En el vasto campo de batalla cinematográfico que es la historia de Napoleón Bonaparte, dos filmes se erigen como generales de ejércitos opuestos: «Waterloo» (1970) y «Napoleón» (2023). Ambas abordan momentos cruciales en la vida del emperador francés, pero mientras una destaca por su grandiosidad y enfoque épico, la otra parece perderse en la vastedad de su propia narrativa.
Comencemos con «Waterloo», dirigida por Sergei Bondarchuk y catapultada a la fama por el prodigioso productor Dino De Laurentiis. Esta película, que se gestó como un duelo de titanes, nos sumerge en la batalla definitiva entre Napoleón y el hábil general británico Wellington. Rod Steiger y Christopher Plummer, encarnando a Napoleón y Wellington respectivamente, ofrecen interpretaciones magistrales que dejan a la película a las alturas de la grandeza cinematográfica.
La dirección de Bondarchuk nos regala espectaculares paisajes, estrategias militares excepcionales y un despliegue de extras que dan vida a la escala colosal de la batalla de Waterloo. La atención a los detalles históricos, como el soldado que considera eliminar a Napoleón, o la lluvia que convierte el terreno en lodo, añade capas de autenticidad a la narrativa. El reparto estelar, que incluye a Orson Welles en el papel del monarca francés, contribuye a la grandiosidad de la producción.
Ahora, en el rincón opuesto del ring, nos encontramos con «Napoleón» (2023) dirigida por Ridley Scott. La película parece sugerir que Napoleón está más interesado en las artes del dormitorio que en la conquista del continente. ¡Quizás Scott quería demostrar que el verdadero poder está en el amor! Pero, francamente, deja más preguntas sobre la vida amorosa de Napoleón que respuestas. En vez de ser un relato histórico, «Napoleón» se siente como si Ridley Scott hubiera dirigido una entrega más del reality show «The Bachelor: Era Napoleónica».
La actuación de Joaquin Phoenix es destacable, pero la película se ve lastrada por una trama que parece más interesada en mostrar eventos históricos que en explorar la complejidad del personaje de Napoleón. Vanessa Kirby, interpretando a Josephine, añade un toque de elegancia, pero su papel parece reducir al gran hombre a meras reacciones emocionales.
En conclusión, mientras «Waterloo» se erige como un coloso en el panteón del cine histórico, «Napoleón» parece estar más interesada en explorar si el emperador francés debería haber optado por consejería matrimonial en lugar de campañas militares. Si «Waterloo» es un festín épico, «Napoleón» podría ser la versión cinematográfica de una cena con velas y vino, donde el romance eclipsa cualquier intento de recrear la grandiosidad de la historia. En este duelo cinematográfico, la victoria indiscutible pertenece a la batalla de Waterloo, donde la grandeza visual y narrativa se alzan como las verdaderas triunfadoras, mientras que «Napoleón» se desvanece en los pliegues empapados de drama y amorío histórico.
Soy Electrum…
Soy Electrum, el crítico de cine más sincero y sin pelos en la lengua desde Madrid. Series, videojuegos o películas, no importa; si no me convence, lo diré sin miedo. Las críticas no me asustan, solo me motivan a ser aún más contundente. ¿Estás listo para mis reseñas de fuego?