sábado, febrero 22, 2025

«Huesos sin descanso: Fueguinos en Londres», de Cristóbal Marín. Por Álex Ro

Editorial Debate, 2024

Estamos ante un libro de difícil clasificación. Es una autobiografía, un ensayo, un estudio histórico, un manifiesto-denuncia, y todo ello con una clara estructura de novela. Así es el libro de Cristóbal Marín, un periplo personal a su pasado familiar y a sus raíces como pueblo; un viaje a ese Chile que estaba por descubrir en el siglo XIX y que se colocó en el centro de los focos de los imperios europeos en su afán por conectar marítimamente el viejo continente con todo el planeta Tierra. Y es que este libro es como uno de esos paseos a los cuales es tan aficionado el autor, caminar por la ciudad por el simple placer de andar por sus calles, un viaje sin destino con los ojos muy abiertos atentos a las maravillas con las que nos cruzamos.

Los efectos perversos del colonialismo, si es que alguna vez tuvo efectos beneficiosos, han dejado un pozo de profundo olvido, de olvido histórico que se ha transformado en una gran deuda con los pueblos originarios de esos territorios. Y este es el hilo conductor del libro: la búsqueda de los restos de esas personas que fueron traídas a Europa con el afán de civilizarlas o, pasados los años, aquellas familias que fueron secuestradas y exhibidas en los denominados como zoológicos humanos, que no eran otra cosa que barracas de ferias con un leve barniz de supuesto experimento científico. Esta búsqueda permitirá al autor analizar la sociedad victoriana y sus ínfulas de superioridad con que miraba al resto del mundo por encima del hombro. Y nadie se salva en esta pública disección, desde Robert FitzRoy quien, imbuido de un espíritu civilizador se trajo a Londres las primeros fueguinos para educarlos (llegarán a compartir mantel y mesa con la misma reina Victoria), despreciándolos después al considerarlos irredentos salvaje. Tampoco se salvará el gran Charles Darwin, quien en su viaje en el Beagle compartirá el trayecto con estos indígenas “civilizados” aunque sus británicos prejuicios le llevon a considerarlos como los peldaños más bajos de la humanidad, por debajo incluso de los perros domésticos. A ellos, y muchos otros científicos del momento, hay que unir a los numerosos misioneros salesianos y anglicanos que igualmente quedarán terriblemente retratados en esta foto tomada por Cristóbal Marín, estos, al querer salvar a estos pueblos indígenas terminaron destruyéndolos inexorablemente. ¿Y qué decir de los estancieros que pagaban a las cuadrillas de desclasados europeos para que dieran caza a los fueguinos para quedarse sus tierras y explotarlas con sus inmensas cabañas de ovejas? No se salva ni el propio autor cuya familia pertenecía a esa élite privilegiada chilena que usurpaba y explotaba las tierras de los pueblos primigenios y que en 1975 recibirá la visita del general Pinochet en su gira por Melipilla, llegando Cristóbal Marín a saludar personalmente al dictador.

Al final, no importa si las indagaciones del autor sobre los restos de los fueguinos llevados a Europa llegan a buen puerto o no; eso es lo de menos en este libro pensado para hacer tabla rasa del pasado. La única duda que nos queda, tras su lectura, es si la intención de Cristóbal Marín era hacer justicia a esos fueguinos que fueron marionetas rotas en manos de la historia o simplemente está tratando de hacer justicia con su propio pasado. Que cada cual, tras la lectura de estos Huesos sin descanso, saque sus propias conclusiones; las nuestras, como el autor, nos las guardamos para ir degustándolas en nuestros paseos nocturnos.

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