viernes, noviembre 22, 2024

SOUND OF FREEDOM: Los niños de Dios no están en venta (las entradas, sí). Por Besay Ramírez

Atención, esta crítica contiene algunos spoilers, aunque la película no contenga ninguna sorpresa ni giro inesperado. Empiezo.

«La película que Hollywood no quiere que veas», o «la película del que todo el mundo habla» son los eslóganes más usados para dar eco a la cinta que, supuestamente, marcaría un antes y un después en el panorama cinematográfico del momento, envuelta en una crisis de ideas en forma de películas de superhéroes, reinicios/remakes de películas emblemáticas y aderezadas con el correctismo bien pensante e inclusivo de rigor. Por tanto, “Sound de Freedom» sería como «El cantor de Jazz» de nuestro tiempo, o como diría nuestro héroe Jim Caviezel, «La cabaña del Tío Tom del siglo XXI». Y como servidor que fui a ver esta «obra singular de la humanidad» en pantalla, me hice unas cuantas preguntas mentales una vez terminada la proyección:

– ¿Es una mala película? No.

– ¿Es una obra maestra? Tampoco.

– ¿Su temática es innovadora? Ni mucho menos.

– ¿Resulta conmovedora? Lo justo.

– ¿Es tan revulsiva como para que ciertos círculos de poder la vetaran? Me temo que se han equivocado de película.

Básicamente «Sound of Freedom”, sí, habla sobre el tema espinoso del tráfico sexual de menores, e inspirada en la figura real de Tim Ballard, un exagente del FBI que emprendió una lucha sin cuartel contra el mercado sexual donde en la que involucran a degenerados con mucho poder y dinero dispuestos a saciar sus perversas fantasías. En este caso, aquí lo interpreta un Jim Caviezel dando su «do» de pecho mesiánico mientras se oye unos cánticos infantiles que parecen extraídos de «La delgada línea roja». Sin embargo, el director Alejandro Monteverde no es Terrence Malick, ya que su plana puesta en escena y su previsible narrativa impide que la película se despegue del telefilme de los domingos a la hora de la siesta (esa trama circular al estilo «Centauros del desierto» con la niña protagonista resulta rematadamente mediocre).

Tampoco llega a profundizar del todo la angustia y desesperación de un padre al ver que la cama de su hija sigue vacía, un pecado mortal si se quiere definir como «cine denuncia». No digamos ya de la galería de traficantes y pedófilos, con menos sustancia que un villano de «Walker Texas Ranger». En mi caso, agradezco que por lo menos, no resulte la típica «película de estampita» más propia de las producciones evangélicas de Kirk Cameron, y que las escenas de los abusos no resulten tan gráficas o gratuitas; como en aquel brutal telefilme canadiense llamado «Tráfico humano» (Duguay, 2005), protagonizada por Mira Sorvino, y que aquí precisamente hace el papel de la esposa de Tim. Por desgracia, su presencia resulta tan testimonial como inservible, fruto de un guión moroso y esquemático al servicio de nuestro héroe y su sagrada misión como rescataniños. Para ello, diseña una suerte de «Equipo A» junto a un atormentado excartel de la droga colombiana (el personaje secundario mejor descrito de la película), y un millonario confidente de la policía (totalmente desaprovechado), que no es otro que el productor de la cinta, Eduardo Verástegui, que también emprende este camino del bien como candidato a la presidencia mejicana. Y así, con la facilidad de sumar dos y dos, consiguen capturar a los villanos y salvar a los niños de Dios de los que, automáticamente, parece que los traumas causados por las sucesivas violaciones se sanan tocando los bongos y cantando alrededor de una isla paradisíaca (¿referencia al caso Epstein?). En general, toda la acción se resuelve desde un prisma tan simplista como inocente, muy al nivel de las películas mudas como «Tráfico de almas» (Tucker, 1913), la primera película centrada en el tráfico sexual. Así que como dije al principio, nada nuevo bajo el sol.

En resumen, «Sound of Freedom», más que transgresora, es una película contextual estrenada en tiempos de confrontación ideológica en plena guerra de las redes sociales; sumada a un buen ejercicio de marketing en el que el David cinematográfico venció al Goliat «Indiana Jones» en las taquillas estadounidenses. Sin embargo, el eco mediático no casa con una película que a lo mejor no deja de ser una operación comercial más en beneficio de una tragedia humana, por mucho que Jesu…, digo Caviezel, trate de ir a contracorriente de la industria y soltar discursos post-créditos para vender más entradas. Tal vez la organización conservadora QAnon tuvo la culpa de usarla como arma arrojadiza contra la izquierdista y «pedófila» Hollywood, responsable de la censura de la citada cinta. Por mi parte, vi una película estimable y valiente, a pesar de sus defectos, pero que no quedará impresa en mi memoria, ni tampoco en los libros de historia del cine. Es más, resulta muy superior a otro film similar, la vergonzosa «Machine Gun Preacher» (2011, Forster), con Gerard Butler como salvaniños y constructor de iglesias en África.

Por lo menos, aquella noche pude dormir como un ángel al oír en sueños el sonido de esos bongos: «es el sonido de libertad». Después no oí absolutamente nada.

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