sábado, abril 20, 2024

LO DE EUROVISIÓN 2023: Europhoria o Crónica de un triunfo anunciado. Por Javier Mérida

El pasado sábado 13 de mayo se celebró en la ciudad inglesa de Liverpool la Gran Final de la edición número 64 del Festival de la Canción de Eurovisión. Aquí podría acabarse esta crónica, pero ya que el certamen no había pisado suelo británico desde hacía 25 años, a causa de lo visto y lo oído, merecería la pena comentar lo más notable y también lo menos del que puede considerarse el evento musical más importante del año a nivel mundial; además, como redomado eurofán que es uno, a este humilde cronista le divierte enormemente compartir con ustedes sus impresiones al respecto.

Sí, ya sé que el título de esta crónica no reviste ningún misterio, pues estaba cantado, nunca mejor dicho, quién ocuparía el primer puesto de tan codiciado podio. Sin embargo, a pesar de la cobertura ofrecida por la BBC (Telebrexit) en el espectacular escenario montado en el M&S Bank Arena de la ciudad cuna de los Beatles fue de una elevada calidad, cosa a la que el ente británico nos tiene desde hace tiempo bien acostumbrados, lo cierto es que tanto derroche de alta tecnología y futurista diseño no anduvo aparejado con la esperada calidad de la mayoría de las propuestas musico-escénicas que las diferentes teles europeas (37 nomás) pusieron en liza en esta ocasión.


Si el año pasado quien les escribe destacó las bondades de gran parte de las actuaciones concurrentes en Turín, me temo que este año la cosa se va a quedar en un par de mijillas que rescatar. Aunque el Festival de este año resultase por lo general aburrido, previsible y anecdótico, creo que es justo dignificar el denodado esfuerzo de sus presentadores los cuales, contra todo pronóstico, tuvieron un papel mucho más activo y jovial lejos del acartonamiento habitual y forzada simpatía que suelen desplegar. De hecho, la BBC seleccionó para tal fin a tres reconocidas figuras con demostrada experiencia en el ámbito audiovisual y escénico: la actriz y cantante Hannah Waddingham, la polifacética presentadora Alesha Dixon, y al reconocido presentador Graham Norton. Junto a ellos, la cota ucraniana venía representada por la cantante de rock de aquel país Julia Sanina.

Liverpool fue la sede designada para acoger el evento este año debido al inicio de la invasión rusa del país ganador de la pasada edición, Ucrania, cuyos representantes, la Kalush Orchestra con el tema Stefania resultó vencedora en lo que pareció ser más bien cosa de la solidaridad del público que de la propuesta musical en sí. No siendo Stefania una canción sobresaliente (este año casi ninguna lo ha sido), provocó gran simpatía entre la audiencia del Eurofestival. Ya que el segundo clasificado (runner up, en el argot) fue Sam Ryder, en representación del Reino Unido con su pelazo rubio y mercúrica voz, cosechando inusitado éxito tras años de una abundante temporada en los infiernos eurovisivos, la EBU (y los euros) propiciaron que en nombre de Ucrania esta edición del certamen se celebrara en otro territorio de la zona EBU. No es extraño ni es la primera vez que ocurre algo así en la historia del Festival. Sirva como ejemplo la edición de 1980 que se celebró en La Haya (Países Bajos), ya que en esas fechas Israel conmemoraba a las víctimas del Holocausto nazi, habiendo sido la ganadora de 1979 en Jerusalén, precisamente.

Pero volvamos a Liverpool. 26 fueron los países clasificados este año para la Gran Final, entre ellos Reino Unido, España, Francia, Alemania e Italia, el denominado Big Five, ese miniclub de privilegiados que por ser los que más pasta ponen en la EBU, junto con el país ganador del año anterior se clasifican directamente sin pasar por semifinales, lo cual no se sabe muy bien hasta qué punto deja o no de ser un privilegio o una condena.


Austria tuvo el honor de abrir el Festival con las simpáticas jóvenes austríacas Teya & Salena quienes con su tema Who the Hell Is Edgar? animaron los primeros pasos del certamen. Su propuesta escénica, aprovechando las proyecciones en las pantallas que arropaban a cada representación, resultó bastante atractiva. Puede que el tema sonara un poco a típica canción modernita centroeuropea, y en cierto modo recordaba a la entrada noruega de 2022 en Turín (Italia), aquella de los lobos amarillos de Subwoolfer. Al final lograron con 120 puntos un discreto puesto 15 de 26.


Tras Austria, llegó Portugal con Ai, Coração!, una canción alegre, juguetona, con aires de cabaret y cierta sonoridad festiva propia de aquellas latitudes, defendida (más o menos) por su intérprete Mimicat, con mucho desparpajo y arrojo, con mucho rojo, muchos volantes y algún que otro desafine. El tema portugués se las prometía de algo que no quedó muy claro. Para la calidad a la que nos tenía acostumbrados Portugal en los últimos años, tras su triunfo en Kiev en 2017 con el gran Salvador Sobral, la verdad es que decepcionó bastante, no siendo en la opinión de quien escribe la mejor de la preselección de la RTP (la tele lusa). Tanto es así que se quedó en un puesto 23 con tan solo 59 puntos.

Suiza volvió a intentar la fórmula Gjon’s Tears de aquel Tout l’Univers (la canción que sonaba en lo de Rociíto) que tanto éxito obtuvo en Rotterdam en 2021, pero esta vez encarnada en un jovencísimo y bien suizo Remo Forrer, el cual, con su tesitura de voz de barítono en un cuerpo de cristal y angelical rostro trató sin pena ni gloria de situarse en aquellos mimbres con la canción Watergun, que sonaba canción ya escuchada en el Eurofestival. La única nota atractiva de Suiza, sólo la voz del muchacho, porque como canción, terminó por resultar bastante aburrida. La puesta en escena tal vez se pasó de sobria, quedando un tanto pobre. Obtuvo un puesto 20 con 92 puntos.

Lo de Polonia este año es que, sencillamente, no tiene nombre. Bueno sí, ella, la intérprete que la tele polaca envió a Liverpool, se llama Blanka (pero no Paloma), y la canción Solo dista océanos de tiempo y calidad de aquella maravilla titulada Sama (Sola) con la que Justyna Steczkowska nos deleitara por Polonia abriendo la edición de 1995 en Dublín. Comenzaba con Blanka el desfile de eurobarbies de este año. De hecho, la canción recordaba ligeramente a Barbie Girl del grupo danés Aqua, el revientapistas de baile de mediados tardíos de los 90. En fin, una canción insustancial, sin interés de ningún tipo y tan típica que con 93 puntos se situó en el puesto 19.

Fue la de Serbiauna canción muy extraña, con una puesta en escena algo cargante, en modo gamer. Con Samo mi se spava, interpretada en serbio, el joven Luke Black se las daba por momentos del mejor Pál Oskar (Islandia, 1997), acabando por convertirse en un trasunto treintañero de The Cure con una pizca de Placebo. En definitiva un rebotallo de dudosa originalidad bien confuso. De ahí su puesto 24 y sus exiguos 30 puntos.

La Zarra fue la encargada de representar a Francia con el tema Évidemment. Lo primero que llamaba la atención era la escenografía: ella sola subida en lo alto de un pedestal ataviada con un traje de corte larguísimo cuyos bajos desaparecían en qué momento que la hacía parecer una especie de Slenderwoman, descendiendo a medida que la canción avanzaba, casi como metáfora del puesto 16 al que finalmente llegó con 104 puntos. Tanto canción como interpretación tenían ese corte y atmósfera francesa habitual, aunque al final el resultado careciera de la fuerza y savoir-faire que hace que a menudo Francia destaque. Evidentemente resultó más pretenciosa de lo que en realidad era, no siendo una canción muy destacable.


La descarga de testosterona de esta edición vino de la mano del intérprete de Chipre (país que estuvo a punto de quebrar su legendaria racha de fracasos en el festival celebrado en Lisboa en 2018 con la archiconocida Fuego de Eleni Foureira). La tele chipriota presentó Break a Broken Heart, interpretada por el joven Andrew Lambrou, australiano él. La canción e interpretación digamos que fueron correctas, aunque respondía fielmente a esa fórmula con la que Duncan Laurence se alzara con el primer premio en Tel Aviv en la edición de 2019, con el tema Arcade. No obstante, Lambrou cantó muy bien, llegando a unas cotas vocales bien armadas, poniéndose en el papel de una suerte de guerrero del amor roto, entre llamaradas en escena y con un final arriba (no entiendo esa manía que algunos intérpretes tienen de agacharse para hacer agudos). En definitiva, que Lambrou se fue a la guerra (del amor), —qué dolor, qué dolor, qué pena—. Por ello obtuvo un puesto 12 con 126 puntos.

Tras Chipre le tocó el turno a Eaea, por España, interpretada por nuestra representante Blanca Paloma, una extraña bulería algo tecno-nana, que si bien ejecutó de manera impecable, careció del poderío esperable, cuyo listón puso bien alto Chanel el año pasado en Turín con SloMo. Un punto de corte que la alicantina (ilicitana para ser más precisos) no consiguió ni siquiera rozar, a pesar de partir como favorita en las apuestas previas a la celebración del Festival. Sobre muchos revoloteaba el fantasma de Remedios Amaya que hace cuarenta años nos proporcionó un sonoro CERO en Múnich con ¿Quién maneja mi barca?, aunque con los años se haya convertido en una canción de culto. Y es que ya sabemos que el flamenco, aunque sea una de nuestras más queridas y esenciales manifestaciones musicales, nunca ha tenido buena acogida en Eurovisión. Las expectativas eran altas, pero la Blanca Paloma tuvo que aterrizar con un maltrecho puesto 17 y 100 puntos. Fracaso, decepción y descalabro para las expectativas generadas.

Tras la publicidad de Moroccanoil, apareció ella, la grandiosa, la estratosférica, la ínclita Loreen por Suecia, que ya en Bakú 2012 reventara la tabla con su Euphoria catapultándola a la más gloriosa de las arcadias musicales europeas. Ganadora indiscutible de este festival, no por nada, sino porque desde que se supo que volvería a participar por la SVT (la tele de Sverige), la maquinaria del eurofanato comenzó a dar ya por vencedora a Tattoo, que parece, de algún modo, la cara B de Euphoria. Aun siendo una muy buena canción, producto de la excelente factoría sueca del pop y del eurofestivalismo, su fórmula triunfante resulta ya un poco cansina, la verdad. Aparte de la estética algo lobezniana y de la Nueva Momia, la puesta en escena era sobria, original, si nos ponemos, y un tanto opresiva con ella entre dos plataformas luminosas, desplegando su innegable y consabida potencia vocal e interpretativa. De hecho, se da la paradoja de que con este nuevo triunfo derroca a Irlanda de sus invictos 7 triunfos, consiguiendo así empatarla con el mejor palmarés de la larga historia del Festival. Además, como guiño, resulta que Loreen, al igual que Johnny Logan (Irlanda 1980 y 1987) han hecho pleno en el festival al proclamarse vencedores en las dos ocasiones que han participado como intérpretes. Sin embargo, Logan gana, pues en el festival celebrado en Malmö, en 1992, volvió a hacerse con el primer premio, esa vez como autor de la canción irlandesa Why me?, repitiendo fórmula compositiva con la intérprete Linda Martin, que supondría el encadenamiento hasta 1995 de consecutivos triunfos de Irlanda, regentando así hasta este año el parnaso eurovisivo. Con 583 puntos, sin sorpresas desde las primeras votaciones, y favorecida en gran parte por la particular geopolítica de Eurovisión, Loreen se llevará a Suecia el Festival por octava vez el año próximo, si a aquel del que no hablamos no le da por invadirla.


Albania, en su joven andadura por el festival, envió a una familia de cantantes de origen kosovar a defender Duje, canción de aires balcánicos, algo estereotipada, pero con gran carga emotiva y rítmica, y mucha etnicidad iliria; con papá, mamá y hermanos y hermanas en escena Albina, con uno de los atuendos más llamativos de la noche, a modo de heroína de tan exóticas tierras, tan sólo se quedaría en un puesto 22 y 76 puntos..


Marco Mengoni fue, otra vez, el encargado de recordarnos que en Italia la sombra de Ramazzotti es alargada. Hace 10 años, en Malmö, Mengoni participó por la RAI (la tele itálica) con el tema L’essenziale, donde conquistó un séptimo puesto. Este año, interpretando Due Vite se haría con el puesto 4, gracias a los 350 puntos obtenidos. Ciertamente, como L’essenziale, la canción es una hipermegaarchirrequetetípica balada italiana de esas que aburren muchísimo y que parece que no se va a acabar nunca aunque uno quiera que se acabe. Incomprensible ese cuarto puesto para un tema que no añade nada, pero niente di niente, a la andadura itálica por el eurofestival. Una pesadez.

La participación de Estonia, con Alika y el tema Bridges, tiene cierto interés por varias razones: en principio, porque es la primera vez que vemos que un piano toca solo en Eurovisión, lo cual suscita la amarga sospecha de pensar si los intérpretes pianistas que han pasado por el festival hasta el momento tocaban el piano realmente o era todo una burda farsa, una patraña. De hecho, en el transcurso de su interpretación, Alika se sienta a tocar el piano (bueno, entre comillas), alimentando aún más si cabe ese temor. La siguiente cosa interesante es que Estonia acudió con una balada también correcta, si bien nada espectacular, pero bien defendida, con gusto y elegancia, siendo de las escasas canciones de corte lento de esta edición del festival, lo que le valió un honroso puesto 8 con 168 puntos.

Tras el primer puesto de Loreen, Finlandia consiguió con Käärijä su mejor clasificación desde que ganara con los monstruosos Lordi y la celebrada Hard Rock Hallelujah en Atenas (2006), un merecidísimo segundo puesto con la bizarra y energética Cha Cha Cha, que como su título indica, hace alusión a ese conocido baile caribeño, pero traído al terreno del tecno-pop oscuro y algo bakalaero del finés. Además, punto a favor, la canción está interpretada en finlandés, lo cual no ocurría desde 2015, lo cual se agradece, aparte de darle una gran personalidad a la actuación, con icónico bailecito inquietante incluido, ataviado él con una chaquetilla verde fosforito de estética ciertamente punkarra, y remembranzas de la puesta en escena de aquel Everyway that I can de Sertab Erener (ganadora en Riga 2003 por Turquía), mediante el uso de ataduras, a lo bondage, con sus compañeros y compañeras de escena. Una verdadera y atrevida fiesta, la del finés que cosechó la no desdeñable cifra de 526 puntos, disputándole el triunfo a Loreen durante todo el proceso de votaciones.Otra interesante y original propuesta de este año vino por parte de la delegación checa. Una de mis pocas favoritas (junto con Finlandia, Australia, Bélgica y Croacia, de la que luego hablaré). Chequia acudió con el grupo Vesna, que es en realidad una banda folk, pero con tintes electrónicos, cuyo aprovechamiento de la escena y de la tecnología puesta a su disposición por la organización en Liverpool fue, a mi modo de ver, una de las más brillantes de la noche. Las 6 componentes del grupo, vestidas de rosa y larguísimas trenzas que les dieron mucho juego en la interpretación de My Sister’s Crown, desplegaron un dinámico y original juego escénico mediante una coreografía muy bien armada, arropando su reivindicación feminista ante la audiencia del M&S Arena. De este modo, gracias a su original y audaz propuesta no sólo musical sino intrepretativa se colocaron en un buen décimo puesto (tal vez merecieron más altura) con 129 puntos.Australia, país que desde que fue invitado en 2015 a participar en Viena ha sabido mantenerse ininterrumpidamente en la palestra eurofestivalera con una carrera jalonada de altibajos, pero siempre con más altos que bajos. Cabe decir que Australia es miembro de la EBU, y de hecho no sorprende cómo de en serio se toman sus participaciones en el Festival. Este año acudieron con la banda Voyager (con coche en escena incluido, a lo Sébastien Tellier por Francia, en Belgrado 2008) con un rock movidito y pegadizo titulado Promise. Hay que destacar el pelazo de su vocalista Daniel Estrin y su buen hacer en escena, con seguridad, solvencia y buena química con el resto de la banda, lo cual contribuyó a que dejaran un buen sabor de boca. Y es que los de Perth se colocaron en un puesto 9 con 151 puntos. Dignísimo papel de uno de los países poseedores de una gran industria musical generadora de gran presencia de nombres en el pop rock de las últimas décadas (INXS, Crowded House, John Farnham, Kylie Minogue…).

Gustaph, representante de Bélgica, interpretó un funk-pop muy agradable, pegadizo y bailable. Si bien en la semifinal su voz se comportó mejor que en la final, lo cierto es que el despliegue de buen rollo y su bien pensada puesta en escena (él con sombrero blanco y traje rosa), recordaba a aquellas canciones de Simply Red o Boy George, lo cual nos rescataba de otros engendros vistos y aún por ver que quedaban en la noche. Con el tema Because of you, en compañía de un excelente cuerpo de baile, consiguió un séptimo puesto con 182 puntos.

Brunette presentó por ArmeniaFuture Lover. Aunque el tema es un poco ya manido, la interpretación resultó muy interesante en escena, lo cual compensaba de algún modo cierta engañosa anodinez inicial, al marcarse en mitad del tema unos pasos de baile que no solo realzaban la belleza personal de su intérprete sino también su presencia y su carisma en escena. Aún con todo, se quedó en un puesto 14 con 122 puntos. En algún momento llegué a pensar que quizá fuera digna rival de Loreen, desde otro punto de vista, tal vez por la falta de pretensión y la aparente sencillez de la propuesta. Pero terminó algo desinflada. No obstante, su interpretación destiló honestidad y buen arte.

El moldavo Pasha Parfeni (una suerte de Nota de El Gran Lebovsky y algo de Macaco), presentó por su país, Moldavia, Soarele şi Luna, un tema reforzado por los aires étnicos habituales de por aquellos lares y cierto encanto ritual que, siendo muy pegadizo y agradable, no llegó a alcanzar más que un puesto 18 con 96 puntos.

Ucrania, los anfitriones por así decirlo, recurrieron al dúo Tvorchi y la canción Heart of Steel, con su llamativa propuesta electrónica que, dentro de cierta sobriedad, rezumaba elegancia en el escenario con un tema bien interpretado por el vocalista Jimoh Kehinde, de origen africano. La escenografía parecía inspirada en una suerte de distopía cibernética a lo Terminator. Es innegable el talento existente en Ucrania con respecto a la música que allí se hace. No por nada, son valedores de dos triunfos en el Eurofestival desde su debut en 2003, en Riga. No obstante, intuyo que su puesto 6 en la clasificación, pudo también venir apoyado por la ola de solidaridad que el mundo está volcando sobre el pueblo ucraniano, lo cual no desmerece, ni de lejos, las sorprendentes y originales propuestas que Ucrania ha aportado hasta el momento al certamen.

De Noruega no voy comentar nada porque estimo que no hay mucho que decir de Queen of Kings y Alessandra. Una canción bastante insulsa, de fórmula gastada, por antigua, reconocible, previsible y anodina que nada aporta al acervo eurovisivo del país escandinavo. Alessandra se coló en la Final de un modo incomprensible, lo mismo que Polonia, sumando en la resta y rellenando un hueco que debían haber ocupado otros temas como el de Países Bajos, que no pasó, o Irlanda, que aunque un poco típicos, tal vez hubieran aportado un poquito más de color y cierta variedad temática al certamen. Su inexplicable quinto puesto es tan problemático que ni siquiera se apareja con sus compañeros de tabla. En fin, cosas de Eurovisión. Definitivamente, no. Noruega, esta vez, regresó a una fórmula tan facilona como pelma.

Alemania. Como si Modern Talking hubiera pasado por el tamiz de Rammstein. Una canción heavy, es decir, pesada, muy al gusto germánico, granítica y no muy original. Audaz, tal vez, la estética de Lord of the Lost nos retrotrajo a los ya mencionados Lordi. En realidad el tema Blood & Glitter, parece más pensado para impactar escénicamente que en lo estrictamente musical, bastante común para quienes más o menos conocemos algo del metal gótico alemán. Nada sorprendente en realidad, salvo por el peculiar aspecto de su vocalista, Chris «The Lord» Harms. En su favor, hay que decir que tal vez sorprenda porque no es lo habitual para Alemania, proclive a enviar unas castañas de altos vuelos. Haciendo honor a su nombre, Lord of the Lost quedaron últimos en la clasificación.



Monika Lynkitė, la intérprete de Lituania, la cual no es nada novata en estas lides eurovisivas, está entre Naomi Watts y Patsy Kensit, aunque su tesitura vocal ensombrece de calle a esta última. No obstante, siendo Stay un tema bastante convencional, tiene cierto interés por el inesperado cambio que arma todo el estribillo, haciéndolo muy pegadizo, aunque débilmente recordable. Stayparece un espiritual que deriva en una especie de himno con cierta reminiscencia folk, pero algo enmascarado. Aun así, se situó en el puesto 11 con 127 puntos.

Noa Kirel, o la Elsa Pataky sionista, desplegó un culto al ego por Israel que provoca setimientos de insoportable antipatía. Unicorn, propuesta de lucimiento más bien físico que vocal, cosa que Israel sabe hacer muy bien (proverbial su excepcional sentido para armar eficaces coreografías en escena) es otro tema más de aspirante a ganadora; pero se queda ahí. A pesar del sumo aprovechamiento del escenario, Unicorn no deja de ser otro tema más, carente de personalidad, por mucho que Noa se empeñe en convencernos de que es “phenophenomenal”. Fenomenal sería que a la EBU no le dolieran prendas en vetar de un vez a Israel, como ha vetado a Rusia, por atentar sistemáticamente contra los derechos humanos del pueblo con el que convive y al que oprime desde hace ya muchas décadas, en vergonzante connivencia y puesta de perfil del resto del mundo. La ocurrencia unicórnica israelí fue premiada con un tercer puesto y 363 puntos. Inexplicable e insultante.


Los Joker Out, grupete de Eslovenia, con su rock pretendidamente indie Carpe Diem (¡oh!) si bien tienen a su favor que canten en su idioma, ofrecen al respetable otro tema típico que pareciera haberse gestado en el transcurso de una discusión sobre quién gastó el acondicionador de pelo, o quién se comió la mayonesa en el piso de estudiantes durante su Erasmus en Amsterdam. Otro tema prescindible, aunque agradable de oír, sin mayores aspiraciones.

Y en este punto he de detenerme porque lo que nadie se esperaba era la gran, inefable e irreverentísima astracanada de Let 3, el popular grupo croata que con el tema Mama ŠČ! produjo el mayor colapso visual y musical hasta la fecha en la historia del Festival, después de Verka Serduchka y su Lasha Tumbai, tema con el que Ucrania acarició el gran premio del Festival en 2007, celebrado en Helsinki. Sin embargo, lo de Croacia en Liverpool con respecto a aquella Ucrania supera con creces las expectativas de lo nunca visto sobre un escenario de Eurovisión. Sobre esta actuación debo destacar su potente delirio y huida hacia adelante, una orgiástica barrabasada, por su travesura irredenta y empedernida, por su absoluta falta de sentido del ridículo, llevado a extremos de sublime consagración del escándalo y lo burlesco, con descarnada parodia a niveles que persistirán en nuestras retinas eurofanáticas por el resto de los días que nos queden. Memorable por el castañazo que meten estos señores en pos del sentido del espectáculo grandioso que es y será el Festival de Eurovisión. Sin duda, un antes y un después. Insuperables los Let 3. No hay color. Grande, Croacia, este año. Muy grande. Llegaron, con todo, a un puesto 13 con 123 puntos. He de confesar que fantaseé con la cara que se le hubiera quedado a Loreen de haberse producido un milagroso sorpasso de los croatas en el último momento. Ella, indudablemente, les dio el zarpazo. Pero ahí queda la delirante propuesta de Let 3, haciendo historia.

Y finalmente, los anfitriones de facto: el Reino Unido con otra típica canción brit-poppydescafeinada, del montón; otra wannabe con la que volvieron a estamparse de boca en los infiernos de la tabla clasificatoria, quedando penúltimos (puesto 25) con tan sólo 24 puntos por I Wrote a Song, interpretada por Mae Muller. Y es que no aprenden. Con un rey recién coronado, que además no quiere serlo, no les da ya para más; ni siquiera para dignificar su poderosa industria musical. El vapuleo al que ha sido sometido el Reino Unido en los últimos años en el Festival ha hecho que decaiga en gran medida el sentido de la paciencia para el eurofanato que ni olvida ni perdona que un país con la presencia y carisma del Reino Unido se haya desdibujado o borrado por completo del Festival, bien por desinterés, bien por desidia, o puede que por una simple cuestión de arrogancia. No sé si el dichoso Brexit habrá generado un clima hostil hacia el Reino Unido, pero lo cierto es que ya desde 2003 no han rozado, salvo el año pasado, un atisbo de mero resurgimiento. I Wrote a Song, es un tema que no se verá resentido por ninguna forma de amnesia y que debería hacer reflexionar a los organizadores del festival sobre la impunidad musical con la que nos agredieron este año los miembros del Big Five.

En resumen, y para terminar esta crónica exhaustiva, este año ha sido notoria la bajísima calidad del Festival, y me temo que de seguir por estos derroteros, la cosa no irá a mejor en los próximos años. Espero equivocarme. Después de lo del sábado, salvo por el subidón necesario y crucial de Croacia (mi incuestionable favorita), mi ánimo con respecto al Festival es bastante derrotista. Pero el alma del eurofán es dúctil como una canción sueca, y el año próximo estaremos dando la batalla nuevamente para que esta pasión permanezca alimentando los rincones más horteras de nuestras almas impuras y anodinas existencias.

Javier Mérida.

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