Jazmín Beirak propone que las políticas públicas prioricen facilitar que la cultura exista, más que ofrecer una agenda de actos
La autora de “Cultura ingobernable” defiende superar la idea de objeto de consumo para entender la cultura como “un campo de capacidades que pertenecen a todas las personas”
La experta dialogó con la periodista Elena Falcón dentro del programa de la Cátedra Cultural de la ULL-FECAM sobre gestión y políticas culturales
La autora del libro Cultura ingobernable (Editorial Ariel, 2022), Jazmín Beirak, propone que las políticas públicas faciliten que la cultura exista y dejen de concentrarse en ofrecer una agenda de actos culturales. Al mismo tiempo, defiende superar la concepción de la cultura solo como un objeto de consumo para entenderla como “un campo de capacidades que pertenecen a todas las personas”.
Así se expresó la experta en el diálogo que mantuvo con la periodista Elena Falcón el pasado viernes, 3 de febrero, en la sede del Instituto de Estudios Canarios, dentro del programa que la Cátedra Cultural de la ULL-FECAM sobre gestión y políticas culturales ofrece a todas las personas responsables de la gestión y de las decisiones políticas en los ayuntamientos de Canarias.
“El gran malentendido” de la política cultural en nuestro país se basa en la idea de que “las políticas culturales consisten en generar una oferta de actividades y servicios culturales, es decir, ver la función del gobierno como de guía del ocio cultural –detalla Beirak–. Esto es un error, sobre todo, porque se olvida que la clave de las políticas culturales es facilitar las condiciones para que pueda existir la cultura más allá de las instituciones, independientemente de que pueda haber programación propia”.
En este sentido, la experta recuerda que han existido de forma predominante dos modelos de gestión: la institucionalización de la cultura, mediante la provisión de fondos públicos –con lo que “se dirige excesivamente” la cultura–, y su reverso liberal: eliminar las instituciones culturales y dejarlo todo en manos del mercado, lo que dificulta el acceso a los recursos. Existe una tercera vía, que es la que ella propone: “la institución tiene que dar recursos, tiene que comprometerse con la cultura, pero para generar independencia. No tenemos que elegir entre recursos o libertad. Tenemos que tener recursos para promover la libertad”.
Una vez materializada esta tercera opción, vendría una cuarta: la de la multiplicación de la cultura “en el mayor número de ámbitos y esferas en nuestra vida, hasta tal punto de que la institución se desdibuje, de ahí que hable de una cultura ingobernable. Gobernar es generar las condiciones de la ingobernabilidad de la cultura”.
“Se trata de que la institución genere las condiciones para que la cultura campe ancha por el mundo, no sepamos lo que sucede y forme parte de la cultura de la vida cotidiana y reconecte porque se multiplica por sí misma”, apunta Beirak, que sugiere varias estrategias para alcanzar esta propuesta, relacionadas con la transversalidad de la cultura, porque “no es un compartimento estanco, no está separado del resto de esferas de la vida”; los derechos culturales –que comienzan a regularse y que contemplan todo lo que aporta, más allá de su contribución al PIB y los empleos que genera–, y la democracia–mediante el impulso de la participación, la descentralización, los equipamientos de proximidad, sacar la cultura de sus espacios habituales… –.
La autora propone también líneas de actuación que favorezcan la independencia y autonomía del tejido profesional, “promover la colaboración entre los agentes culturales, pensar en mecanismos de financiación que ayuden a vertebrar el tejido y fortalecer el tercer sector, la economía social y las pymes”.
Cultura ingobernable es una reflexión que parte de la convicción de la “importancia de la cultura para la transformación social” –para crear sociedades más igualitarias y justas y fortalecer los vínculos sociales–, de ahí que “la cultura debe formar parte de las prioridades políticas y sociales”, subraya su autora. Pero la obra se sustenta también en otra idea, menos luminosa: “la constatación del límite que tiene la cultura… una falta de relevancia social”, en el sentido de que “no hay una apropiación de la cultura como una herramienta y como un campo de intervención colectiva, es decir, un sentido más práctico de esa relevancia”, por parte de la ciudadanía, que se mantiene desapegada de la cultura porque la entiende como algo para las élites o el consumo como ocio o algo que atañe específicamente a los profesionales del sector.
Beirak inspira, en parte, su propuesta, además de en su experiencia como gestora cultural y política –dado que es diputada en la Asamblea de Madrid– en dos autores que citó en su intervención. Se trata de Raymond Williams y su concepto de «cultura ordinaria», en el que ella traduce ‘ordinario’ por ‘común’, en su doble acepción de ‘cotidianidad’ y de ‘compartido entre todas las personas’, a diferencia de “la cultura para las élites, algunas clases sociales y unos expertos”. De este autor recalca una idea: “Todos estamos implicados en la construcción de significados colectivos”.
Por otra parte, de Víctor Vich y su libro Desculturizar la cultura recoge la propuesta de “reconocer todas las prácticas cotidianas que hacemos que tienen que ver con la cultura, aunque no sean cultura con mayúscula, como cantar una nana o en un karaoke, grabar videos de TikTok o compartir memes… muchísimas prácticas que están hechas de la misma materia prima que la cultura”. Mirar la cultura desde la perspectiva de estos dos enfoques “tiene que ver con romper la dicotomía entre la cultura como élite o la cultura como consumo”, subraya Beirak.