Editorial: Tusquets Editores, 2024
Al cumplirse el cincuenta aniversario de la Revolución de los Claveles de Portugal, la periodista Tereixa Constenla se embarca en un libro que transita entre la crónica, las entrevistas, el ensayo, la biografía y la novela, con el doble objetivo de hacer memoria del Golpe de Estado militar del 25 de abril de 1974 y dar voz a sus protagonistas. Para ello se embarca en una serie de entrevistas con todas aquellas personas que participaron en los hechos. Y ahí radica uno de los problemas del libro, que es la ausencia de novedades pues es muy difícil encontrar algo que ya no se haya dicho, estudiado y analizado, sobre todo cuando el último enigma que quedaba por resolver, ya había sido desvelado en 2013 por el fotógrafo Alfredo Cunha (él mismo será uno de los protagonistas de ese día de abril) al localizar al cabo José Alves da Costa, militar que se negó a disparar con su tanque contra los militares insurrectos y que durante casi cuarenta años había mantenido su anonimato. El otro problema del texto de Tereixa Constenla es la necesidad de contextualizar su relato pues al dar voz a los personajes menores, y tomar como eje vertebrador de su libro al capitán Maia, se diluye el momento histórico internacional en que ocurrió la Revolución de los Claveles, aceptando como propia la tesis defendida por algunos protagonistas de los hechos de que su acción era completamente independiente de cualquier injerencia de las potencias de la Guerra Fría, algo totalmente inconcebible pues, por solo citar un hecho nombrado por la propia Tereixa, Henry Kissinger estuvo en Lisboa para reconducir la “revolución”.
Los hechos de abril de 1974, hunden sus raíces en el tiempo, hasta 1926, cuando los militares dan un golpe de Estado, acabando con la Primera República de Portugal, comenzando así la que sería la dictadura más longeva de Europa. El nuevo régimen, que seguirá el modelo fascistas italiano, pronto caerá en manos de Antonio de Oliveira Salazar, ministro de economía con plenos poderes sobre el resto de ministerios, hasta el punto de que el propio presidente del gobierno consultaba con él cualquier medida. En 1932, es nombrado finalmente Primer Ministro promoviendo un referéndum para aprobar una nueva constitución en 1933 que le otorgaba plenos poderes sobre el país casi de manera vitalicia. Nace así la dictadura de Salazar y lo que denominarían el Estado Novo que no era otra cosa que una alianza entre Iglesia, Ejército y Empresarios para extirpar cualquier avance social conquistado en Portugal. Esa dictadura, que manejará el país con puño de hierro, tendrá como uno de sus pilares el mantenimiento de su territorios coloniales bajo la consigna de un país desde el Miño a Timor.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Portugal se convierte en un peón importante en la luchas contra la expansión comunista en Europa por parte de Estados Unidos de ahí que sea, a pesar de ser un régimen de corte fascista, uno de los fundadores de la OTAN. Sin embargo, el proceso de descolonización que tanto interesaba a las nuevas potencias mundiales colocó a Portugal en una terrible tesitura: o seguía los dictados de Estados Unidos y daba la independencia a sus colonias; o mantenía su imperio embarcándose en una guerra colonial. Salazar, apoyado por los militares, se decantará por la guerra embarcando al país en un triple conflicto, en Angola, en Mozambique y en Guinea-Cabo Verde.
Este era el contexto en 1974, un país empobrecido embarcado en guerras coloniales sin futuro y una oposición interna que cada vez cuenta con más apoyo social, con un gobierno que se había quedado solo en su defensa de las colonias africanas, justamente en un momento en que Estados Unidos cambia de estrategia frente a las dictaduras que había sostenido en el Sur de Europa, como eran España, Grecia y la propia Portugal. Los analistas norteamericanos habían llegado a la conclusión que mantener estas dictaduras solo supondría crear las condiciones para revoluciones comunistas; el ejemplo lo tenían muy cercano: Cuba. En menos de cinco años, los países en torno al Mediterráneo pasan a convertirse en regímenes democráticos perfectamente tutelados por la CIA en donde los pujantes partidos comunistas, que habían sostenido durante años la lucha contra las dictaduras, son laminados por unos partidos socialistas, algunos de nuevo cuños y otros refundándose como verdaderas socialdemocracias. Esta es la realidad en donde se imbrica el Golpe de Estado del 25 de abril de 1974, organizado de una manera poco discreta por los capitanes de la guerra de África y que termina triunfando casi sin derrocamiento de sangre (solo seis muertos) por la resistencia pasiva de buena parte de los soldados y los habitantes de Lisboa. Una revolución que terminó en manos de generales provenientes de la Dictadura y que necesitó de otro golpe de Estado, el 25 de noviembre de 1975, para dejar todo perfectamente atado al gusto de Estados Unidos.
Leyendo el libro de Tereixa, si algo queda claro de la Revolución de los Claveles, es que la misma parece haber surgido de la imaginación sin límites de Gabriel García Márquez, que siete años antes había publicado Cien años de soledad. Una revolución que comenzó con una canción, Grândola Vila Morena, radiada en una radio de la Iglesia Católica y con el beneplácito del coronel censor a pesar de ser de un cantante opositor al régimen; que movilizó a unos reclutas que llevaban pocas semanas en el ejército (casi no sabían disparar) pero que se les atavió con los pertrechos de campaña para que no se apreciara su bisoñé; con un cabo encerrado dentro de un tanque para no disparar contra los sublevados; un capitán que cierra su coche con las llaves dentro que, para poder acceder al mismo en donde tiene su arma, pide ayuda al policía que custodiaba la estación de radio que iba a ocupar; con un plan de operaciones orquestado por un teniente coronel llamado Otelo, como si todo fuera un drama de Shakespeare; una revolución que permite al dictador depuesto, Marcelo Caetano, señalar a sus sucesor, Antonio de Spínola; y para guinda, una dictadura con dos dictadores coetáneos: Salazar, quien con 79 años es depuesto ante las consecuencias de un fuerte traumatismo craneal aunque al sobrevivir a la operación, nadie le dice que ha sido sustituido por Marcelo Caetano, manteniendo sus ministros la farsa de que seguía gobernando hasta su muerte en julio de 1970, casi dos años después. Una revolución que si en vez de haber ocurrido en Lisboa hubiera tenido lugar en Macondo, hubiéramos pensado que era pura fantasía del realismo mágico. Y sin embargo tuvo lugar y ha determinado los últimos cincuenta años de Portugal y su pueblo.