En 1986 se estrenó La Misión, una gran película en donde, en un momento dado, unos niños guaraníes son examinados por los representantes de las monarquías hispanas y portuguesas. Lo que se estaba dirimiendo era si los indígenas del continente americano eran seres humanos y, por lo tanto, cristianos y que como tales, no podían ser esclavizados. Para ello, no se fijan en su apariencia, ni en si saben hablar; no analizan su capacidad para leer o escribir sino si son capaces de cantar o hacer música, en resumidas cuentas, si tienen capacidad artística. Porque el arte era lo que nos diferenciaba del resto de seres vivos de este planeta, era lo que nos hacía únicos, nuestra capacidad para crear nos definía como seres humanos.
Muchos años han pasado desde el estreno de la película y, sin embrago, la pregunta sigue en el aire: ¿qué nos hace humanos? Y la respuesta no es nada sencilla, sobre todo si entran en juego las Inteligencias Artificiales. A modo de rabino creador de un Gólem (o su versión más moderna, Frankenstein), fuimos felices utilizando aplicaciones para cancelar la realidad, modificándola con sus múltiples filtros, pero al igual que el Gólem, sentimos que se nos escapa de las manos lo creado al dotar a las IA de la capacidad de generar directamente nuevas verdades. Música, escritura, pintura, en resumidas cuentas, el arte, la creatividad, deja de ser una exclusividad del ser humano.
Se puede argumentar que lo único que realizan las IA es copiar y extractar lo que ya estaba hecho, pero ¿no es eso justamente lo que han hecho los artistas hasta ahora? La formación, ya sea reglada o no, siempre pasa por el estudio de los precedentes, fijar estructuras, y volverlas a combinar. Un buen escritor o escritora nace de una persona lectora empedernida; un buen cantante nace de alguien que ha escuchado mucha música; un buen pintor nace de alguien que ha visto y copiado muchas pinturas. De ahí que hayan saltado todas las alarmas pues sentimos que estamos jugando con la caja de Pandora. Cuando la tapa termine por levantarse, y se levantará tarde o temprano, surgirá un segundo ser humano más capacitado que nosotros mismos, y no tendremos respuesta a esa pregunta: ¿qué nos hace humanos? Posiblemente, en ese momento nos vendrá a la memoria aquel Hombre Bicentenario de Isaac Asimov y entenderemos entonces cuál es nuestra esencia.