No es un biopic, por lo menos lo que entendemos como tal. Cómo tampoco lo eran Hitchcock o Lincoln, centrándose (como estas) en un hecho puntual en su vida. En este caso, la senilidad de un Fonse (título original) cincuentón, retirado en su finca, tras cumplir diez años de condena, y recibiendo achaques de demencia. La familia, el FBI, el psicólogo (Kyle Mclachan) y un curioso personaje interpretado por Matt Dillon (en estado de gracia desde La casa de Jack) le rodean y martirizan, pero no tanto como los recursos de su criminal pasado o el distanciamiento con su hijo.
Josh Trank, curioso autor condenado al ostracismo tras la (excesiva) lapidación crítica y comercial de su parcialmente fallida 4 Fantásticos (ni mejor ni peor que las de Marvel Disney), ejerce de Juan Palomo en esta radiografía de los últimos días del popular gánster italoamericano. Su enfoque es incómodo y nada convencional, y se sustenta mayormente en la extraordinaria interpretación de un, a la vez, sobreactuado Tom Hardy (Legend). Trank lo sabe, y esos primeros planos, con puro o zanahoria…con esos ojos inyectados en sangre, nos transmite que nuestro protagonista está lejos..muy lejos. Casi tan lejos como su vástago y sus frías llamadas telefónicas. Cómo ese cofre..ese dinero que nadie sabe dónde está. La sufrida esposa encarnada por Linda Cardellini (Green Book) se entrega en cuerpo y alma a un hombre que ha dejado de estar allí hace mucho tiempo. Incapaz.. Impertérrito…como las esculturas que pueblan su jardín.
El onirismo impregna el relato, entre David Lynch y Brian de Palma. Las alucinaciones del protagonista acercan el film al fantástico, con más ecos de El Resplandor y Twin Peaks, que de Los Intocables o Scarface. Trank escribe, dirige y edita este viaje a los infiernos de una mente acosada por los fantasmas del pasado. Nos ametralla hasta el final, desde la cama conyugal hasta el club nocturno, desde el yate en alta mar hasta la bodega. Entre cuchillos, disparos, heces, sangre y miradas vidriosas. Un viaje íntimo a la locura , donde el creador de Chronicle nos muestra que ni siquiera los grandes emperadores se libran de los delirios de una mente torturada entregada al crimen de por vida ( ese fulminante clímax). Y lo hace de manera descarnada y, si, a la vez emotiva. Demonizando y empatizando.
Estrenada en plataformas, a la que se vio obligada a recalar por la vorágine pandémica, un film a rescatar y saborear con parsimonia. Y lo mejor que he visto este año hasta ahora.