Road movie iniciática, a la par que western crepuscular (contemporáneo, se entiende), Clint Eastwood vuelve a México, tres años después de Mula… y cincuenta después de Dos mulas y una mujer.
Aquí encarna a Mike, el rey del rodeo. Una vieja gloria venida a menos, que le debe mucho a un amigo (Dwight Yoakam, el country singer). Este le pide que atraviese la frontera en busca de su hijo, y lo traiga a la tierra de las oportunidades. El viaje es vital, tanto para el viejo como para el joven. Eastwood se fusiona con el paisaje, topándose con animales (en sentido literal y figurado), de todo tipo y pelaje. Sementales cansados y gallos de pelea, son compañía constante en la travesía. El amor, la decepción y la amistad paterno-filial luchan contra el polvo del camino. Y todo realzado por los encuadres del maestro. Se queda por debajo de Gran Torino, o de sus últimas obras, la citada Mula y Richard Jewell, pero la fotografía, la realización y las interpretaciones, salvan la función con nota. La última cabalgada, entre bailes y burritos. Conflictos en corrales ajenos que desembocan en revelaciones para ambos personajes. Una historia verdadera con frijoles, acaso el canto de cisne del actor- director, buscando, quizás, ese reconocimiento a su faceta interpretativa, a sus 91 años. Se deja ver.
Pero un Eastwood menor, contiene más cine que una cartelera veraniega completa. Sin discusión.
Crítica por Adrián Gómez