sábado, febrero 22, 2025

«Arte degenerado. La exposición de 1937», de Juan Francisco Pastor Paris. Por Álex Ro

Editorial Casimiro, 2024

La lectura de un libro que, desde las primeras páginas aprecias que el autor se encuentra en las antípodas de la ideología que tú profesas, se convierte en todo un reto. Podría haberlo dejado de lado, pero acepté el desafío que me suponía leer argumentos que van en contra de mi lógica, y lo hice con la mente lo más abierta posible para entender su razonamiento. Esto me llevó a una clara conclusión: el libro simplemente es una vendetta personal del autor, Juan Francisco Pastor Paris, quien ataca a todas las corrientes artísticas que la historia ha englobado bajo el término de Vanguardias. Para ello, tomará como excusa la Entartete Kunts (Arte Degenerado), esa gran exposición vanguardista creada, a su pesar, por el nazismo.

Intentando evitar que mi análisis se viera contaminado por mi sesgo, he dado la palabra al propio autor, incluyendo las citas que demuestran su nivel de odio hacia todo lo que le suene a solidaridad, empatía, crítica social o lo que él intuya que tiene algo que ver con ideologías socialistas o comunistas.

Arte Degenerado y otros desatinos.

En 1937, y tras varios años expurgando museos, galerías y colecciones particulares, Goebbels y sus secuaces decidieron exponer públicamente lo que los jerarcas nazis consideraban como arte prohibido, degenerado, que corrompía el alma de Alemania. Así, surgió la Entartete Kunst (Arte Degenerado) que se contraponía a la Große Deutsche Kunstausstellung (Gran Exposición del Arte Alemán) en la que el régimen Nacionalsocialista definía su canon de belleza.

Pues bien, de las más de doscientas páginas de esta monografía, el autor dedicará solo cincuenta a analizar realmente lo que fue la Entartete Kunst, el tema central de esta publicación o, al menos, eso es lo que da a entender el título del libro. Y lo hace sin aportar nada nuevo, sin haber realizado investigación alguna ya que se limita a extractar la información contenida en el catálogo de la exposición Degenerate art. The fate of the avant-garde in Nazi Germany organizada por Los Ángeles County Museum of Art y The Art Institute of Chicago en 1991. Incluso, la aportación más interesante del libro de Pastor Paris, como es la traducción del catálogo de la Entartete Kunst lo edita de tal manera que no facilita su lectura porque los textos en castellano no van paralelos a los pasajes en alemán.

Poca novedad, por lo tanto, en el aspecto del estudio histórico; intuimos que la Entartete es solo una disculpa en manos del autor para desarrollar su tesis de que el canon artístico nazi es una expresión más de las Vanguardias. Para él, el neoclasicismo nacionalsocialista no difería mucho de la ruptura de la realidad que supusieron movimientos como el Expresionismo, el Dadaísmo, el Surrealismo, el Cubismo y otros similares. Para ello, como mago circense, se saca de la chistera la hipótesis (para él, teoría contrastada) de que detrás de ese naturalismo escultórico y pictórico nazi, se escondía en realidad un canto a lo grotesco tan afín a las Vanguardias. Y lo hace desde casi la primera página del libro, con afirmaciones como: “Por mucho que le pese a la historiografía artística, el arte nazi comparte con el expresionismo alemán un hilo conductor, aquel donde bulle el caos y se llevan las pulsiones interiores más destructivas.” (p.24) o “Un mundo se resquebrajaba ante los ojos, y la respuesta del arte solo podía concebirse dentro de la transgresión. Tanto la formal como la conceptual, esa que parte del desgarro y del vacío. Una transgresión degenerada y corrupta, según los patrones nazis, que debía ser erradicada en un retorno al orden clásico. Hitler nunca fue consciente de que él mismo era el último vómito de la vanguardia hecho carne. El canto del cisne de la transgresión vanguardista.” (p.51) y ya sin tantos ambages, “Porque aun con apariencia muy diferente, el nazismo era pura vanguardia.” (p.11) 

Todo esto le lleva a colocarse por encima del resto de historiadores que han abordado el arte nazi a los que considera que vienen marcados por una “perenne estulticia” ya que no son capaces de ver la realidad al estar “…dando vueltas y vueltas en una habitación cerrada.” (p. 152); obviamente, Juan Francisco es el único que ha salido de esa habitación y ha visto la luz y, por lo tanto, el único que es capaz de entender lo que realmente ocurría. Incluso llega a afirmar que “…los artistas nazis no tuviesen idea de lo que estaban haciendo importaba poco.” (p.157). Él, 87 años después de la Entartete Kunts, ha venido para iluminarnos a todos y todas sobre el arte nazi, revalorizándolo y relacionándolo directamente con las innovaciones y nuevos lenguajes que se habían estado creando a lo largo del primer tercio del siglo XX. Resume perfectamente su posicionamiento este párrafo:

“Teniendo todo esto en cuenta, ¿de qué estamos hablando cuando miramos por encima del hombro a la escultura nazi menoscabándola como ridícula propaganda? ¿Tan ciegos estamos? Todo lo que se oculta en ella integra lo grotesco con una fuerza pareja a la de la obra de Dix o a los fotomontajes de Höch.” (p. 155) (En este punto, recomendaría a los lectores y lectoras que busquen esas obras y las comparen con las esculturas y pinturas nazi para entender el desatino postulado por Juan Francisco Pastor Paris).

El ogro no es el Nacionalsocialismo 

Las Vanguardias son abordadas por Juan Francisco Pastor desde un posicionamiento crítico, lo que de por sí puede ser un acto loable, aunque lo hace no tanto para analizar sus propuestas sino para atacar directamente al comunismo, el verdadero ogro de la época para el autor.

“Los resultados los cobrarán a cuenta tras la Gran Guerra, tanto los bohemios armados nazis como, mucho peor aún, los nuevos sacerdotes del socialismo comunista que vestirán las túnicas en Octubre del 17 para desgracia de Rusia y del mundo.” (p.42, la cursiva es suya)

Como se puede apreciar, el comunismo para el autor es mucho peor que esos bohemios armados, su eufemismo preferido para referirse a los nazis, a los cuales concibe como unos hijos díscolos del siglo XX. Y así será a lo largo de todo el libro: “… engendros bastardos de esa suerte de socialismo científico” (p.36, cursivas suyas), “… la más pavorosa abominación jamás ideada por mente humana [el comunismo].” (p.87), “… los comunistas comenzaron a medrar cual plaga de insectos.” (p.93), “… purulenta infección marxista” (p.94), “… los vómitos revolucionarios” (p.166), “… enseñanza izquierdosa” (p.169), “… cuchupanda [SIC] socialista” (p.172), “… Liga für Menschenrechete und Sozialismus (‘La Liga por los Derechos Humanos y Socialismo”), crisol del terrorífico cocido que se guisaba entre artistas y populacho por aquellos años.” (p.191). Estos son solo ejemplos tomados casi al azar, pues no he sido exhaustivo recopilando todos los adjetivos calificativos que dedica al comunismo. No parece inocente que emplee la misma estrategia que los ideólogos del nacionalsocialismo quienes siempre hablaban de los judíos (y, por ende, del comunismo) en términos de salud pública transformándolos en plagas a exterminar.

Y esto es así porque ve al humano como un lobo para sus congéneres, eliminando de su ecuación cualquier atisbo de empatía y solidaridad.

“Le pese a quien le pese, la condición humana trascurre por otros derroteros. Ya lo sabemos: egoísmo, crueldad, envidia, miseria, pero ante todo la búsqueda del principio del placer.” (p.62)

Su cosmovisión parte, por lo tanto, del individualismo y egoísmo hasta el punto de que, intentando criticar al hombre-masa (que tan bien definió Ortega y Gasset) llegará a poner como ejemplo de persona libre al tenista Djokovic cuando se negó a vacunarse para entrar a Australia. Porque para Pastor Paris, la vacunación obligatoria atentaba contra nuestras libertades individuales y la mayor muestra de personalidad libre era negarse a ella, haciendo suyo, de nuevo, el discurso de la extrema derecha.

En su escala de odios personales, en un peldaño por debajo del comunismo se encuentra la Bauhaus, a la cual define como:

“La Bauhaus era una trampa letal para el artista que albergase pulsiones constructivistas, atrapándole por el lado del vacío […] El racionalismo infernal, el humo y los espejos, las ilusiones reformistas empapadas de la arcadia socialista.” (p. 141)

Por ello, el autor verá con muy buenos ojos que los nazis depuraran esta escuela, casi hablando de ello con alivio: “No había mal que por bien no viniese, podríamos pensar los que abominamos de la Escuela de la construcción y su inmunda tarea de unir arte con industria productora, bajando de nuevo al artista al fango del artesanado.” (p.122) “Los nazis hicieron muy bien en llevarse por delante a la Bauhaus. Lo lamentable es que su empeño llegase tarde, y no tuviese efecto alguno.” (p.141). Está claro que el autor lamenta mucho que la Bauhaus no fuera borrada de la historia, porque al final su persecución le dio carácter contracultural: “Por supuesto, este loable alegato en contra del nefasto legado de la Bauhaus solo acabó otorgando a este, años después, una validez que se hacía moral, contribuyendo a la absoluta degradación estética que infecta hoy en día todas las ciudades del planeta.” (p.127)

En sus demonios particulares, a la Bauhaus acompañaban artistas como Picasso, al cual considera como un patán (“…un individuo más simple que el mecanismo de un botijo…” p.54), Piet Mondrian tan devastador como la Revolución Rusa, Mies van der Rohe creador de abominables engendros escultóricos, y así una larga lista de artistas denigrados a lo largo de su ensayo, que, por coincidencias de la vida, nunca son artistas nacionalsocialistas.

Lazos de cultismo para envolver un discurso reaccionario

Si algo caracteriza el texto de Juan Francisco Pastor es el empleo de un lenguaje críptico con numerosas metáforas e imágenes, solo comprensibles por él mismo.

“Ya el romanticismo había plantado las bases de la modernidad mediante una experiencia subjetiva imbricada a la turbulencia emocional…” (p.35)

“Las imágenes catalizadas por la égida de lo grotesco y lo monstruoso-abyecto suelen traer consigo la metamorfosis, la descomposición, la disgregación, aparte de la combinación” (p.98)

“En las fotos en que se ha documentado la construcción y ecología de los campos de exterminio nazis, lo grotesco también parte de ahí, de la broma dantesca, mientras evoluciona a otra forma extrema. Una violencia que venía de lejos y parecía resistir, juguetona, a disolverse en lo macabro. En lo fúnebre. En el juego de oscuras potencias a las que invocaban los artistas en guerra. Creían pobrecillos, que podían protegerse de ellas bajo los talismanes apotropaicos que atestaban soportes como el almanaque de Der Blaue Reiter. Pero detrás de cualesquiera sean las barreras de la vanguardia, atisbamos algo numinoso, que no se acierta a percibir claramente […] Oscuros pozos sin fondo donde tenemos la paradójica sensación de caminar por los cielos, cuando en realidad […] lo hacemos cabeza abajo.” (p.112)

¡Y el autor se mofaba de Apollinaire, considerándolo farragoso cuando pretendió definir el Cubismo! Ver la paja en el ojo ajeno…

Creo que no hace falta poner más ejemplos de ese discurso vacío, de juego de palabras para no decir nada o, lo que es peor, ocultar lo que se quiere decir que, cuanto menos, tiene un claro carácter revisionista y reaccionario.

Tal vez resuma el libro, este párrafo en donde valora la política racial del Partido Nacionalsocialista, tan alejado el tema del arte pero que refleja claramente la posición de Juan Francisco Pastor Paris:

“Los nazis enfocaron el problema de forma más inventiva y eficaz, merced a su carencia de trabas morales. También por su eficiencia alemana. Obviamente es mejor exterminar que esterilizar, dado que así se ahorraban los alimentos y cuidados al convaleciente.” (p.121) 

Popular Articles