A pesar de sus 7 nominaciones este año a los Oscars o el haberle otorgado el Globo de Oro a mejor película (en la categoría drama), confieso que lo último que ha dirigido Steven Spielberg no se sitúa entre lo mejor de su repertorio, y aún así The Fabelmans no deja de estar muy bien. Y es que hay motivos para que se le den estos y otros méritos en un año que por cierto está siendo bastante potente en cuanto a calidad (la cual, no está de más recordarlo, es ajena al éxito comercial); no en vano, su visualización resulta ser algo más que recomendable. Estamos aquí ante un largometraje reflexivo interesante, digamos.
Asimismo, para muchos cineastas, The Fabelmans bien podría figurar como la mejor de las que se hallan dentro de su filmografía particular. Lo que pasa es que no estamos aquí ante la peli de un cineasta cualquiera, pues estamos hablando de un director de cine que en su larga trayectoria artística ha sido capaz de ofrecernos títulos tan interesantes, y a menudo altamente exitosos en taquilla también (el apodo de rey Midas de Hollywood Spielberg ya se lo había ganado antes de ni siquiera llegar a la treintena de años), como son E.T., la trilogía de Indiana Jones, La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan, Minority Report, Tiburón, Jurassic Park, El color púrpura, Munich, o El diablo sobre ruedas, entre otros. Casi nada. Uno de los mejores cineastas de la historia, sin duda. Y punto.
Que entonces Spielberg él mismo haya en sus años de madurez decidido desnudar su alma recurriendo a la autoficción, como ya lo han hecho otros antes (por ejemplo, Kenneth Branagh en Belfast o Pedro Almodovar en Dolor y Gloria), para poder así contarnos a su manera al resto de los mortales su niñez y su juventud de forma autocomplaciente y no del todo verídica, y que de este modo conozcamos como empezó todo esto, podría llegar a ser interpretado como algo egocéntrico de su parte, cambiando los Spielberg por los Fabelman, y seguramente algunos elementos más, para que quizás así nos parecezca un acto menos vanidoso. La pregunta, sin embargo, podría ser otra: ¿estamos aquí ante un biopic más, pero simplemente enmascarado? La respuesta a esta pregunta es no, y se debe a que el propio cineasta ha sabido sacar lo mejor de si mismo para no caer en los tópicos habituales de este tipo de películas y sus trampas (Bohemian Rhapsody, En la cuerda floja, Judy, etc.)
En The Fabelmans, Spielberg nos demuestra una vez más ese enorme poderío que ostenta como artista del séptimo arte. He aquí pues un largometraje seudoautobiográfico, lleno de referencias de todo tipo, que va más allá de eso y en el cual se mezclan diversas cosas. La espina dorsal de la historia que se nos cuenta, la de un niño que sueña y crece con poder narrar historias con una cámara, radica en lo que sucede en los años de crecimiento de este mismo chico, Sam Febelman, a mediados del sXX allá por el medio oeste americano y hasta su llegada a California donde “todo el mundo hace películas”. Coincide asimismo en gran parte con los años de juventud del propio Spielberg y de hecho las referencias de todo tipo son numerosas. Pero el afamado director, con la ayuda del guionista Tony Kushner, aprovecha aquí para no solo hablar de si mismo y de paso soltar cosas sobre cine, sino para sobre todo hablar de la familia, la tormentosa etapa adolescente o las siempre difíciles relaciones intrapersonales, además de antisemitismo (porque Spielberg, recordemos, es judío). No es poca cosa. En esta película, everything happens for a reason...
Para lograr esto la peli se apoya para empezar en unas interpretaciones de buen nivel, las del joven Gabriel Labelle como el Sam adolescente, la estupenda Michelle Williams como la madre artística, Paul Dano como el padre que es un genio de la tecnología, y Seth Rogen en el papel del amigo del padre, así como en por lo menos un par de casos apariciones breves de un par de actores que a su manera se apoderan de la pantalla en tan solo unos pocos minutos (la de Judd Hirsch es una de ellas). Atentos por cierto al cameo sorpresa en esta cinta de uno de los más fantásticos directores que nos haya ofrecido el cine, reflejando así de este modo en esa escena en concreto en la que sale ese enorme poder que tiene el cine para controlar la realidad a través de la ficción. Porque de eso se trata al final.
Igualmente, The Fabelmans cuenta, como no podía ser de otra manera, con un acabado técnico que se sitúa a la altura de quien estamos hablando, y que asimismo permite darle gran verosimilitud y proyección a la ambientación de la peli. Y luego, posee una banda sonora a cargo del gran compositor John Williams, el cual sale aquí de su retiro porque Spielberg lo vale (pues, como ya se sabe, ambos han trabajado juntos de forma exitosa multitud de veces, en títulos como E.T. , Indiana Jones, o Tiburón, cuyo fruto es una larga lista de temas que todos conocemos de sobra y que han pasado a la historia).
En definitiva, he aquí una peli deliciosa que, tal y como nos lo anuncia su autor justo antes del inicio de la propia cinta, se saborea mejor yendo a verla en el cine y así pues agradece que nosotros hayamos cumplido, porque esto al fin y al cabo es una experiencia que lamentablemente se está perdiendo o que más bien diría yo estamos contrayendo a películas como las producciones de Marvel, las de A todos gas, algunas de terror,… en las cuales lo que prima habitualmente es lo técnico básicamente, casi que a expensas del resto en la gran mayoría de los casos, y con las neuronas en modo off (porque si no hay gente volando dándose leña mientras sueltan un chiste, persecuciones de coches absurdas o espíritus malignos que surgen dentro de la oscuridad, y además el ritmo de la peli es pausado y por colmo se nos pide pensar un poco…) Increíblemente, ya van por cierto unos cuantos de este medio que en la ‘era tik tok’ nos agradecen el simple hecho de haber ido a una sala de cine a ver su peli. Y esto, por supuesto, es algo que nos invita a una seria reflexión.