miércoles, diciembre 25, 2024

Adrián Gómez opina sobre la película «Avatar: El sentido del agua»

«El sentido del agua…no tiene principio ni final».


Eso mismo debió de pensar James Cameron cuando fraguó su space opera particular años ha. Un proyecto que llevaba acariciando desde los 80, quizá fruto de la inspiración de las novelas que leía de joven , cuando volvía en bus desde el instituto; desde Edgar Rice Burroughs hasta Robert Henlein, pasando por Harlan Ellison o Frank Herbert. En esa época, la fertilidad creativa del director era indiscutible. Terminator, Abyss o dos de las mejores secuelas de la scifi cinematográfica; Aliens y T2: Judgment day. Luego nos ofrece la mejor sátira de la saga Bond (True Líes),y se corona como rey del mundo en la ceremonia de los Óscars de 1997, arrasando en los premios con Titanic…y ahí lo perdimos.

Cameron colabora con Kathryn Bigelow (Fear Dark, Point Break, Strange Days), crea Dark Ángel para TV, y produce despropósitos para otros (Santuario, Alita). Entre medias, no se rinde, y Avatar cristaliza en 2009, proponiendo una revolución a todos los niveles, resucitando el 3D , reventando taquillas y… fracasando estrepitosamente a nivel artístico.
Avatar resulta un portento visual con un guion corta-pega de Pocahontas o Bailando con lobos. De una simploneria atroz, y los críticos se ceban en ella. A Cameron no le importa, pero es patente que ha perdido garra. Se le esperaba un film rupturista en el género fantacientifico, al igual que paso con Prometheus de Ridley Scott, pero la historia es previsible, dentro de un empaque visual incontestable.

Han pasado 13 años, y el CGI lo domina todo. Los blockbusters parecen videojuegos y no sólo hablo de adaptaciones superheroícas. Spielberg también hace el ridículo con Tintín y Ready Player One, y sólo Tron Legacy, de Joseph Kosinski , ofrece un ejemplo a la altura de las circunstancias, justificando tanto el uso del 3D, con una historia deudora del film de culto que le precede…y en estás, en pleno reinado Disney-MCU, con pléyade de secuelas, remakes, reinicios, donde el público apenas va a salas en la era de las plataformas, el autor de Piraña; los vampiros del mar, vuelve para recuperar su corona.

Diez años después de que los N,avi echaran a patadas a los belicosos terrícolas de Pandora, Stephen Lang vuelve, reconvertido en azul, para vengarse de Sam Worthington. Este vive en familia con Zoe Saldanha, con un par de vástagos, adoptando además, a Spider y Kiri, ésta última, hija del personaje de Sigourney Weaver en la primera. Debido al acoso sufrido, nuestros héroes se refugian en el océano, con otra especie, comandada por Kate Winslet y Cliff Curtis, que muestran reticencias, en vista del caos y la destrucción que arrastran… Tres horas de excesivo metraje para narrar esto… nada nuevo, cómo en la anterior. Y encima, empañado de filosofía New age y ecologismo de saldo que…pasan volando, porque el ritmo no decae en ningún momento.


Y ahora, como diría Qualdrich; » Seré amable…sólo una vez». La inmersión en este mundo virtual es total, lo cual fundamenta la experiencia sensorial en salas. Estamos ante un espectáculo, un evento que ha de ser disfrutado en pantalla grande. Una vez superado el trauma de la banalidad de la historia, sólo hay que dejarse llevar…y en este aspecto, mal que me pese, la película funciona. Cómo si fuera un cómic o una novela pulp, el hilo argumental se sigue con interés, pues no hay respiro. Y no me refiero a la trepidación típica de la casa del ratón, sino a una serie de cliffhangers, que, escudados en valores básicos como el núcleo familiar (y aquí la película recuerda, en ciertos momentos, a La selva esmeralda o Apocalypto), llevan al espectador del pescuezo hasta la hora final, donde recuperamos al Cameron capaz de convertir una nave semihundida en un auténtico infierno, cómo demostró en Abyss o Titanic, creando una tensión, repleta de varias set pieces de acción (donde la tecnología militar, tan cara en el cine de su autor, vuelve a tomar las riendas), que concluyen en un clímax abierto que, para mayor goce, carece del humor imbécil de cierto ciclo que lleva 15 años produciendo lo mismo, reventando taquillas… sin que nadie se preocupe por la inexistencia de guiones, carisma de personajes, nulidad de interpretación, etc.


Estamos ante una atracción. Punto. No hay más. El Cameron rompedor ha sido desbancado por Christopher Nolan ( Origen, Interstellar, Tenet) o Dennis Villeneuve ( La llegada, Blade Runner 2049, Dune), que son los que nos han ofrecido obras capitales en la ciencia ficción cinematográfica durante los últimos años. James está en el grupo de los consumidos por su propio ombliguismo, caso de George Lucas o Peter Jackson. A lo que voy. Ésto no es Matrix. Ni tampoco lo pretende. Pero al lado de ladrillos de tres horas, inanes, plomizos y prefabricados, tipo Wokeanda Forever, ésta es 2001. Una odisea del espacio.


Más un blockbuster veraniego que una película de navidad, hay que disfrutarla en una sala a oscuras… y odio todo lo digital, pero ésta vez, la ocasión lo merece.

Fotografía en portada: Cartel o escena, público y distribuido para su publicidad de la película

Imagen promocional de la película

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