Bajo la mirada de la sociedad moderna puede resultar contradictorio que un templo cristiano muestre en su decoración interior o exterior imágenes de alto contenido sexual, que lejos de lo caricaturesco o de una aparente función preventiva de comportamientos censurables, llegan a ser en ocasiones un explícito “manual de instrucciones” sobre aquello que, en teoría, se pretende demonizar. La sorpresa puede ser aún mayor sí echamos mano de la historia y rastreamos el desarrollo en el interior de los propios templos de ceremonias hilarantes como la Fiesta de los Locos.
Y es que lo profano en ciertas épocas cobró vida propia dentro de catedrales e iglesias a través de la celebración de fiestas y rituales indecorosos, burlescos, impropios del entorno de recogimiento que hoy relacionamos con estos edificios. Son historias de otro tiempo, sin duda, pero historias que han sentado las bases de lo que hoy vivimos como presente. También las tuvimos en Canarias, de lo que dan cuenta procesos inquisitoriales diversos.
En la Edad Media la vida se regía por otros valores y patrones que fuera de contexto fácilmente podríamos juzgar equivocadamente. Dentro de esas celebraciones paganas, que espontáneamente no dudaríamos en vincular con el Carnaval, y por ende, con las Satunarles romanas, aun cuando no siempre lo estén, se encuentra la Fiesta de los Locos o Fête des Fous, cuyo recuerdo dio origen en diversos países europeos al llamado Día de los locos, a primeros de abril. Estamos ante una festividad que se desarrollaba entre el día de Navidad y el de la Epifanía, con su punto álgido el 28 de diciembre, Día de los Inocentes. Por tanto, también está vinculada con los ritos paganos del solsticio de invierno. La ceremonia parodiaba la liturgia católica mediante la celebración de una misa burlesca en el interior de los templos, catedrales incluidas, con el beneplácito, e incluso la participación, obligada o no, del propio clero. Los personajes interpretan grotescamente el papel del Papa, los obispos y sacerdotes, nombrándose también un Príncipe o Rey de los locos, parodiando claramente la jerarquía eclesiástica, de cuyos niveles más bajos se especula que surgió por vez primera esta peculiar celebración. El pseudo obispo solía pronunciar una homilía irreverente, al tiempo que realizaba gestos encaminados a provocar la risa y exaltar a los presentes, muchos de los cuales eran exhibicionistas y destilaban, adicionalmente, un hálito de denuncia sobre los excesos que cometía el clero. A continuación, se iniciaba una hilarante procesión por el exterior de la iglesia en la que los locos, -que portaban bastones, cetros y objetos con forma fálica- se insinuaban a las mujeres, mostrándose irreverentes y ofensivos con algunos personajes, al punto de hacer montar al revés en un burro a los maridos que consideraban sumisos, tal y como señala el experto en literatura francesa Jean-Charles Payen.
El folklorista Leander Petzoldt recoge en su aportación a la obra colectiva La Fiesta, una ilustrativa descripción de la ceremonia profana desarrollada en Alemania en pleno siglo XV. “Los sacerdotes de una iglesia –escribe el cronista medieval- elegía un obispo de los bufones, que acudía a la iglesia con gran pompa y se sentaba allí en el trono episcopal. A partir de ese momento comenzaba la misa cantada en la que participaban todos los clérigos con las caras tiznadas o con máscaras repulsivas o ridículas. Durante la misa, los clérigos disfrazados de bailarines o mujeres danzaban en el coro y cantaban allí canciones indecorosas. Los demás comían salchichas sobre los altares, jugaban a las cartas o a los dados en presencia del sacerdote que decía la misa, lo ahumaban con un incensario donde ardían trapos viejos y le hacían respirar ese humo.
Acabada la misa cantada se producían nuevas extravagancias e impiedades. Los sacerdotes corrían por la iglesia acompañados de los hombres y mujeres de la ciudad y se azuzaban mutuamente a cometer todo tipo de insensateces y excesos. No había pudor, vergüenza ni impedimento que contuviera la desmesura de excentricidades y pasiones. El lugar sagrado que servía de escenario, no infundía ya ningún respeto. En medio del guirigay y del salvaje ruido de blasfemias y canciones indecorosas se veía a unos completamente desnudos y a otros entregados a la lascivia más desvergonzada”.
Algunas fuentes señalan incluso que, durante esas procesiones o romerías exteriores, se portaba en las carretas diversidad de inmundicias que eran arrojadas al público, señalando también la presencia de individuos que fustigaban a quienes no andaban lo suficientemente ágiles como para ponerse a salvo, algo que sin duda recuerda, y mucho, a la manera en la que celebramos en Canarias, por ejemplo, la fiesta de los carneros en El Hierro.
Estamos, en suma, ante una clara inversión de los roles, del papel que desempeña los dominadores y los dominados, que hace que La Fiesta de los Locos hunda sus raíces en las Lupercales y las Saturnales romanas, celebraciones durante las cuales los esclavos adquirían unos derechos y privilegios propios de los señores.
Los “locos” tienen su propio lenguaje, su código de gestos y comportamientos, reivindicando la locura como el estado más cercano a la sabiduría, de tal manera que incluso se crea una corriente hermética que plantea el desarrollo evolutivo a través del Camino del Loco.
El papa Inocencio III prohibió esta loca celebración por decreto en 1207, aunque la nueva y tajante condena del Concilio de Basilea en 1431, deja bien a las claras que quizá desapareció de los grandes centros de culto, pero siguió viva durante muchos siglos en los más dispares rincones.

LA FIESTA DEL ASNO Y LA RISA PASCUAL
Para muchos autores la Fiestas de los Locos y la Fiesta del Asno o Fête de l’âne son la misma cosa, adoptando la segunda denominación cuando se introducía un asno en el interior de la iglesia. El asunto no está claro, aunque hay pistas suficientes para sugerir que se trata de dos festejos rituales que, si bien tienen puntos en común y se ofician en el mismo periodo del año, cuentan con identidad propia separada. El asno es un animal sagrado, una metáfora de la sabiduría en diferentes culturas. En Grecia, por ejemplo, su figura desempeña un destacado papel como parte del cortejo de Dioniso, a cuyos lomos cabalgaba y obtenía victorias, al punto de concederle el habla. En los Misterios de Eleusis, los objetos rituales recorrían la vía sagrada colocados a lomos de un asno. No olvidemos que Lucio Apuleyo lo convierte en el protagonista del camino iniciático que debe recorrer el héroe del Asno de Oro, convertido en ese animal por culpa de su necedad. El cristianismo también sincretizó la simbología del asno y lo hace desempeñar un papel importante en la vida de Jesús: durante su nacimiento, en la huida a Egipto para evitar a Herodes y en la entrada en Jerusalén como el Rey y Mesías esperado, en los tres casos a lomos de un asno.
En la celebración que nos ocupa, la Fiesta del Asno, subidos al equino que viste lujosos ropajes y una corona dorada, entran en la iglesia un hombre y una mujer desnudos. El animal escucha la misa parodiada, y recibe los elogios de los oficiantes, mientras el público responde con rebuznos, para salir posteriormente en animada procesión fuera del templo.
Podríamos extendernos ampliamente sobre este asunto de las fiestas populares con elementos irreverentes que entran en las iglesias, y profundizar en los Carnavales que además de beber de todas ellas, también sacaban a la calle a dioses mitológicos como Baco, a semidioses con cabeza de animal, o a los sugerentes cuerpos desnudos de mujeres que adoptaban el papel de ninfas. Pero no hay espacio. Para otra ocasión dejamos a la llamada Risus Paschalis, o Risa Pascual, una costumbre que acaparó, desde la irreverencia y la obscenidad, la atención de los feligreses con la intervención activa del clero. La fiesta tenía lugar durante la misa de la mañana de Pascua de Resurrección, cuando el sacerdote se las ingeniaba para hacer reír a toda costa a los feligreses con cualquier recurso que tuviera a su alcance. Otro día lo contamos.
José Gregorio González