Capitán Swing, 2025
Siguiendo una estructura de crónica, Matthew Hongoltz-Hetling periodista del Valley News (Nuevo Hampshire) nos narra cómo la vida en la localidad de Grafton cambia al convertirse en el objetivo de un experimento social y político.
El autor utilizará un tono divulgativo, con capítulos, salvo excepciones, de tres o cuatro páginas en donde deja entrever cierta ironía ante todo lo que va presenciando. Ese carácter de comedia que tiene su libro queda reforzado al presentarnos al principio a los dramatis personae como si estuviéramos ante una verdadera farsa teatral. Porque todo lo que envuelve lo narrado por Matthew Hongoltz solo puede entenderse con grandes dosis de humor por parte del lector. A través de una serie de entrevistas con los lugareños, que actuarán de verdaderos lazarillos del cronista, va desgranando cómo el Partido Libertario estadounidense pasó de los debates teóricos a intentar implementar su programa político en Nuevo Hampshire y cómo los osos de la región se transformaron en su principal escollo.
En 2004 un grupo de egoindividualistas (prefiero denominarlos así porque el empleo de libertarios no concuerda con la tradición ácrata hispana, como señala el propio traductor desde las primeras páginas del libro) se conjuraron para transformar el pueblo de Grafton en la primera localidad regida por los principios del Partido Libertario. ¿Y por qué Grafton? Porque era una localidad pequeña en donde un grupo organizado de nuevos residentes podía controlar los organismos municipales; además, Grafton pertenecía al estado de Nuevo Hampshire caracterizado por una política de bajos impuestos, justamente lo que más aprecian los egoindividualistas. Al llamamiento público de desarrollar el denominado Free Town Project acudió una pléyade de individualistas de todo tipo, desde preparacionistas hasta defensores de la legalización de las drogas e incluso personas guiadas por mensajes de dios. Con esta amalgama de gente, intentaron construir su modelo de sociedad. Nada les importó el rechazo de los residentes de toda la vida a sus políticas pues con la fe de los que se consideran con el don de la verdad, poco a poco fueron eliminando tasas municipales lo que conllevó el desmantelamiento de muchos de los servicios públicos. Y lo lograron porque su discurso contra los impuestos le sonaba a gloria al resto de habitantes de Grafton, aunque eso supuso un incremento de los delitos (el sheriff estaba infra financiado), incendios (no contaban con un cuerpo de bomberos profesionales) y de litigios legales (constantes demandas de los egoindividualistas por cualquier motivo contra el consejo municipal).
Como indica Matthew Hongoltz, esta experiencia fracasó por varios motivos. El primero, y muy importante, las disensiones internas que llevó a enfrentamientos y peleas entre promotores de la idea; a esto habría que añadir el surgimiento de otros proyectos similares más o menos coetáneos en el tiempo, como fue el Free State Project (controlar por medio de una masa crítica de egoindividualistas el parlamento de Nuevo Hampshire) que concentró a los “colonos” en una ciudad más grande, con mejores servicios, como fue Keene. Y finalmente, en 2016 el establecimiento del Free Nation Project que buscaba la secesión de Nuevo Hampshire frente a las Estados Unidos. Como se puede apreciar, cada grupo desarrolló su propio proyecto, cada cual más ambicioso, sin siquiera haber alcanzado ninguno de los objetivos planteados con anterioridad. Y si todo este maremágnum de proyectos afectó notablemente a las iniciativas desarrolladas en Grafton (muchos egoindividualistas desaparecieron del pueblo), lo cierto es que el experimento ya estaba muerto casi desde sus inicios, no tanto por el rechazo de la población local (que años después continuó reduciendo los presupuestos locales, siguiendo la dinámica impuesta por los egoindividualista) sino por un enemigo inesperado: los osos.
Y es que los osos jugaron un papel fundamental para provocar el descalabro del Free Town Project. A una legislación estatal a favor de la protección de los plantígrados se unió el desmantelamiento del servicio municipal de recogidas de basuras, gestionando cada cual sus deshechos, lo que creó las condiciones idóneas para que los osos acudieran cada vez más a los contenedores y vertederos para alimentarse. Esta “convivencia” se acentuó cuando muchos de los residentes hicieron caso omiso a la legislación vigente y comenzaron a alimentar a los animales, siendo el caso de la Señora de las Rosquillas el máximo ejemplo; esta mujer se encargaba de dar de comer a un nutrido grupo de úrsidos dos veces al día como si estuviera alimentando una simple colonia de gatos. La imposibilidad de gestionar a los envalentonados osos, que atacaron a varias personas, fue creando tensiones internas en toda la comunidad que, llegado el caso, fue abandonando Grafton por lugares más “protegidos”, dejando tras de sí un pueblo sin servicios públicos, una población menguante y unos bosques, en donde muchos plantaron sus caravanas y tiendas, abarrotados de chatarra y basura.
Las conclusiones de esta fábula son muy claras, sobre todo si comparamos la situación de Grafton, empobrecido y cada vez más despoblado, frente a otra localidad cercana como es Canaan que ha crecido notablemente al tiempo que han mejorado sus servicios públicos. Los cantos en contra de los impuestos, bandera de enganche de los egoindividualistas suponen más ingresos personales inicialmente, pero a la larga conlleva un empobrecimiento generalizado pues la carencia de servicios debe costearlo cada uno de su propio bolsillo, desde el mantenimiento de los caminos y carreteras, así como servicio de basura o bomberos o, algo tan simple como una biblioteca municipal y los parques públicos. La reducción de servicios influye directamente en el abandono de las localidades sin que esa menor presión fiscal atraiga a nueva población.
Por todo lo que hemos visto, es muy recomendable la lectura de este libro como ejemplo de las consecuencias de poner en práctica medidas individualistas como las pregonadas por el Partido Libertario estadounidense. Y esto hay que tenerlo muy en cuenta frente a discursos cercanos a nuestra realidad que lo único que hacen es reproducir estrategias políticas que ya se han visto que provocan el empobrecimiento generalizado de la población. Frente a ese eslogan tan atractivo de que donde mejor pueden estar los impuestos es en nuestros bolsillos, siempre hay que recordar si esos euros que nos ahorramos anualmente cubrirán todas nuestras necesidades como trabajadores y trabajadoras. La cuestión no es tanto no pagar impuestos sino tener capacidad de decisión sobre cómo gastar esas tributaciones. Ahí está el nudo gordiano de la cuestión, pero esos que hablan de eliminar impuestos nunca hablan de hacer más participativa la gestión de los presupuestos. ¿Por qué será?