sábado, junio 21, 2025

El reconstructor de caras, de Lindsey Fitzharris. Por Álex Ro

Lindsey Fitzharris, El reconstructor de caras. El cirujano que recompuso el rostro de soldados desfigurados en la Primera Guerra Mundial.

Capitán Swing, 2024

El libro de Lindsey Fitzharris, aunque se centra en la labor del médico Harold Gillies durante la Primera Guerra Mundial, no es una biografía en sí misma, que ya existen, sino una especie de postales desde la época heroica de la medicina reconstructiva.

Aunque Gillies no fue un pionero en la cirugía estética, como la conocemos en la actualidad, y no tuvo el reconocimiento social que se merecía hasta muchos años después (se le otorga el rango de caballero en 1930, transcurridos diez años desde el final de la contienda), lo cierto es que jugará un papel fundamental en el establecimiento de esta rama de la medicina en el mundo académico. Y lo hizo siguiendo en todo momento una máxima que marcará su carrera: no hagas hoy lo que puedas hacer mañana, expresión de la necesidad de realizar un trabajo concienzudo y meditado, de andar paso a paso para no cometer ningún error.

La Primera Guerra Mundial es considerada por muchos historiadores como el último aldabonazo de la guerra heroica que abre las puertas, de par en par, a los conflictos modernos transformados en una actividad que seguía la lógica industrial, con su trabajo en cadena y la imposición de la máquina, fría y demoledora, sobre el ser humano. La capacidad destructora de las nuevas tecnologías no tiene parangón en ninguna época anterior de la humanidad como denota el hecho de que 300 fusileros en 1914 tuvieran la misma potencia de fuego que 60 mil soldados en las guerras napoleónicas; y solo habían transcurrido cien años entre ambas contiendas.

Esta nueva forma de concebir la guerra dejó su huella en las heridas provocadas entre los combatientes. Brazos, piernas, manos… amputados y, sobre todo, caras desfiguradas hasta el punto de que antes del final de la Primera Guerra Mundial se estimaban en unos 280 mil soldados con mutilaciones faciales entre Francia, Alemania y Gran Bretaña. Y es ahí en donde surgen personajes como Auguste Charles Valadier, Hippolyte Morestin, Varaztad Kazanjian, Jacques Joseph y el protagonista del libro, Harold Delf Gillies. Todos ellos, y muchos otros médicos, se percataron de la necesidad de realizar cirugía facial reconstructiva ante los problemas de rechazo social que conllevaba una cara mutilada hasta el punto de que en Gran Bretaña se les denominara a estos veteranos como The Loneliest Tommies (Los Tommies más Solitarios -Tommy es el término popular para denominar a los soldados británicos en la Primera Guerra Mundial-).

Si Gillies no fue el primer médico en intentar realizar operaciones que en la actualidad denominaríamos como de cirugía estética, lo cierto es que sí fue el que más empeño puso en crear un hospital especializado en este tipo de operaciones, consiguiendo levantar un centro en Sidcup (a 12 millas de Londres) con el nombre de Queen’s Hospital. En esta institución logrará reunir un amplio equipo de especialistas en reconstrucción facial, desde cirujanos, odontólogos y enfermeras hasta escultores, pintores y fotógrafos, también fundamentales para las volver a “esculpir” esas caras destrozadas. Y es ahí donde pone el foco de atención Lindsey Fitzharris: en la vida de este hospital y sus pacientes, convirtiendo cada capítulo en una vívida fotografía del Queen’s Hospital, a donde, en oleadas, llegaban soldados mutilados con nuevas tipologías de heridas. Nuevas armas daban lugar a nuevas heridas y la necesidad de innovar nuevas técnicas para hacerles frente.

La vida y la muerte se dan la mano en este libro en donde reconstruir las caras de los soldados heridos supuso reconstruir el alma de la persona, actuando Harold Delf Gillies como un moderno Merlín en donde la barita mágica y los conjuros eran sustituidos por el bisturí y la paciencia.

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