domingo, junio 8, 2025

Marta Olazabal, ciencia para pilotar la incertidumbre


La ingeniera del BC3 dirige un equipo que investiga de forma integral las formas de adaptarse al cambio climático

Imaginar las formas en que la humanidad puede adaptarse al cambio climático es necesario. No es una renuncia, no es tirar la toalla. “Precisamente, porque los estamos viviendo, necesitamos adaptarnos. La lucha contra el cambio climático y la adaptación ante él son dos cosas que tienen que suceder al mismo tiempo”, afirma Marta Olazabal, la ingeniera que dirige en el Centro Vasco del Cambio (BC3) un equipo dedicado a investigar e imaginar las formas de adaptarse a este fenómeno global.

Olazabal recogió esta semana el premio Brote Especial que le concedió en su XXVII edición el Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias (FICMEC) en su sede de Icod de los Vinos, en el norte de Tenerife, por su labor como investigadora en el equipo que lidera sobre la Adaptación al Cambio Climático en el BC3 (conocido así por sus siglas en inglés). 

“Tenemos que reducir emisiones -medida clave en la lucha contra el cambio climático-, y, por otra parte, tenemos que observar lo que está pasando y actuar, preparar infraestructuras, personas, comunidades, las tierras, todos nuestros sectores críticos, de manera que estén mejor preparados para el cambio climático, teniendo en cuenta que existe una gran incertidumbre sobre lo que va a pasar en el futuro, pero que no por eso tenemos que dejar de actuar”, detalla con la emoción propia de quien tiene conciencia de la trascendencia de un trabajo que aborda con pasión.

El BC3 es un centro de investigación interdisciplinar en el que se abordan muchas áreas, desde cómo reducir las emisiones hasta la ecología, la agricultura, el hielo, las políticas ambientales y la adaptación al cambio climático. “Mi equipo y yo tenemos un proyecto, Imagine adaptation, concebido para imaginar la adaptación, el proceso de imaginar futuros posibles y deseables en ciudades, de manera que estén preparadas para los impactos del cambio climático: las olas de calor, olas de frío, sequías, inundaciones…”, explica. A través de este proyecto trabajan con agentes locales en doce ciudades del mundo, ubicadas en Latinoamérica, Europa y Oceanía. 

“Hace años solo se hablaba de impactos del cambio climático. No existían imaginarios de adaptación. Hemos hecho un trabajo en el que buscamos qué está en el imaginario de la gente cuando se habla de adaptación. Identificamos 31 aspectos relacionados con la adaptación al cambio climático. El siguiente problema al que nos enfrentamos son las interpretaciones sobre el significado de otras cuestiones: gobernanza, legitimidad, transparencia, infraestructura urbana… Llevamos esos conceptos y sus interpretaciones a ilustraciones hechas por un artista local de forma que se diera cabida a todas las percepciones y, al mismo tiempo, el resultado no diera lugar a la ambigüedad”, apunta para explicar su método de trabajo.

Asimismo, han establecido los límites en el imaginario actual. El principal es “la creencia de que hay problemas y también soluciones universales”. Esta creencia funciona como un límite porque “no los hay”, ni problemas ni soluciones universales, una realidad que obliga al diálogo, al conocimiento mutuo, al intercambio atento y respetuoso: “Es necesario conocer lo que dice la gente, lo que sabe la gente, sus conocimientos previos, los tradicionales. Además, en las ciudades hay muchos flujos migratorios y cada vez van a ser muchísimo más importantes. Como no tengamos en cuenta todas las vulnerabilidades de la población completa, y sus conocimientos, que también pueden servir para mejorar la calidad ambiental y la calidad urbana, difícilmente podremos hacer de las ciudades un espacio habitable para todos”. 

Como límite a la imaginación se suman también los valores: “No solo son los conocimientos, también está lo que es lo que prioriza cada comunidad o cada individuo”. Además, hay que tener en cuenta que “el clima no va dejar de cambiar. Durante los próximos siglos vamos a tener que enfrentarnos a cambios continuos. Nos tenemos que enfrentar a eso. Es imposible predecir al detalle lo que va a pasar, tenemos que cambiar las maneras de hacer, de forma que se pueda aprender haciendo; tenemos que aprender de lo que ha pasado en un proceso de experimentación”. 

Durante más de 20 años, Olazabal se ha especializado en la dimensión social y política de la sostenibilidad urbana y la adaptación al cambio climático. Es autora del Informe Especial sobre Ciudades y Cambio Climático del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. La galardonada por FICMEC estudió Ingeniería Ambiental en la Escuela de Ingeniería de Bilbao. Se doctoró en Economía Territorial por la Universidad de Cambridge. Su campo de investigación se centra en la sostenibilidad urbana, la gobernabilidad del cambio climático y la evaluación de la capacidad de adaptación a nivel local y en su impacto social y ambiental. En 2011, fundó la Red de Investigación sobre Resiliencia Urbana (URNet), que cuenta con más de 300 miembros. 

En FICMEC, Olazabal ha asistido a encuentros con el público que acude a la sección del festival dedicada a la agricultura ecológica, Fotosíntesis; además, mantuvo un encuentro con profesores de la Universidad de La Laguna (ULL) y estuvo en el encuentro que mantuvo con el público el agricultor gallego Jaime Otero sobre su propuesta de la agricultura sintrópica, la que sigue las dinámicas del funcionamiento de los bosques para aplicarla a la producción agrícola, la recuperación de los suelos y su fertilidad y la recuperación de los recursos hídricos. “Ha sido un honor recibir este premio, sobre todo en esta escena de arte y de cultura, unir la ciencia y la cultura en la misma lucha contra el cambio climático y en un entorno y en un contexto medioambiental. Es mágico y me anima a seguir adelante con mi carrera científica; es como un chute de energía”, aseguró.  

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