Hace unos años, allá por 2006 pudimos hablar con Octavio García, uno de los presos que pasaron por la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura) durante la presentación de la novela de Miguel Ángel Sosa, Viaje al centro de la infamia, lo que fue un verdadero shock personal ya que sus palabras abrían la cerradura del olvido en que había quedado sumido esa ignominia que había sido ese agujero en donde el franquismo pretendía reeducar en los valores del nacionalcatolicismo a todos los que consideraba como “desviados”; tal había sido el proceso de “desmemoria”, que nadie conocía, y podemos afirmar que sigue entre las bambalinas del olvido, la existencia de tal prisión. Torturas, vejaciones, violaciones, palizas fueron palabras que salieron de su boca, lágrimas de sus ojos, y sonrisas en su cara al recordar la solidaridad entre los presos, al menos, entre algunos presos.
Esta novela es la base sobre la cual se ha levantado esta serie de Miguel del Arco, Noches de Tefía. Y como siempre, no busquemos un trasiego directo de la novela a la pantalla; son dos expresiones artísticas distintas, con sus propios lenguajes, que pueden decir lo mismo, pero no de la misma manera.
Atresmedia Televisión, ha tenido el buen criterio de estrenar la serie, los dos primeros capítulos, en cine, unos días antes de comenzar su proyección en su propia plataforma, lo que nos ha permitido conocer los mimbres sobre los cuales se van a construir el relato. En un juego constante de memoria, entrelaza dos líneas temporales, un presente frente a un recuerdo del pasado y un mundo de fantasía (¿se inspiraron los guionistas en La vida es bella de Roberto Benigni para esa trama escapista que envuelve toda la serie?), utilizando el color como hito, de tal manera que el recuerdo es en blanco y negro (muy buena fotografía contrastada que marca esa ventana al alma de los personajes que son sus ojos, en un blanco impoluto, frente a la oscuridad que les rodea) y la actualidad y la fantasía en color. Dos mundos que vienen al dedo a este tipo de series en donde prima una narrativa maniquea, de buenos y malos, marcados claramente desde un principio, con presos y carceleros que, metafóricamente, se traslada hasta la actualidad para el protagonista, en donde sigue siendo preso de otros, quienes deciden sobre su vida.
La serie destaca por el hecho de que los personajes hablen canario, un acento y vocabulario de las islas y no haber caído en el castellano neutro que tanto daño ha hecho en la producción cinematográfica hispana que ha cercenado la diversidad y la riqueza lingüística de este país. Y de nuevo, el vocabulario, el acento, sirve igualmente para marcar la diferencia entre presos (habla canaria) y carceleros (castellano de pura cepa) hasta el punto de que, en un momento dado, un carcelero que habla con mucho acento no es entendido por su mando, quien le obliga a hablar “español”. Ayuda el hecho de que el protagonista, el gran Jorge Perugorría, sea de origen cubano, lo que facilita su acercamiento al acento canario (ironías de la vida de un actor: toda la vida obligándose a perder su propio acento natal para poder abordar distintos papeles, ahora debe volver a sus orígenes y rescatar sus acentos, suavizándolo para ser creíble como canario). Nos tememos que, como ocurriera con Roma, la película de Alfonso Cuarón, mucha gente necesitará de subtítulos para llegar a comprender los diálogos, y ya no digamos tradiciones como la Fiesta de la Rama. ¿Cómo explicar la lógica que lleva a un personaje a arrancar una rama y ponerse a bailarla, jugándose su vida en un momento de enajenación mental huyendo del vil mundo en que se encuentra? Difícil de comprender para un no canario.
Todo lo dicho sobre el lenguaje canario, que es un gran acierto, contrasta con la decisión, nefasta, de no grabar en los terrenos originales de Fuerteventura. Sabemos que el cine es fantasía hecha luz, pero no hubiera costado nada haber grabado la serie en los terrenos originales, en Fuerteventura, con su paisaje desértico, sus caliches y su tierra quemada. Tal vez no se entienda desde fuera del Archipiélago, pero cada isla tiene su gama de colores propia, su riqueza cromática, por ello crea una sensación de artificialidad el haber empleado localizaciones de Tenerife para representar Fuerteventura y hace que pierda verosimilitud la serie hechos como utilizar el embarcadero de Playa Grande (Porís de Abona) o el situar la Colonia Penitenciaria cerca de la marea cuando en realidad se situaba en medio de la nada, en un páramo calcinado. Tampoco ayuda que la cantera, supuesta cantera de caliches, se ambiente en una colada de toba del Sur de Tenerife. Es cierto que no es un documental, pero la serie quiere documentar un hecho histórico; hubiera ayudado haber mantenido los paisajes originales.
Con lo visto hasta ahora, solo puedo decir que la serie es un interesante proyecto que, a pesar de sus claroscuros, tiene el valor de rescatar del olvido un pasado que parece que estamos empeñados en revivir con las políticas de la extrema derecha que vuelve a patologizar la diversidad de género, como si volviera el espíritu del nacionalcatolicismo que creó estos infiernos en vida.