jueves, diciembre 26, 2024

«Covadonga: la batalla que nunca fue», de José Luis Corral. Por Álex Ro


Penguin Random House, Barcelona, 2024

El catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza se asoma al abismo de intentar abordar uno de los mitos fundacionales de España como es el concepto de la Reconquista y su origen a partir de la Batalla de Covadonga.

Parafraseando la famosa metáfora, sobre Covadonga se han vertido más que ríos de tinta, océanos enteros durante las últimas centurias, siempre partiendo de un hecho que se consideraba indubitatibo: que tal enfrentamiento tuvo lugar. Y, sin embargo, no hay ninguna prueba que pueda demostrar que esta batalla entre cristianos y musulmanes ocurriera; es más, de uno de sus protagonistas, Pelayo, tampoco existe prueba documental alguna que certifique su existencia. Entonces, ¿por qué los historiadores medievalistas hasta hace muy pocos años han afirmado, y muchos siguen afirmándolo en la actualidad, que la Batalla de Covadonga tuvo lugar y que fue ganada por Pelayo? Seguramente porque tal suceso histórico ha permitido justificar la existencia de España y unos supuestos derechos dinásticos sobre los territorios que forman la Península Ibérica (incluida Portugal y Cataluña); porque Covadonga conjugaba perfectamente toda la ideología nacionalista centralista, españolista podríamos decir.

Para aclarar esta situación, Corral procede a desarrollar en su libro tres líneas argumentales: por un lado, estudiar la situación del Reino Visigodo hasta el año 711 d.n.e.; por otro lado, analizar qué ocurrió con la llegada de los musulmanes a la Península; y, en tercer lugar, cómo se interpretó este hecho tanto por los musulmanes como por los cristianos.

Reino Visigodo

El Reino Visigodo se encontraba marcado por las luchas internas por el control del trono pues, en ese tránsito de tribu germánica a reino, todavía no se habían establecido los mecanismos necesarios para asegurar la creación de una dinastía que asegurara el traspaso de la corona de manera pacífica. En cada ocasión que el rey moría o estaba en situación de debilidad militar, se desataba el enfrentamiento enconado entre facciones nobiliarias; este no fue un problema específico de la monarquía visigoda, sino que afectó a la mayoría de los reinos creados tras la desaparición del Imperio Romano como ejemplifica los problemas que tuvo Luis el Piadoso al llegar al poder y la guerra fratricida entre sus hijos para hacerse con la corona del Imperio Carolingio.

Desde finales del S.VII d.n.e., el Reino Visigodo estaba envuelto en una guerra civil despiadada en donde un dux menor (o un militar, como lo citan algunas crónicas), Don Rodrigo, lograría nombrarse rey. Cuando desembarcan los musulmanes en la Península (tradicionalmente, se ha sostenido que llamados por unas de las facciones para acabar con el reinado de Don Rodrigo), se comprende la facilidad con que son derrotados los ejércitos visigodos al ser el rey traicionado por una facción de sus nobles que prefirieron pactar con los islamistas.

Conquista Musulmana

En un siglo, los musulmanes habían logrado expandir su religión desde La Meca, en donde Mahoma comenzó a predicar su nueva creencia en el 611 d.n.e., hasta los confines occidentales del Mediterráneo. Aunque no desdeñaban el enfrentamiento militar, cuando tenían ocasión llegaban a capitulaciones con las élites locales lo que les permitía controlar más eficientemente los nuevos territorios y evitar el desgaste militar y económico que suponían las guerras. Este fue el método empleado en la Península en donde las élites locales de origen romano, que ya habían pactado con los visigodos, ahora pactaban con un nuevo poder, los musulmanes. Sin embargo, durante mucho tiempo, la historiografía hispana ha querido ver en la llegada de los musulmanes una especie de apocalipsis que arrasó con ciudades y pueblos, trayendo el caos y la destrucción. Nada de eso ocurrió si atendemos a las fuentes arqueológicas, que indican que en muchas localidades no se produjo esa destrucción defendida por los medievalistas sino, todo lo contrario, una continuidad de las comunidades, ahora bajo control musulmán.

Al-Ándalus no fue un paraíso, una arcadia como denota el continuo enfrentamiento entre árabes y bereberes por el control de los órganos de poder, que en más de una ocasión llevó a una verdadera guerra civil. Sin embargo, no fue el infierno que tanto gusta remarcar a la historiografía hispana más tradicionalista.

Crónicas musulmanas y cristianas

Las crónicas musulmanas sobre la conquista son bastante tardías, redactadas a partir del S. X y algunas en fechas tan lejanas como el S. XV. No son contemporáneas, por lo tanto, con los hechos narrados y, en muchos casos, están influidas por las crónicas redactadas por los cristianos, aunque interpretadas desde su propia perspectiva. En el caso de las crónicas cristianas contamos con algunos escritos tan tempranos como la Crónica Mozárabe, también conocida como Crónica del 754 por ser ese el año en que concluye su relato, aunque no será hasta el S. X cuando se generalice la redacción de narraciones sobre lo sucedido.

Pues bien, ni en unas ni en otras crónicas aparece la supuesta Batalla de Covadonga. Nada de nada. Tendremos que esperar hasta el S.X, 200 años después de los supuestos sucesos, para hallar la primera referencia a este enfrentamiento, en concreto en la Crónica de Alfonso III (en su doble versión, la Crónica Rotense y la Crónica Ovetense). ¿Por qué aparece en esta época tan lejana un hecho de tal trascendencia? Por una cuestión muy sencilla: es un intento del rey Alfonso III de fortalecer su corona y justificar su legitimidad sobre todos los territorios de la Península Ibérica. Así, se crea una genealogía que imbrica su persona con los antiguos reyes visigodos por medio de una supuesta continuidad dinástica a través de Pelayo (hay múltiples versiones del origen de Pelayo, pero será la Crónica de Alfonso III la que mantendrá su legitimidad como heredero del último rey visigodo). Para ello, se empleará el único documento “oficial” que nombra a Pelayo para justificar esta genealogía: el testamento de Alfonso II quien muriera en el 842. La historiografía hispana ha dado por bueno esta carta pues es la prueba incuestionable de esos derechos dinásticos de Alfonso III y, por lo tanto, la justificación de la existencia de la propia España. Sin embargo, muy a menudo se olvida de que este codicilio es una copia realizada, según los estudios paleográficos, posterior al S. IX y, por lo tanto, existen dudas sobre la veracidad de la información aportada por el mismo, muy posiblemente una manipulación en época de Alfonso III.

Covadonga. La batalla que nunca fue

A partir del ciclo de crónicas de Alfonso III se comienza a construir todo un castillo de naipes con interpretaciones intencionadas, manipulaciones, medias verdades o simple mentiras. Así, para intentar justificar el silencio de las fuentes antes del S. X, algunos historiadores modernos han llegado a afirmar, sin prueba alguna que sustente tal idea, que realmente lo que hace el redactor de la Crónica de Alfonso III es poner por escrito una narración que se había transmitido oralmente hasta ese momento y, por lo tanto, lo recogido en el texto es fiel transcripción de lo sucedido en Covadonga. Con este mismo método de análisis que solo podríamos denominar pura especulación imaginativa, se han lanzado a cavilar sobre la fecha de la batalla. Sin querer ser exhaustivos, acá va una lista de propuestas.

Menéndez Pidal.- Entre el 28 y el 30 de mayo del 722.

Arcadio del Castillo y David L. Lewis.- El año 718.

Lafuente Alcántara.- El año 721 o 726.

Roger Collins.- El año 730 o 734.

Juan Gil.- El año 735 o 737.

Luis García Moreno.- El año 735 o 737.

Amancio Isla.- El año 718, 734. 737 o 740 (hay que señalar que en esta última fecha se supone que Pelayo ya estaba muerto).

Y si la fecha de la batalla presenta un gran problema, no digamos nada de las cifras de contrincantes barajadas por los historiadores. Durante siglos, se utilizaron los números aportados en la Crónica de Alfonso III como fuente incuestionable. Así, en el texto se habla de unos 187 mil musulmanes muertos (124 mil en la propia batalla y el resto en su huida, cuando una avalancha sepultó a los restos del ejército islámico) que se enfrentaron a 30 cristianos, la cifra más empleada por los historiadores, aunque también se hable de 300 guerreros. La disparidad entre los contrincantes debería haber hecho saltar las alarmas entre los historiadores, pero se dieron por buenas a pesar de su claro carácter de fábula (si el enfrentamiento fue de 30 cristianos, eso supone que cada uno tuvo que matar 4.134 musulmanes, 414 si el ejército de Pelayo la constituían 300 guerreros. Este cálculo se ha realizado considerando que lucharon durante 24 horas seguidas; hagan las cuentas a ver a cuántos musulmanes tuvieron que matar por minuto).

Embuste tras embuste, se ha construido la historia de España. Hasta el punto de que García Noriega, un historiador “serio”, llega a afirmar en 2006 (repetido en 2008), sin atisbo de ruborizarse, que Pelayo, al ganar la Batalla de Covadonga lo hacía como “primer rey de Asturias y, por tanto, primer rey de España”. Esta es la historiografía que ha primado en España hasta la actualidad.

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