Reivindicado por cineastas como Quentin Tarantino o Jim Jarmusch, el prolífico director japonés convirtió su cine de serie B en un estallido de color, surrealismo y abstracción pop.
Siguiendo con su periódica reivindicación de cineastas clásicos y modernos, que le ha llevado a estrenar en los últimos meses retrospectivas de directoras como Marta Mészáros, Chantal Akerman o Frederick Wiseman, Filmin añadirá a su catálogo el próximo 19 de mayo una docena de largometrajes dirigidos por el japonés Seijun Suzuki, sin duda una de las personalidades más singulares de la historia del cine japonés.
Reivindicado por cineastas como Quentin Tarantino (quien en el clímax de «Kill Bill vol. 1» se apropiaba de la brillante idea del japonés de rodar el combate final de «La vida de un hombre tatuado» colocando la cámara bajo un suelo de cristal), Jim Jarmusch (su «Ghost Dog» imitaba casi plano a plano una célebre escena de «Branded to Kill») o Nicolas Winding Refn (que considera «Tokyo Drifter» su película favorita de todos los tiempos), Suzuki logró hacer un cine personal, libre y arrebatado bajo el corsé que le imponía ser director de películas de serie B en plantilla de un gran estudio como Nikkatsu.
El ciclo que estrena Filmin ofrece una amplia panorámica de los distintos géneros que, siempre con su estilo personalísimo, abordó un cineasta al que con demasiada facilidad se le ha relegado al subgénero de mafias y yakuzas. Así, junto a su trilogía de películas más conocidas («Branded to Kill», «Tokyo Drifter» y «Gate of Flesh») se recuperan títulos más heterodoxos de su filmografía, como el drama de envoltura clásica «La historia de una prostituta», su sátira antimperialista de tintes autobiográficos «The Born Fighter» e incluso una película de boxeo: «Million Dollar Smash-and-Grab».
Todas las películas del género se ofrecen en su versión remasterizada, con una excelente calidad de imagen y sonido que alcanza su cénit con la edición en 4K de «Branded to Kill». La película de 1967 es posiblemente la mejor puerta de acceso al fervor pop de un director que supo conjugar la mejor tradición del cine de género japonés con las nuevas olas que llegaban de otros continentes en los años 60: del Godard juguetón de «Bande à Part» al Antonioni febril de «El desierto rojo» o francotiradores de la serie B estadounidense como Edgar Ulmer, Joseph H. Lewis y Samuel Fuller.