viernes, noviembre 22, 2024

Adrián Gómez opina sobre la película El Faro

Fabula costera macabra, la última película de Robert Eggers (La bruja) recoge la atmósfera malsana, entre el onirismo pesadillesco y la tensión in crescendo, de su anterior film. Eggers, como Yorgo Lathimos (Langosta, El sacrificio del ciervo sagrado) no nos ofrece cine acomodaticio. Retuerce el lenguaje del cine de terror y desnuda a sus personajes (en todos los sentidos) haciéndolos sangrar, por fuera y por dentro, en un marco incomparable. Una isla. Una roca donde dos oficiales, sufrirán tempestades emocionales y apagaron la luz de sus almas. Con aroma de novela de Maupassant o Stevenson, se inicia este relato, con una eficiente fotografía en b y n. Prescinde de formato panorámico para sumergirnos en un mar de desencuentros y confesiones. Diálogos Melvillianos se mezclan con prácticas onanistas, borracheras y ventosidades. Los cantos de sirena no enturbian cenas en silencio, aun en compañía de ellos mismos. Ambos buscan la iluminación en la linterna. El viejo lobo de mar y el cachorro, se pierden entre la lluvia, con planos nocturnos dignos de un Caravaggio.

No solo el preciosismo del envoltorio y el tenebroso entorno realzan un filme sublime. Un duelo actoral a la altura de las circunstancias, donde la esforzada interpretación de Robert Pattinson (Cosmopolis, High Life) lejos ya de banalidades insípidas como el folletín vampírico o la sonrojante Como agua para elefantes; le encumbra y sorprende al espectador, en su mejor papel hasta la fecha. Pero es el enorme Willem Dafoe, quien brilla con luz propia, en su mejor trabajo en años. El misterio reposa en sus hombros, La Misión también. Y un registro sobrio, expresivamente delirante o sosegado, según corresponda, es el verdadero faro narrativo.

El clímax, tan demencial y escabroso como el de La Bruja, pone el broche de oro de una obra ambigua, dura y fascinante. Obra mayúscula y atípica y ya piedra de toque ineludible en el devenir del cine fantástico contemporáneo.

No apta para todos los públicos, eso sí.

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