Hace unos días se estrenaba en los cines uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Sin duda, el cruzado de la capa tiene una legión de fans, desde hace más de ochenta años, muy fiel y con ganas de ver la nueva versión del personaje.
The Batman no ha dejado indiferente a nadie; expertos de cine, público en general, e incluso a historiadores del arte. En este ámbito deseo detenerme para analizar la fotografía de Greig Fraser donde hay una clara influencia del pintor Edwar Hopper (1882-1967), coherente con el discurso que se da en toda la película: la soledad de un individuo puede crear héroes y villanos, todo depende del cruce de una línea muy fina llamada miedo.
En esta versión de Gotham todo es oscuro, llueve, como si la ciudad no parara de llorar sus miserias. La tristeza invade cada plano de la película y ahoga toda esperanza en unos ciudadanos atemorizados.
El espectador intuye que el terror de los ciudadanos tiene nombre y apellidos, Batman y Enigma. Y nada más lejos de la realidad. Tanto el primero como el segundo son la consecuencia de una ciudad podrida. Dos huérfanos que abrazan la soledad y la incomprensión de formas opuestas. Son ciudadanos de una ciudad que no habla. Solo grita en silencio a través de planos vacíos, no por ausencia de personas, sino por falta de comunicación entre ellas.
Es un “realismo americano” con una crítica sutil y cierto aire de misterio, propio del pintor ya citado. Decía Hopper lo siguiente:
<<El gran arte es la expresión externa de una vida interior en el artista, y esta vida interior tendrá como resultado su visión personal del mundo>>
La visión personal del pintor americano no dista mucho de la del director Matt Reeves y su Batman. De hecho, tampoco se diferencia tanto de la versión del personaje de Frank Miller en el cómic Batman: Año Uno.
Tanto en el cómic como en la película ya citada, llueve sin parar, para enfatizar esa idea de los personajes que Hopper introduce en sus cuadros, individuos sin alma, como en su obra “Noctámbulos” (1942)
En años de Segunda Guerra Mundial, hay una crisis de humanidad. En este lienzo los personajes no interactúan. Se evaden en la nada, dentro de una especie de pecera sin puerta, ahogados. Clientes y un camarero en medio de una ciudad vacía, oscura, sumergidos en sus propios pensamientos. Y el espectador colocado como un simple voyeur, porque todos lo somos.
Esta soledad corroe a un niño huérfano, cansado de la hipocresía social y política. Un tipo obsesionado con sus pensamientos en un bar cuya luz parece ser lo único iluminado en una ciudad oscura, al igual que en “Noctámbulos” de Hopper.
Los contrastes de luces y sombras, con una técnica que aboga por el realismo, es apropiada para transmitir la pérdida de esperanza (algo que Batman rebate al final del filme, donde por fin ve la luz). Si bien somos voyeurs de Enigma y podemos incluso, a partir de un uso de la cámara espléndido y sutil, meternos en su cabeza, somos también el que está dentro de la pecera.
Somos el villano que intenta encontrarse en la incomprensión ante un mundo apático, caótico e injusto. Somos esos seres que aparentan tranquilidad en medio de la soledad, pero que en realidad, ansían explotar.
El ruido en los cuadros de Hopper es paradójicamente la ausencia de éste. Y este aspecto lo recoge muy bien The Batman donde todo parece tensión contenida, a punto de estallar.