Vaya por Dios, ya se ha vuelto a armar. La voluntad popular (mezclada y combinada con otros criterios musicales, estéticos, políticos, antropológicos y un largo etcétera), ha decidido que sean Nebulossa los representantes de la tele española (la RTVE) con la canción «Zorra» en Malmö (Suecia) en el próximo Festival de Eurovisión.
Desde el minuto uno ya han empezado a alzarse las voces favorables y, como no podía ser de otro modo en este planeta llamado España, también las voces contrarias a la propuesta. Desde los feminismos vigentes en nuestra sociedad hay una división palmaria: hay quien piensa y siente que «Zorra» es un canto de liberación, emancipador y empoderador de la mujer, al tiempo que hay quien piensa que degrada, denigra y coloca en un plano más que dudoso su integridad. Al final, tanta integridad ha de vigilarse si no se quiere caer en cierto integrismo.
Eso que la UER (el organismo que regula lo del Festival de Eurovisión) proclama como un espectáculo «apolítico» (me expliquen qué diantres significa esta palabrota, máxime en los tiempos que corren), resulta que según qué lobby, qué colectivo, qué situación geopolítica, arrima la sardina al ascua que más convenga en aras a la consecución última de los objetivos de esta entidad: la pasta.
En España, país cainita por excelencia, tendemos a renegar de muchos logros y a ensalzar la mayoría de nuestros fracasos; de hecho, gran parte de nuestras privadas épicas, históricamente, se han construido a través de sonoras derrotas, y sobre todo de exacerbadas ficciones, de ahí nuestra proverbial tendencia al pesimismo de Estado, que deriva en un perrohortelanismo cansino que nos hace ser una de las sociedades más y de modo más recalcitrante obsesivas por la pataleta opinativa, a menudo inopinada, con la que cada individuo de este territorio pretende llevarse la razón a su sardina, por cojones y por bandera (ya sea bicolor, tricolor, multicolor o con un ave podrida ya en su paño).
Es por esto que, en mi derecho de opinar, estimo que la propuesta de Nebulossa, no siendo para mí una canción per se, original en la larga trayectoria del Eurofestival, sí es verdad que desata los más ocultos fantasmas de esta adolescencia social a la que, no sé cuándo ni cómo ni por qué, hemos regresado. ¿Acaso olvidamos la representación española en Millstreet (Irlanda) en el año 1993, con la canción «Hombres», interpretada por Eva Santamaría (nunca más se supo) escrita por Carlos Toro, y que precisamente señalaba de manera explicita —aunque al final concesiva— los típicos tópicos machirúlicos del momento? En aquel momento quedó como una cuestión meramente anecdótica, a pesar de que la canción se salía con mucho de los establecidos cánones heteropatriarcales que tibiamente se burlaban en aquel momento como quien se salta el torno del metro de Madrid. ¿Acaso olvidamos «La fiesta terminó» de Paloma San Basilio (Gotemburgo, Suecia) en el año 1985, la cual no sólo apelaba al «basta ya de pamplinas, querido», sino que apuntaba a veladas alusiones que entredecían a la más popular, vetusta, emérita y rancia institución de este país (baste recordar aquel verso que rezaba «tú y yo ya no somos tú y yo»)? Venga ya.
Hace unos años, en el 2022, nos echamos las manos a la cabeza cuando Chanel fue nuestra representante en el Eurofestival con «Slo-Mo», a la cual no sólo quien suscribe, sino grandes sectores, nuevamente de ese feminismo indefinido, pusimos a caldo de pota por la «sexualización» y la imagen de la mujer latina boom-boom… y al final, tras quedar terceros en Turín, a todas aquellas y aquellos, entre los que me incluyo, tras la sublime actuación, no nos quedó otra que tragarnos los sapos que llevábamos atragantados desde hacía décadas. Vamos, «hombre»…
Esos son los peligros y las hipocresías de lo «apolítico» eurovisivo. Vetar a Rusia bien, porque Putin es un cabrón genocida de ucranianos, pero mientras tanto, Netanyahu (igual o más cabrón) masacra y extermina a todo un pueblo en su «propio territorio», o eso dicen los rancios cánones del sionismo de ultraderecha que gobierna las enfermas y olvidadizas mentes de sus defensores, no lo vetamos porque es que la tele israelí aporta mucha pasta a la UER, o porque patata.
En fin, yo ya, a estas alturas, paso de ponerme exquisito y celebro que la RTVE envíe una canción que genere estas susceptibilidades que antes pasaban desapercibidas, me guste o no la canción, que sinceramente no es de mi gusto, pero bueno. No seré yo quien se ponga eurofundamentalista un año más, no vaya a ser que, nuevamente, me vea obligado a añadir otra tirita de esparadrapo en mi boca ni en mi «pluma» —tómese esto último como se quiera que me va a dar lo mismo—. Me parece que, aunque resulte impopular mi opinión, «Zorra» es una canción que representa a esta España nuestra, escandalizable como cualquier vieja temerosa, y que también pone el dedo en la llaga y en el botón rojo de la bomba nuclear de nuestra soberana estupidez como sociedad. Le deseo lo mejor a Nebulossa y ojalá «rompamos la copa». Y si no, a la próxima, tal… Besos y abrazos.