martes, febrero 11, 2025

«Tierra Arrasada: Un viaje por la violencia del Paleolítico al Siglo XXI», de Alfredo González Ruibal. Por Álex Ro

Editorial Crítica, 2024

Con esta monografía, Alfredo González Ruibal aborda el viejo debate filosófico sobre la naturaleza humana: ¿Somos una especie violenta per se o, al contrario, somos seres empáticos en donde la violencia solo es producto de circunstancias concretas? Para intentar responder a esta pregunta, utilizará la arqueología de la cual es especialista. Así, buscará ejemplos materiales del pasado que pueda inclinar la balanza hacia uno u otro lado, desde la Prehistoria hasta la actualidad, como indica el subtítulo del libro.

Lo primero que hace González Ruibal, intentando evitar confusiones, es delimitar los conceptos básicos que va a emplear a lo largo de todo su libro como son violencia y guerra. Aunque parezca una obviedad, toda guerra es violencia, pero no toda la violencia conlleva conflicto bélico. Por ello, para hablar de guerra es necesario que se cumplan una serie de condiciones como son: dos contrincantes que se identifiquen como tales, que cuenten con guerreros (profesionales o no) y ejércitos (ya sean permanentes o temporales), que se guíen por unas normas militares y que cuenten con su propia cultura material y prácticas sociales. A esto habría que añadir un marco temporal determinado para evitar que la concatenación de conflictos concretos quede definida como una guerra permanente. Con esta definición, los restos con huellas de violencia hallados en el Paleolítico no pueden considerarse, como hacen otros estudiosos, ejemplos de las primeras guerras de los seres humanos. Ahí estaríamos hablando de enfrentamientos, razzias, emboscadas, peleas personales y/o familiares, pero nunca de guerras. Y relacionado con la violencia y la guerra, surge el concepto de genocidio, en muchas ocasiones utilizado de manera cotidiana muy a la ligera. Genocidio es la acción de exterminar todo un pueblo al ser considerado como una etnia inferior que no tiene derecho a la vida. Acabar con la población de una ciudad no es, por lo tanto, un genocidio; es una matanza, salvaje, pero no un genocidio.

Con este marco conceptual bajo el brazo, Ruibal va recorriendo todo el planeta buscando las huellas de esas violencias que poco a poco se van transformando en guerras, en muchas ocasiones reseñando sitios arqueológicos en donde ha trabajado directamente. Esto le permite llegar a unas conclusiones muy claras: las guerras se desarrollan cuanto más compleja es la sociedad y se agudizan con las crisis medioambientales.

La complejidad social, con una mayor jerarquía y el surgimiento de élites dirigentes, suponen el desarrollo y el empleo de la guerra como instrumento de gobierno. Máximo ejemplo de este aserto son las denominadas civilizaciones fluviales (Egipto, China, Mesopotamia e India) en donde la conquista de nuevos territorios era el eje vertebrador de estos incipientes estados. Sin embargo, como bien señala Alfredo González, esta tendencia, aunque generalizada, no ha sido la única respuesta posible ante los conflictos en la historia de la humanidad. La vieja aseveración de Carl von Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios no siempre es cierta, aunque sí es la práctica más común.

Otra de sus conclusiones es que la guerra se generaliza cuando las sociedades son incapaces de encontrar respuestas a tensiones ecológicas naturales y/o antrópicas (cambio del régimen de lluvias, pérdida de suelo fértil, sobreexplotación de los recursos, monopolizar el acceso a alguna materia prima…). Y en estos contextos, la violencia suele ser extrema.

El genocidio y su corolario, la limpieza étnica, es un concepto moderno que no va más atrás del siglo XIX y el imperialismo europeo moderno. Los germanos, cuando arrasaron con la XVII, XVIII y XIX Legión (aproximadamente, unos 15.000 legionarios) en los bosques de Teutoburgo a principios de nuestra era, no estaban practicando un genocidio; solo querían controlar su territorio derrotando al invasor romano. Con las necesidades de las guerras modernas de recursos casi infinitos surge la práctica del genocidio como solución a supuestos “problemas” de convivencia que pudieran lastrar los esfuerzos de los estados. Esta práctica, la eliminación total de un pueblo, es claramente una consecuencia directa de la capacidad de los estados modernos para fabricar armas cada vez más potentes y mortíferas. Ejemplos de lo que estamos hablando hay infinidad en estos dos últimos siglos. Así, en la Primera Guerra Mundial, al inicio de la ofensiva de Messines, las fuerzas británicas segaron la vida de más de 10.000 alemanes en segundos por medio de 19 minas subterráneas repletas de explosivos bajo sus trincheras. ¿Y qué decir de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945? Tal es la capacidad destructiva de los estados modernos que, en los 4 años de contienda en el Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial, el paisaje se erosionó como lo haría la naturaleza en 40.000 años. Se comprende que el genocidio, como práctica bélica, solo es posible cuando los estados modernos industrializados han desarrollado todo su potencial destructivo. En estos dos siglos, existen ejemplos de grandes matanzas sin necesidad de emplear armas modernas. El más claro, la masacre de los tutsis a manos de los hutus. Las cifras de asesinados no están claras, estimándose una horquilla que va entre los 500 mil y el millón de muertos, la mayoría por heridas provocadas con machetes. Sin embargo, y a pesar de estas cifras espeluznantes, esta aniquilación no podríamos considerarla como un genocidio ya que los hutus asesinaron también un número importante de miembros de su propia etnia.

Este es el estudio realizado por Alfredo González Ruibal, un trabajo muy bien documentado. Merece la pena su lectura, aunque no sea un tema ameno, pues nos permitirá reflexionar sobre cómo abordar grandes problemas que nos acechan y cómo encontrar una respuesta colectiva que no se base en la violencia. Porque la guerra, aunque nos parezca algo lejano en el tiempo, es un instrumento de unas élites que harán todo lo que esté en sus manos para no perder sus prebendas. De la misma manera que en el pasado utilizaron el nacionalismo y el odio al “otro” para acabar con cualquier discrepancia social que horadara sus privilegios, la crisis medioambiental que ya está aquí, está desatando una oleada de xenofobia e integrismo que ve con buenos ojos el uso de la violencia como instrumento para asegurar supuestas purezas étnicas.

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