Esta semana Culturamanía y El Libro en Blanco les recomendamos «Madrid», de Andrés Trapiello. La historia de una vida y de una ciudad, contada con originalidad y apasionamiento por alguien que llegó a ella hace cincuenta años como tantos: probando fortuna. El libro es también la biografía de su aturo, trenzada igualmente con los viajes de agua, los barrios bajos y los nobles, con reyes, repúblicas y dictaduras, el esplendor y las miserias, la paz y las guerras o la Movida… Y es sobre todo la proclamación de una gran virtud: la hospitalidad de quienes viven en Madrid.
Para entender la esencia del libro, lo mejor es dar voz al propio Trapiello:
Madrid es una ciudad estrepitosa y bizarra (por decirlo con dos italianismos) y, si se le pilla el punto, fascinante. No hace falta haber nacido en Madrid, ni vivir aquí, para darse cuenta. Claro que si dijera lo contrario tampoco se molestaría nadie, porque la mayoría de los madrileños que yo he conocido no son narcisistas, y las madrileñas menos aún; presumidos, quizás algo más que en otras partes, pero narcisistas no me han parecido. Además, casi nadie es de Madrid, y cuando te encuentras con alguien que nació en la famosa <<Villa del oso y el madroño>> tampoco te cobra una perra por ello: <<haber nacido en Madrid no da derecho a nada>> y <<en Madrid todo es de todos>>. Lo
primero lo dijo Giménez Caballero, que escribió un libro que se titula «Madrid nuestro», y lo segundo, Tomás Borrás, uno de los personajes de La tertulia del Café de Pombo (antiguo Café situado en el número 4 de la calle Carretas que era frecuentado por intelectuales y artistas).
A menudo oímos: <<No sé cómo podéis vivir en Madrid>>. Y llevan razón. Yo tampoco me lo explico. Pero si puedo, nunca me iré de esta casa ni de este barrio; cada día los encuentra uno, cómo decirlo, más cercanos, sin que por ello vea que se lo estemos quitando a nadie. Esta ciudad nos sienta a todos como ropa de niño pobre, <<corta y larga>>. Lo que tiene de urbe lo tiene también de <<campesino y lugareño>>, como se encargan de recordar una vez al año los rebaños de merinas que atraviesan la cañada que pasa por la Puerta de Alcalá. <<Huele a tomillo y espliego>>, decía Meléndez Valdés, y Madrid (<<pueblo grande y revuelto>>, decía también Galdós) es más rumboso que rico, y más de viejo que de nuevo. Para los que nos gusta lo nuevo tanto como lo viejo, es una ventaja, aunque sin salir de España hay lo menos media docena de ciudades que la superan en todo o en parte, y saliendo, muchas más. Alguien quería saber el nombre que les dan algunos aborígenes a los que han ido a trabajar a Cataluña o al País Vasco desde otras regiones españolas: charnegos, maquetos… ¿Y en Madrid a los que aquí nos hemos aclimatado? Madrileños, desde el primer día, como también nos dicen, por lo general con cierta desconfianza o retintín, allá donde vamos, pese a que, como decía Díaz-Cañabate, <<nacer en Madrid no es ser madrileño>>. Acaso por eso en Madrid nadie te pregunta de dónde eres, y si lo hacen se celebra de donde vienes, dispuestos a creer las maravillas que les cuentes de tu país nativo. Nuestro amigo Félix Ovejero, que vive en Barcelona, abrocha sus correos desde hace años con un <<Ubi bene, ibi patria>>; él escribe en latín esas palabras de Cicerón solo por delicadeza: <<Donde estoy bien, ésa es mi patria>>.
Ese es parte del enigma de Madrid: desde sus orígenes hasta hoy mismo, pasando por la más misteriosa de sus efemérides, 1561, el año en que Felipe II decidió trasladar aquí la corte. Su historia, nos recuerda Santos Juliá, es la de una ciudad que ha querido ser con Austrias y Borbones la capital de la monarquía; con los liberarles del siglo XIX la
capital de la nación, en 1931 la capital de la República; en 1939, con Franco, la capital de España, y desde 1978 la capital del Estado. En la actualidad yo creo que apenas es ya nada, solo el buzón donde todo el mundo, principalmente <<las provincias>>, como las llama Ortega y Gasset, dirige sus quejas y reclamaciones. Pero no solo: ha sido, como
ninguna otra, la de las ocasiones perdidas. Aunque sin exagerar: tampoco es un <<proyecto en ruinas>>. Es verdad que el horizonte a Madrid se la ha puesto siempre un poco más lejos que a ninguna otra ciudad española y los mimbres de ese proyecto sucesivo han sido casi siempre pocos, malos y rotos. Pero también es la refutación de cualquier nacionalismo: aquí cada cual tiene su propio nido, ni peor ni mejor que el de su vecino, y en él cabemos todos. ¿Cucos que ponen en él sus huevos? Como en todas partes, ni más ni menos. Y el encanto de su destartale, su <<ruina>>, es patente.
Andrés Trapiello nació el 10 de junio de 1953 en Manzaneda de Torío, León. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, donde también trabajó en el Diario Pueblo. En 1975 se trasladó a Madrid y desde entonces tiene fijada allí su residencia. Esos primeros años de estancia en Madrid los pasó trabajando como redactor en una revista de
arte y, también como redactor en programas de arte y literatura de TVE. Su primer libro de poemas, «Junto al agua», apareció en 1980 y el segundo dos años más tarde, bajo el título de «Las tradiciones», publicado por la editorial Trieste, fundada por Valentín Zapatero y que el propio Trapiello entró a dirigir.
Publicó su primera novela en 1988, titulada «La tinta simpática» y en 1990 apareció «El gato encerrado», el primero de los diecisiete tomos publicados hasta la fecha y que componen el Salón de los pasos perdidos, un conjunto de diarios que ha subtitulado «Una novela en marcha». Su segunda novela se «El buque fantasma» se publicó en 1992 y recibió el prestigioso Premio Internacional de novela Plaza & Janés. En 1993, su cuarto libro de poemas «Acaso una verdad», obtuvo el Premio de la Crítica.
Ese año también se alzó con el Premio don Juan de Borbón, por «Las armas y las letras. Literatura y guerra civil 1936-1939». La publicación de este libro señaló el comienzo de una colaboración que dura hasta el presente en el Magazine de La Vanguardia. Obtuvo el Premio Nadal en 2003 por la novela «Los amigos del crimen perfecto» y, en 2005 el Premio Fundación Juan Manuel de Lara a la mejor novela publicada ese año por «Al morir don Quijote». Otro legado que nos deja Andrés Trapiello y que queremos destacar muy especialmente, es la primera traducción impresa en castellano actual de El Quijote, uno de los más ambiciosos proyectos literarios de los últimos tiempos, al que se ha dedicado más de una década de trabajo y que acerca una de las obras más importantes de la literatura universal a los lectores del siglo XXI.