Western ibérico con resonancias de Peckinpah y Leone, este magnífico film supone el regreso de Benito Zambrano tras un silencio cinematográfico de ocho años; concretamente desde La Voz Dormida. El autor de filmes de culto como Solas o Habana Blues, nos entrega esta vez una road movie ambientada en parajes agrestes de la España de 1946. La aridez supura en las localizaciones y personajes. Una aventura iniciática a cargo de un niño sin nombre, que huye de la opresión marginal y sexual de un lascivo terrateniente, muy bien interpretado por Luis Callejo (Tarde para la ira).
En el camino, el niño se cruza con El moro (soberbio Luis Tosar que nos ofrece otra brillante performance, tras la también sensacional A quien hierro mata), veterano de guerra itinerante, que acoge al infante en su rebaño, con las consecuencias pertinentes. El lacayo del señorito, antiguo compañero de armas del Moro (Vicente Romero, que se reencuentra con Tosar tras Celda 211), complicará aún más las cosas. Filmada haciendo un excelente uso de la panorámica, con diálogos lacerantes y un brio que cabalga entre el intimismo y la épica minimalista, constituye otra joya en el cine patrio, en un año pródigo en ellos. Atención a la fotografía y a esa escena final que haría salivar al mismísimo Walter Hill.
Thriller polvoriento entre pozos y tullidos, entre perros y ovejas (en todos los sentidos), entre la violencia y la supervivencia, obra que llega para cerrar el año fílmico de manera gloriosa