemplo, que Martin Scorsese invirtió demasiados minutos en contar Los asesinos de la luna (Killers Of The Flower Moon, EE. UU. 2023). En un momento determinado de la presentación-mini entrevista, le hace una seña a su anfitrión, tocando el reloj de su muñeca izquierda varias veces con el dedo índice de su mano derecha. Es momento de dejar de hablar, y que la película hable por si misma para el público presente.

La película de 2011 aporta una modélica construcción del personaje de Matt King, Real State Lawyer (abogado de derecho inmobiliario), Land Baron (propietario y gestor de terrenos) con ese enorme dilema profesional y familiar respecto al destino de las tierras vírgenes en Hawaii, propiedad de la familia, heredadas de sus ancestros. La decisión de King, como Trustee de los referidos territorios vírgenes (con derecho de veto sobre las decisiones de sus familiares), afecta, no sólo a sus parientes (expectantes con la venta de las mismas y los sustanciosos beneficios) sino también al futuro ecológico de las islas. Payne compone con mucha naturalidad ya desde el guion a un abogado íntegro volcado en su profesión (que nunca abandona pese a las adversidades, consciente de la responsabilidad que conlleva). Ello es así hasta el punto de que descuida su matrimonio (descubrirá, cuando su esposa se encuentra en coma como consecuencia de un accidente de esquí acuático, que ésta le era infiel, cuestión que marcará el resto de la trama). También parece haber descuidado su relación con sus dos hijas, que pasan por instantes muy delicados de su vida y lo necesitan desesperadamente. Clooney recoge el guante, aportando la mejor interpretación de toda su carrera, juntamente con Up On The Air (EE. UU. 2009) de Jason Reitman. El actor está expresivo como nunca, totalmente despojado de su condición de sex symbol, en una faceta de hombre ciertamente poderoso, pero muy vulnerable, soportando el peso casi por completo de la historia con naturalidad. Mención especial merece Shailene Woodley en el papel de Alexandra, su hija mayor, que soporta maravillosamente la apabullante personalidad de Clooney, despuntando una gran carrera posterior. El contraste de personalidades otorga mucha riqueza y las necesarias catarsis emocionales para reequilibrar las vidas de los personajes. En este sentido las presencias de personajes como Sid (Nick Krause), el, en apariencia estúpido, amigo de Alexandra, que se une al viaje emocional que realiza el protagonista con sus hijas, refuerzan el sentido de la historia. También lo hace la presencia de Scott Thorson (espléndido Robert Forster), el rígido suegro del protagonista, a quien le reprocha la infelicidad de su hija, así como las circunstancias que la llevaron a su estado vegetativo (en claro desconocimiento de la infidelidad). June Squibb como Kate, la esposa de Woody posee algunos de los instantes más emotivos del filme. Finalmente, no por ello menos importante, la aparición de Beau Bridges como el primo Hugh y esa conversación previa al anuncio a la familia por parte de Matt de su decisión, contribuye en gran medida al mencionado refuerzo del avance y la enorme riqueza de la película. La coordinación de los actores, en definitiva, y la excelente dirección de los mismos, contribuyen sin duda a un objetivo narrativo sólidamente cumplido.

Se perciben, por otra parte, dos aspectos importantes en la puesta en escena. Uno es que su realizador llevaba pensando en Los descendientes muchos años antes de llevarla a cabo. El otro, que el estadounidense llega al plató con las ideas muy claras. La cámara está emplazada en el lugar exacto, juega muy bien con las secuencias de transición, subrayadas de un modo sutil casi imperceptible, por el paisaje hawaiano (que incluye el paisaje humano, particularmente, focaliza en los rostros de los actores, todos excelentes). El empleo de la música instrumental o las canciones más tradicionales de Hawaii apoyan esa sutilidad. El cineasta realiza al final una elipsis maravillosa, aquella que comienza con la cámara, justo detrás de Matt en leve picado dirigiéndose a sus parientes para comentar su decisión, que ya ha transmitido al primo Hugh. Desde el mismo emplazamiento las destinatarias de las palabras de Matt pasan a ser sus hijas en el hospital donde yace su esposa Elisabeth. En ninguna de las dos ocasiones escuchamos sus palabras. No es necesario. A pesar de lo doloroso que es para King haber descubierto la infidelidad de su esposa y haberse dirigido en su propia casa al hombre con quien le engañó, la despedida de su esposa en el hospital no puede ser más sentida, cariñosa y piadosa. La cámara está emplazada donde debe: cerca del rostro de Matt con algún plano de su esposa convertida en un vegetal. El guion proporciona, en definitiva, la información necesaria de la mejor manera posible, omitiendo siempre aquella que resulta redundante.

IV. ALEXANDER PAYNE Y EL PÚBLICO DE LOCARNO.

Siento que tan solo quiero hablar cuando realmente tengo algo que decir y tan solo cuando hay un universo que me interesa con la suficiente profundidad para querer chapotear en él los siguientes dos años.

Alexander Payne.

La tercera vez que este humilde cronista coincidió con el cineasta norteamericano fue la noche del 15 de agosto, viernes, en plena Piazza Grande, previamente al pase del filme ganador de la Palma de Oro en Cannes 2025, Un simple accidente. Recibía el premio Pardo D’Onore, un reconocimiento a una carrera como cineasta. En sus palabras de agradecimiento, comentó Payne que cuando se graduó en la escuela de cine, con 29 años, fue invitado a un congreso internacional de estudiantes de cine en Montecasino, Italia. Como él bien manifestó “también era un verano muy caluroso, en una zona de habla italiana”. En aquel momento el cineasta no tenía ni idea como sería su carrera y si sería capaz de desarrollar una como realizador o guionista. Por eso para él resulta muy significativo y le ha dado muchas vueltas los días que llevaba en el festival. Expresó en definitiva su satisfacción por …Estar nuevamente en un verano muy caluroso, rodeado de gente que habla italiano, 35 años después, recibiendo un premio que ha sido otorgado previamente a algunos de mis héroes: Bertolucci, Ermanno Olmi, Agnes Vardá, Jane Campion… 

El cuarto (y último) gran encuentro con el realizador estadounidense fue el sábado 16 de agosto de 2025 a las 10.30 horas. Una mañana en conversación con Alexander Payne. Último día del festival. El Spazio cinema albergó la última conversación. La moderación reposó con el director del festival, Gione A. Nazzaro. Allí tuve la espléndida oportunidad de preguntarle en los términos ya narrados, pero también saludarlo.

Comentó que se le había nombrado director del Jurado de la Edición 82 del Festival de Cine de Venecia y que estaba realmente intimidado por la calidad de los cineastas y los trabajos que se presentaban a concurso. Payne tuvo hermosas palabras para la retrospectiva de clásicos del Cine Británico, que puso en gran valor, afirmando que si veíamos todas aquellas películas (las 45) tendríamos un grado en cine británico de la postguerra. En su entrevista publicada en el Pardo, el periódico de tirada diaria, reconoció que la principal razón para acudir a dicho festival era la mencionada retrospectiva de cine británico clásico. Él mismo en su humildad como artista y como ser humano, reconoció descubrir algunos títulos que no conocía y que cuando fue convocado para escribir el prefacio del libro que acompaña la retrospectiva, no había visto muchos de los filmes. Que ha aprovechado su presencia en el festival para ver algunas de las proyecciones.

Payne confesó algo que intuíamos. No es capaz de filmar una película cuyo tema y personajes no le interesen. En ese sentido, no se considera un artesano en el sentido de los cineastas clásicos que trabajaban incansables para los grandes estudios, como Michael Curtiz, por ejemplo, que realizó más de 150 películas. Por eso es por lo que normalmente él es guionista de sus propios filmes, con la excepción de Nebraska, como pusimos en evidencia más arriba, o Los que se quedan (The Holdovers, EE. UU. 2023). Tampoco resulta difícil afirmar que ambos filmes son claramente reconducidos al terreno afín al realizador. El artista reconoció realizar una reescritura de los guiones ajenos que ha filmado. Ese repaso final, hacia sus afinidades, es el privilegio de tan solo algunos realizadores. 

Cuando se le preguntó por sus equipos de rodaje, Payne contestó que siempre se rodea de gente de mucha confianza, en su onda y que tenga sentido del humor, que para él es fundamental. Forma parte indisoluble de su personalidad. No le gusta la improvisación. Una vez tuvo que decirle a un actor que no improvisara y que por favor respetase el guion al que tanto le había costado llegar y que por favor lo recitase literalmente.

Nazzaro puso sobre la mesa el tema de que el ex presidente Barak Obama ha dicho que Election era su filme favorito. El cineasta matizó que efectivamente, ha coincidido con Obama en varias ocasiones y que la primera vez que se vieron le dijo que Election era “su filme político favorito”. Enorme cumplido de un ex presidente que claramente ha leído mucho y ha visto mucho cine.

Cuando se le pregunta por su relación con las grandes estrellas de Hollywood en sus filmes, el cineasta refiere que ha tenido mucha suerte pues no ha tenido el menor problema con ninguno de ellos. Las tres superestrellas con las que Payne ha coincidido son Jack Nicholson, George Clooney y con Matt Damon. El cineasta dijo que cuando se confirmó la presencia de Nicholson en A Propósito de Schmidt (About Schmidt, EE. UU. 2002), llamó al realizador Mike Nichols, que lo había dirigido en varias ocasiones, pidiéndole consejo. Nichols le dijo que era muy fácil: “Dile siempre la verdad, no trates nunca de darle rodeos, o trates de liarlo con respuestas políticamente correctas, dile siempre la realidad de las cosas y todo irá bien”. Como el mismo cineasta dejó claro, su filme de 2002 encajaba perfectamente en la personalidad del actor y el tipo de papeles que afrontaba. “A las grandes estrellas le encantan ser dirigidas”, que haya alguien al timón con las cosas claras.

El 27 de julio de 2025, el día siguiente a mi llegada a San Francisco, California, después de pasear por el barrio chino más antiguo de EE. UU., llegué a la mítica librería City Lights, sita en Columbus Avenue. La librería, que se ha convertido en todo un baluarte histórico de la llamada generación Beat, posee un fondo bibliográfico sobre cine realmente espléndido. Conseguí un libro que recopila diversas entrevistas con Alexander Payne, entre otras muchas joyas (a veces me pregunto cómo fui capaz de traerme conmigo todos aquellos libros desde California a Tenerife, vía Locarno, Suiza y Milán, Italia). La compilación de entrevistas pertenece a la Conversations With Filmakers Series de la University Press of Mississippi. La fecha de la impresión es 2014 y la recapitulación fue realizada por Julie Levinson, que modera uno de los diálogos publicado. Poco más de dos semanas después, ya en Locarno, Suiza, fue todo un privilegio coincidir con el realizador en persona y tener la ocasión de interactuar con él tanto en la conversación, en los términos ya indicados, como al concluir ésta, cuando se acercó a donde estábamos el público y la prensa acreditada, interactuando con todos los que allí nos encontrábamos. Me dedicó el ejemplar mencionado del Pardo que recogía una entrevista con él. Se acabó la tinta del bolígrafo que yo traía y amablemente una señora próxima a quien el cineasta había dedicado una camiseta, cedió su rotulador. Me dijo “la próxima vez tráete uno de estos”. Le dije: “Sure Thing!”. Le comenté que si quería una copia en dvd de Tobacco Road se la hacía llegar sin problemas y sonrió apreciando el detalle. Le di la mano y le dije que había sido un placer conocerle. “Lo mismo digo” comentó el estadounidense. Definitivamente, Alexander Payne es un ser humano cercano, divertido, servicial, respetuoso, agradecido y muy cinéfilo. La vida es cine para él y le encantan las personas a su alrededor. 

Me cuesta creer que no haya visto Tobacco Road. Esa afirmación en sí misma, puede haber sido perfectamente todo un guiño al propio Ford. Recordemos que al veterano cineasta le encantaba “tomarle el pelo” a los estudiantes y críticos de cine que le preguntaban por ciertas influencias y metáforas en su cine y jactarse de ello. Multitud de ejemplos están recogidos en la mítica entrevista de Peter Bogdanovich. Teniendo en cuenta la propia personalidad humorística del director de Ruth una chica sorprendente (Citizen Ruth, EE. UU. 1996), su simpatía y sobre todo su inmensa cinefilia, no sería de extrañar que se haya quedado con este humilde cronista. Probablemente me esté bien empleado. Todo un placer haberle conocido, en definitiva, de haber podido preguntarle, y de haber podido interactuar con él. En fin, todo un privilegio haber tenido mis minutos de «feedback cinéfilo» con uno de mis cineastas contemporáneos más admirados, que rebosa inteligencia.

Notas a pie de página.

  1. El filme de John Ford Tobacco Road escrito por Nunnally Johnson está basado en la obra teatral de Jack Kirkland que adaptaba a su vez la novela de Erskine Cadwell. 
  2. Se refiere a su cortometraje dentro del filme colectivo Paris, je t’aime (Francia, 2006), donde podemos ver cortos con la ciudad de la luz de fondo dirigidos por gente como Olivier Assayas, Isabel Coixet, Alfonso Cuarón, Joel y Ethan Cohen, Vincenzo Natali, o Richar Lagravense, entre otros.
  3. Se refiere al episodio dirigido por él para la serie de televisión de tres temporadas Superdotado (Hung, EE. UU. 2009-2011),de 30 episodios en total de unos 30 minutos de duración cada uno, protagonizada por Thomas Jane.

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