lunes, noviembre 25, 2024

La Fundación CajaCanarias inaugura la exposición “Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida”

  • La muestra podrá visitarse en el Espacio Cultural de Santa Cruz de Tenerife hasta el próximo 5 de enero

La Fundación CajaCanarias ha inaugurado este martes, 9 de octubre, en su espacio Cultural de Santa Cruz de Tenerife, la exposición titulada “Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida”, una muestra conformada por 90 piezas obra del artista canario, y que podrá visitarse hasta el próximo 5 de enero de 2019 en el recinto cultural capitalino. Con este montaje expositivo la Fundación CajaCanarias repasa y difunde la trayectoria del reconocido y premiado creador, que se dedicó durante más de cinco décadas a lo largo de su vida a la investigación y desarrollo en torno a la escultura, los grabados y el dibujo. Esta exposición, de carácter gratuito, se puede visitar de lunes a viernes, de 10:00 a 13:30 horas y de 17:30 a 20:00 horas; así como los sábados, de 10:00 a 13:30 horas, permaneciendo cerrada los domingos y días festivos.

Alfredo Luaces Fariña, director general de la Fundación CajaCanarias, destacó en el acto de presentación que esta exposición es el mejor argumento para reclamar el lugar que merece Bethencourt como uno de los grandes escultores figurativos del siglo XX. De este modo, el director de la entidad también agradeció especialmente la presencia de Manuel Bethencourt, hijo del artista canario. Por su parte, la co-comisaria de la muestra, Marisa Bajo Segura, resaltó que gracias a dimensionar la obra en un espacio propio, el montaje expositivo posee una mirada diferente, siendo capaz de llevar a término la idea original del artista a través de una nueva experiencia en lo que respecta a su contemplación.

La muestra “Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida” invita a recorrer el ciclo de la vida a través de una amplia selección de más de 50 años de producción artística en la que se incluyen 60 esculturas, 24 grabados y seis dibujos realizados en distintos materiales como mármol, madera, bronce o piedra volcánica, que hacen hincapié en el concepto de cotidianidad que marca la trayectoria de este artista. La maternidad, la familia, el amor, el deseo y la rebeldía frente a la muerte, comprenden los temas que han estado siempre presentes en su obra.

“Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida” supone, a su vez, un homenaje a la primera muestra que CajaCanarias realizó alrededor de su obra, hace 33 años, en la Sala de Arte de La Laguna. Aquel inicial acercamiento retrospectivo a sus creaciones permitió mostrar la importancia de un artista que, a pesar de los numerosos reconocimientos y premios recibidos durante más de tres décadas de investigación y creación en torno a la escultura y el dibujo, seguía siendo escasamente conocido.

Además, la Fundación CajaCanarias programa para esta exposición su proyecto didáctico “Despertares”, basado en que los escolares de todas las etapas educativas hasta bachillerato asimilen de forma más completa el contenido de las respectivas exposiciones que realiza. Para facilitar el aprendizaje los participantes descubrirán, de la mano del personal formativo de la Fundación CajaCanarias, las características principales de la exposición a partir de una metodología lúdica y participativa, adaptada a las distintas edades.

Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida

La exposición, que podrá visitarse hasta el próximo 5 de enero de 2019 en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, se estructura a través de un repaso por las distintas etapas artísticas en las que se sumergió Manuel Bethencourt durante su larga trayectoria creativa:

Dibujar en el espacio: Manuel Bethencourt comenzó muy joven a dominar la talla de la mano de sabios maestros, que le inculcaron el respeto por la materia. Estos hallazgos lo ayudaron a ir depurando su capacidad para intuir la forma, para anticipar los gestos. Esa temprana conciencia espacial le permitió dominar los lenguajes de la vida a través de su obra. Es sorprendente el virtuosismo que alcanzó en obras muy tempranas como “Niño con pez”, realizada con apenas 18 años. En 1951 obtendría una beca del Estado que le permitiría cursar estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Sus primeros años de formación están vinculados a la creación de una obra depurada de inspiración clasicista, atenta a los detalles. A esta época pertenece la que será su primera obra maestra, Ansias de maternidad, tallada en mármol negro de Bélgica cuando tenía 25 años de edad. Para Manuel, la talla debía fluir a través de un gesto natural que recorre la materia, «tan simple —nos dice el escultor— como cuando sale el agua de un manantial».

Espíritu de África: Los cuatros años vividos en Guinea Ecuatorial, a finales de los años cincuenta, serían decisivos para conocer nuevas maderas y las técnicas de talla africana. Allí descubrió los delicados trabajos del arte Fang, a través de la perfección de los relicarios Byeri, cuyas voluminosas cabezas de rostros redondeados y simétricos,ofrecían siempre acabados muy delicados. A este período pertenece una de sus obras más ambiciosas, como es Tam-Tam. Estos hallazgos, junto al descubrimiento de nuevas maderas locales –samanguila, bocapí, ukola–, dieron lugar a su serie de cabezas africanas.

Ruptura y búsqueda: En 1965 obtiene una beca como pensionado en la Academia Española de Bellas Artes de Roma. En esos años, la escultura italiana era heredera del legado de Arturo Martini (1889-1947), cuyas ideas fueron seguidas por Marino Marini, Pericle Fazzini, Giacomo Manzú y Emilio Greco, de quien Manuel tomaría su plasticidad táctil, heredando su obsesión por guiar el dibujo de la luz en el bronce. Aunque Manuel Bethencourt asiste en Roma a las clases de Pericle Fazzini, la mayor influencia la recibiría de Marino Marini que llevaba más de dos décadas tratando de recuperar esa raíz etrusca que traería, como consecuencia, la sencillez arcaica que estos escultores buscarían en la forma. Con Marini, al que Manuel conoce en la gran retrospectiva de 1966 dedicada al escultor italiano en el Palazzo Venezia de Roma, compartiría esa idea de que la escultura debía transmitir la dimensión existencial de la condición humana.

La vida: Su pasión por el ser humano, en especial por la mujer y su capacidad de acoger y vertebrar la vida, acompañarán los temas que siempre estuvieron presentes en su obra: la maternidad, el amor, la familia, y el deseo. Aunque el dibujo siempre estuvo presente desde su formación, en los años noventa adquirieron una importancia central. Esta indagación del gesto le permitió sintetizar y depurar el dibujo hasta alcanzar la limpieza de la línea que ya perseguían sus esculturas. El dibujo como una extensión del pensamiento, le permitió ampliar su reflexión sobre las emociones humanas. 

La protesta: En su madurez, el escultor abordará la idea del hombre expulsado, expuesto a la intemperie, a la crudeza descarnada del mundo, en la que realiza una reflexión sobre la fragilidad humana y su infructuosa oposición a las fuerzas de creación y destrucción presentes en la naturaleza. La Protesta es su serie más social y reivindicativa que forma parte de ese grito frente al vacío que se abría en su tiempo. En La Protesta (1984), este grito es ya la expresión desesperada que nace de la misma tierra en la que el hombre hunde sus raíces, para desgajarnos de nuestra naturaleza animal y, en ese desgarro, elevar la protesta de ese ser disconforme con su existencia.

Anaga: A mediados de los ochenta, tras superar una grave enfermedad que lo obligó a replegarse para pelear por la vida, Manuel decidió adentrarse en la materia volcánica de las piedras calcáreas, que hallaba en las costas de Anaga. En esta dura etapa, cuando se espera poco de la vida, el escultor vuelve a empezar, partiendo de su dolor, para tratar de dar una respuesta existencial a ese pulso que mantiene con el tiempo. 

Materia intransigente: Desde 1987 comenzaría a trabajar en una serie sobria e inquietante a partir de las bombas volcánicas que recoge en Las Cañadas. Este momento supone un cambio radical en los registros de su lenguaje aplicado a una materia de gran dificultad técnica. Bethencourt realiza sin ataduras formales esta última indagación en torno al carácter dramático del territorio. El escultor busca desvelar lo humano desde el respeto a las líneas de tensión ya presentes en la escoria volcánica. Lo que más impresiona, no es la dificultad que comportaba el querer abordar una materia dura y porosa, sino la necesidad de desabrochar la vida que latía en la entraña de la lava. Los rostros emergen como seres exhaustos a punto de perecer ahogados en el magma. Son rostros desdibujados, expulsados de sus sueños, que van desmaterializándose gradualmente en su propia voluntad de respirar, de consumirse desde el interior de la escoria que los atenaza.

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