En los últimos meses he tenido el privilegio de participar en un proyecto de la documentalista Beatriz Chinea, apoyado por la Dirección General de Patrimonio Cultura, que ha dado una extraordinaria visibilidad a nuestras curanderas y curanderos. Más ellas que ellos, ya que las mujeres han dominado los oficios de la salud y los cuidados. Chinea plasmó parte de ese universo, de forma magistral, en su documental “Curanderas Canarias. Tradiciones de Sanación”, que fue estrenado en marzo de 2024,
coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer.
Desde entonces, el documental ha ido recogiendo reconocimientos en diferentes festivales internacionales, además de cosechar merecidos aplausos por toda Canarias. Muchos de esos aplausos los he podido compartir al formar parte de las proyecciones y mesas redondas que, desde finales de junio, se están desarrollando como parte del proyecto de Chinea. Y además de un lujo, esos encuentros se han convertido en escenarios reveladores sobre la situación actual de los oficios sanadores en las islas. Mi primera creencia errónea, refutada en estas concurridas reuniones, es que nuestro curanderismo era algo en extinción. La verdad es que, afortunadamente, no es así. Hay más curanderas y curanderos de los que uno, siendo optimista, llega a imaginar, y, además, el relevo generacional que garantizaría su continuidad, parece asegurado. Es cierto que inevitablemente, lo tradicional termina creando sinergias con creencias y prácticas foráneas, evolucionando conforme a los nuevos tiempos y necesidades. Seguramente nuestro curanderismo no fue algo estático, sino en constante evolución.
Un segundo error del que me han sacado estas mujeres y hombres que curaban sin cobrar, con la compensación del trueque cuando era factible, es que infravaloré la fuerza de los prejuicios. Durante mucho tiempo fueron profesiones respetadas, que daban alivió y consuelo ante la enfermedad y la adversidad. Después, vino eso que llamamos “progreso” y retrocedimos en valores y respeto, perdimos la memoria, y empezamos a olvidar lo mucho que hicieron cuando no había médicos, o dinero para pagarlos. Hoy, a muchas curanderas les cuesta hablar, contar sus vivencias, compartir su saber…en su momento aprendieron que
era mejor callar, silenciarse. Romper esa barrera para perpetuar lo que saben, es muy difícil. También por eso el trabajo de Beatriz Chinea tiene un valor incalculable. Refleja con respeto lo que hacen, sin juicios, y esas personas se han visto retratadas con precisión, como en un espejo. Lo agradecen, le hablan en privado…pero les sigue costando un mundo contárselo al objetivo de su cámara.
Por José Gregorio González
Artículo publicado en la edición 16 de la revista digital Culturamanía Magazine







