Círculo de Bellas Artes (Madrid) del 05 de diciembre 2024 al 05 de mayo 2025
Estamos ante una exposición simple en su estructura en donde se aborda la relación entre la estética de Max Ernst y sus vínculos con el cine. Con un recorrido lineal, va desgranando el contexto histórico y cultural en donde el artista va desarrollando su arte. Así, la exposición comienza con Oedipus Rex (1923) y concluye con La ballade du soldat (1972) su última obra, realizada unos pocos años antes de su fallecimiento.
Cuadros, diseños gráficos, documentales y las propias películas en donde colaboró directa o indirectamente Max Ernst cubrirán las paredes de la sala de exposiciones del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
El cine, su desarrollo como disciplina artística, tiene una deuda perpetua con las Vanguardias europeas de entreguerras. El Expresionismo, el Dadaísmo o el Surrealismo se infiltraron en las películas que se hacían por esa época que pasaron de ser simple entretenimiento de barraca a adquirir el marchamo de Séptimo Arte. Ahí está El Gabinete del Doctor Caligari (1920) o Nosferatu (1922). entre otras muchas que surgen en ese periodo tan convulso que es la República Weimar.
Aunque nunca tuvo formación académica (como satíricamente recordará en su obra de 1964, Maximiliana ou l’exercice illégal de l’astronomie) Max Ernst supo trasladar las palabras de los dadaístas a formas plásticas empleando todos los recursos artísticos que encontraba a mano, desde el grabado a la pintura, así como la escultura o el propio cine, siempre yendo un paso por delante de los demás. Puso las bases del surrealismo a través de un manifiesto pictórico como fue el cuadro Au rendez-vous des amis (1922), dos años antes de que Breton publicara su Manifiesto del Surrealismo (1924) ilustrado, como no podía ser de otra manera, con un grabado de Max Ernst.
Un lector del alma humana como Max Ernst se convertirá en guía de ese cine que intentaba abrir el subconsciente, el interior de los seres humanos, a las pantallas de cine. No es de extrañar que el mismo Salvador Dalí tomara prestada la imagen más icónica de su Un perro andaluz (1929) de un grabado de Max, o que Buñuel en su Edad de Oro (1930) contara con el pintor Ernst y su mujer Marie-Berthe Aurenche como personajes destacados de su película, en la que la influencia del alemán está más que clara. Porque Max Ernst estaba fascinado por la imagen en movimiento (ya en 1921 había participado como figurante en la película de la Pathé, Los Tres Mosqueteros), hecho que se pone de manifiesto en dibujos suyos como L’aimant est proche sans dute o Leçon d’escriture automatique, ambas de 1923 y compuestas como un verdadero travelling fílmico para ser vistas de un lado al otro de manera secuencial. Cuando aborde proyectos más ambiciosos, sus novelas-collage La femme 100 tètes (1929) o Une semaine de Bonté (1933), los hará a partir de una concepción totalmente cinéfila en lo que podríamos considerar como verdaderos antecedentes surrealistas de las actuales novelas gráficas.
Sin embargo, habrá que esperar hasta 1947 para que Hans Richter filme Dreams that Money Can Buy, cuyo primer episodio, Desire, es dirigido y protagonizado por Max Ernst en el que recrea algunos grabados de su novela Bonté; en 1961 Jean Desvilles creará una nueva película a partir de los 182 grabados de este mismo libro. Su otra novela-collage, La femme 100 tètes, tendrá que esperar hasta 1967 para convertirse en una película experimental de manos de Eric Duvivier.
Este amor por el cine le llevará a participar en el certamen convocado por los productores del film The Private Affairs of Bel Ami (Abert Lewin, 1947) en el que diversos pintores, entre ellos Salvador Dalí o Leonora Carrington, deberán realizar una versión del tema de las tentaciones de San Antonio, leitmotiv de la película. Max Ernst ganará el concurso lo que le reportará un sustancioso premio en metálico. Pero aquí no acaba la relación de Max Ernst con el cine porque, además de ser el centro de diversos documentales sobre su obra, en donde participa activamente en las producciones, su faceta como escultor le llevará a diseñar varios galardones. Así, crea la obra La Tourangelle (1960) como premio para el Festival Internacional de Cortometrajes de la Ciudad de Tours (el último en recibir el galardón fue Roman Polanski en 1962 por su corto Ssaki) y para el Festival de Cortometrajes de la Alemania Occidental de la ciudad de Oberhausen la escultura Homme (1960) que se entregó hasta 1969, aunque en esta última ocasión se empleó una nueva versión diseñada por el propio artista.
Max Ernst, el pintor que nunca pisó una academia, marcó el arte del siglo XX de una manera indeleble como solo los grandes saben hacerlo, siempre fiel a su espíritu de explorador e innovador, lo que le llevó a transformar un juego infantil como era el frottage en una técnica reconocida por el mundo artístico. Porque así fue él, un artista que nunca quiso anquilosarse, con la mirada siempre dispuesta a otear el horizonte en busca de nuevas sendas.