La adaptación cinematográfica de la novela homónima de Joyce Carol Oates se sirve de una dirección preciosista bajo la que se esconde una mirada muchísimo más timorata de lo que a priori parece.
Dominik se debate entre un vouyerismo formal y un subtexto misándrico que nunca llegan a complementarse.
Las excentricidades del mito son producto de un patriarcado feroz que moldea a una cándida Norma Jeane que contribuye más bien poco a la creación de su alter ego.
En lugar de ahondar en la complejísima personalidad de Marilyn se opta por mostrar su máscara más depresiva y taciturna, relegando las aristas de su genio a tímidas pinceladas que dibujan una maniquea relación con un oscuro Billy Wilder, cuyo talento se reduce a pulsiones onanistas y vicios cosificadores.
Ana de Armas captura prodigiosamente el erotismo del personaje y se erige en motor de un largometraje que sólo la deja brillar a medias, reír a medias, enloquecer a medias.
Parece a todas luces obvio que bajo la inexplicable clasificación NC-17 se esconde un metraje primigenio mucho más cáustico y explícito. Un metraje en el que, quizás, se mostraba a una de las mejores actrices de todos los tiempos como un ser de una inteligencia superlativa y no tan sólo como una víctima inocente de un Hollywood tenebroso y opresor.
Imagen promocional de la película