Hubo un tiempo en el que la imagen de las Islas Canarias estaba asociada a su palmera. Al margen del drago, una planta lo suficientemente exótica como para llamar la atención desde el mismo momento del redescubrimiento de las Islas, la palmera canaria (Phoenix canariensis) fue el primer icono de las islas, conocida por todo el planeta. De la mano del ser humano, ha conquistado casi todas las regiones tropicales y subtropicales hasta el punto de poder encontrarse ejemplares de este endemismo canario desde China y la Polinesia hasta Argentina y los Estados Unidos, en muchos casos ya como plantas naturalizadas.
Tras la conquista del Archipiélago, comenzó a cultivarse la palmera canaria en los jardines de aclimatación de Europa, sobre todo a partir de finales del S.XVIII y principios del XIX como ocurrió en Gante (Bélgica). Hay que tener en cuenta que, ya sea por interés propio de los comerciantes o producto directo del desconocimiento, durante buena parte del S.XIX existió una gran confusión en cuanto a la identificación del tipo de palmera comercializada, empleando distintos nombres para nombrar una misma especie: Phoenix canariensis. Se tuvo que esperar hasta 1882 para aclarar el embrollo, momento en que el botánico J. Benjamin Chabaud describiera los caracteres de la palmera canaria, estudiando varios ejemplares cultivados en Hyères a partir de semillas exportadas por Hermann Wildpret, director del Jardín de Aclimatación de La Orotava (hay que señalar que posiblemente fuera Wildpret quien primero identificó la Phoenix canariensis aunque Chabaud fue el primero en publicarlo).
Estos viveros y jardines botánicos fueron los principales surtidores de semillas de palmeras canarias para toda Europa, aunque en ocasiones será la labor de botánicos que visitaban el Archipiélago la fuente de simientes como ocurriera con la estancia del sueco Christie Smith en Tenerife en 1815; decir que la palmera que plantó el naturalista en el invernadero del jardín botánico de Oslo vivió hasta el año 2000, siendo conocida como la palmera de Christie Smith.
A pesar de su popularidad en Europa, los colonizadores españoles no mostraron ningún interés por la palmera canaria. Frente a otras palmeras datileras, la támara de la especie canaria tiene muy poca pulpa lo que las hace muy poco nutritiva, generalmente dedicándose para alimentar los animales o su consumo en momentos de malas cosechas. Por ello, su llegada al continente americano tuvo que esperar varias centurias hasta bien entrado el siglo XIX. Existe una historia, completamente apócrifa, que indica que el jesuita Junípero Serra, en su viaje a América en 1749 recaló en Tenerife en donde adquirió semillas de palmera que viajaron con él hasta las misiones de California, desde donde se difundió la planta. Sin embargo, no existe ninguna prueba de que este jesuita pisara las Islas Canarias (sus biógrafos hablan de un viaje directo desde Cádiz hasta el Caribe) y menos de la presencia de la palmera canaria en las misiones que levantaron. El otro caso de posible introducción de la palmera canaria en el nuevo continente desde época muy temprana es el comentario realizado por Eduard André en una comunicación en la Revue Horticole de París (1893) en donde señala la presencia de una magnífica palmera en la campiña de Montevideo que relaciona con la colonización de isleños de Uruguay quienes, entre otras plantas, trajeron la semilla de la P. canariensis como el ejemplar que describe. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los colonizadores de Montevideo provenían de Lanzarote y Fuerteventura en donde la P. dactylifera es más común, lo que ha llevado a Manuel Rico en su tesis, a descartar que fuera la canariensis la palmera vista por André.
Con estos datos, solo podemos considerar que no será hasta el tercer cuarto del S.XIX cuando se pueda documentar la presencia de la palmera canaria en el continente americano, concretamente en California. John Rock había montado un vivero hacia 1865 cerca de San José que trasladaría en 1884 a Niles, en cuya localidad establecería la California Nursery Company; entre las plantas que vendía, podemos encontrar ejemplares de palmeras canarias. Igualmente, en los catálogos del vivero de Miller and Sievers (San Francisco, 1874) y de Bernard S. Fox (San José, 1874) aparecen a la venta palmeras identificadas como canarias, años antes de que el francés Chabaud la describiera como tal, lo que podría estar señalando que las semillas habían llegado directamente desde las Islas.
La introducción de la planta canaria en Florida se produjo por medio del cultivador Henry Nehrling quien, hacia 1886, comenzó a plantar semillas de palmeras, primero obtenidas de la Riviera francesa y, posteriormente, de las Islas Canarias.
La difusión de esta planta por Estados Unidos queda ejemplificada en varios especímenes monumentales que fueron cultivados en esta época, como ocurre con una palmera de treinta metros y medio de altura de la localidad de Whittier (California) plantada en torno a 1890 o la avenida de palmeras del Chavez Ravine Arboretum (Los Ángeles) de 1893.
Parece que, a partir de Estados Unidos, se fue difundiendo la palmera canaria por todo el continente. Entre las plantas del Harvard Botanical Gardens en Cienfuegos (Cuba) se encontraban palmeras canarias. En el catálogo del jardín botánico de Buenos Aires (Argentina), de 1910, se puede documentar la presencia de esta planta, aunque tuvo que llegar años antes pues la Plaza 25 de Mayo se remodeló en 1900 por la visita del presidente de Brasil, plantando en sus parterres palmeras canarias que han subsistido hasta la actualidad.
La presencia de la palmera canaria en Australia se remonta a 1877 cuando la Royal Society of Tasmania adquirió un número indeterminado de P. tenuis para sus jardines en Hobart, seguramente servidas por el francés Jean Jukes Linden. En la inmensa confusión de terminología empleada en esos años para designar a las palmeras, Phoenix tenuis no era otra especie que la palmera canaria. No se sabe cuántos ejemplares sobrevivieron, pero actualmente se puede documentar la presencia de dos magníficos ejemplares de palmera canaria en el Royal Tasmanian Botanical Gardens las cuales fueron plantadas a finales del S XIX. Muchas de estas plantas llegaron al país por iniciativas privadas, como ocurrió con W. R. Virgoe quien importó dos Phoenix canariensis a Brighton (Victoria), las cuales tenían, en 1897, 25 años (con lo que se estima que fueron traídas en la década de 1870). Estas palmeras tendrán una gran importancia porque hacia 1903 fueron trasplantadas al Melbourne Botanic Gardens permitiendo obtener miles de semillas que se distribuyeron por todo el país; de ahí el nombre con el que fueron conocidas: Adán y Eva. Como ocurriera en otros territorios, los viveros locales comenzaron a plantar palmeras canarias, inicialmente importando semillas (e incluso matas en macetas) de Francia y Bélgica para, al poco tiempo, importarlas directamente de Canarias y así evitar hibridaciones o palmeras de otras especies. Con el paso de los años, los viveros australianos fueron capaces de obtener sus propias semillas locales; así, hacia 1907, el vivero Union Nursery (Brighton) afirmaba contar con más de cien mil macetas de palmeras dispuestas para su venta.
Palmera canaria como símbolo de prestigio
Pronto la palmera canaria fue considerada como un símbolo de prestigio en los jardines de la aristocracia. El vizconde Joseph de Vigier, jefe de las cuadras de Napoleón, adquirió hacia 1864 tres ejemplares del vivero Verschaffelt en Gante (Bélgica) para decorar los jardines de su palacete en Niza, el cual era una copia del palacio Mocenigo de Venecia. Por primera vez se plantaba en Europa, en exterior, una palmera canaria demostrando su capacidad para enraizar en cualquier ambiente. A partir de ese momento, la palmera canaria se transformó en un símbolo de prestigio, llenando las avenidas, parques y jardines de la ciudad. Por emulación, la nobleza europea y los adinerados norteamericanos que acudían a la Costa Azul para disfrutar del descanso estival en el lujoso Train Blue, comenzaron a decorar sus propiedades con palmeras canarias. Es significativo que el monumento de 1912 dedicado a la reina Victoria de Inglaterra, levantado en los jardines del Hotel Excelsior (Niza) en donde solía pasar el verano estuviera flanqueado por sendos ejemplares de palmera canaria.
En los Estados Unidos, esa aristocracia adinerada que solía pasar los veranos en Europa comenzará a construir sus grandes villas de descanso en Florida y California siguiendo el modelo de los palacetes mediterráneos de la nobleza europea, incluyendo las palmeras canarias en sus jardines. Tal era el prestigio de esta planta que en la Panama-Pacific International Exposition (San Diego, 1915), feria en donde se celebraba el éxito de la construcción del canal, se levantó una Avenida de Palmeras formada por Phoenix canariensis provenientes de la California Nursery Company. Este vivero aportó varios centenares de palmeras adultas con las cuales se creó una avenida de ochocientos metros de doble fila de palmeras. La Phoenix canariensis se convirtió, de esta manera, en la única representante española en esta feria ante la negativa del gobierno español de participar en la misma.
Estas avenidas de palmeras canarias proliferaron rápidamente en diversos países, imitando a la realizada en Niza, como ocurrió en Palm Drive o la icónica Beberly Hill en Los Ángeles… pero, si en algún lugar destacó por su uso ornamental fue en Australia, al otro lado del mundo, en donde a partir de 1906 se comenzó a plantar palmeras en las avenidas Gregory, Driver y Macarthur, multiplicándose rápidamente en otras calles, lo que le granjearía a Sydney el sobrenombre de “Ciudad de las palmeras”. Tan importante será la palmera como elemento decorativo urbano que en la ciudad de La Laguna (Tenerife), en fecha incierta anterior a 1920, las palmeras que forman el Camino Largo fueron sustituyendo a las antiguas acacias. Así, surgió una avenida peatonal, la primera del Archipiélago, formada por 212 palmeras, emulando a esas avenidas que ya marcaban la fisonomía de buena parte de las principales ciudades del mundo.
Entre las clases medias, rápidamente comenzaron a permear las ideas y símbolos de prestigio de la aristocracia adinerada. Si no podían construirse palacetes o villas sí podían tener jardines concebidos como espacios de solaz y esparcimiento, ocupando la palmera canaria un lugar prominente ya que era barata, fácil de cuidar y lo suficientemente frondosa como para ser vista desde lejos. Ayudó a este proceso el trasvase de agua desde el Río Colorado a la cuenca de Los Ángeles, obra de ingeniería que posibilitó la parcelación de numerosos terrenos que hasta ese momento estaban baldíos por la carencia de agua. Es muy significativo que esta onda expansiva no solo afectara a Estados Unidos. Cuando los australianos buscaron modelos de casas para romper con su pasado colonial, los arquitectos se fijaron en lo que se conoce como Californian Bungalows o Spanish Mission-style, importando no solo la planta de las casas sino también sus modelos de jardines ornamentales en donde señoreaban las palmeras canarias.
Tal era el prestigio de la palmera canaria que, en Australia, se convirtió en el árbol predilecto para realizar homenajes a personajes ilustres. En septiembre de 1903, Lady Clarke, esposa del Gobernador de Victoria, plantaría la primera de una serie de palmeras conmemorativas en el Melbourne Botanic Gardens, acto organizado por la Victoria League Memorial Tree. Igualmente, uno de los presentes entregados a modo de despedida a la estrella de la ópera Nellie Melba en 1903, al finalizar su gira por Australia, fue una pareja de palmeras canarias. Ante esta realidad, no sorprende que cuando comiencen a levantarse memoriales a los soldados australianos caídos en la Primera Guerra Mundial, la palmera canaria ocupe un lugar preeminente a lo largo de todo el país como ocurriera, por ejemplo, en West Merbein, en 1919, donde se plantaron 240 ejemplares, cada uno con una placa con el nombre de un conciudadano muerto.
Seguramente, el siguiente comentario de Ernest Brauton en la Cyclopedia of American Horticulture (1903) puede resumir perfectamente el prestigio que adquirió la palmera canaria:
“La palmera más popular entre las masas, que buscan elegancia y belleza combinado con bajo precio, es la P. canariensis. Actualmente se plantan más de estas que de las otras tres especies. En Los Ángeles y sus alrededores pueden ser contadas por decenas de miles.”
Llama la atención que, a pesar de su fama y haberse convertido en un icono mundial, la palmera canaria haya sido “despreciada” en las Islas Canarias. Cuando se diseñó un logotipo para promocionar turísticamente las Islas, se prefirió emplear una planta introducida, como es la strelitzia, desdeñando la palmera, un endemismo canario que a lo largo del siglo XIX y XX había conquistado los jardines de medio mundo; fue tal su fama que llegó incluso a la cuna de la civilización occidental, como ocurre con el magnífico ejemplar centenario que existe en el National Garden de Atenas.
No sabemos si por miopía, por complejo de inferioridad, o simplemente consecuencia de la más profunda ignorancia por parte de los gestores de las cosas públicas, lo cierto es que se perdió una gran ocasión para enseñar la riqueza de los ecosistemas de la Isla Canaria, otra más de las muchas oportunidades perdidas.