domingo, diciembre 22, 2024

Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco vistas

El 19 de septiembre se cumplen dos años de la erupción del volcán de La Palma e inauguramos en la Sala FujiFilm de Efti la exposición del proyecto fotográfico de Eduardo Nave “Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco visitas”. Cuando el volcán despertó Eduardo Nave se dirigió a La Palma para captar su erupción con el propósito de plasmar su comportamiento a lo largo de las 4 estaciones del año. Al igual que hizo en el siglo XIX el artista japonés Katsushita Hokusai.

El proyecto fotográfico Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco vistas, es una peregrinación al volcán y sus alrededores, un fujidō (o camino del Fuji) como se hacía en el Japón del período Edo en los siglos XVII y XVIII. Dicha peregrinación no se ha realizado sólo durante la erupción, si no también las tres estaciones siguientes del año. Documentar todas las fases del volcán y durante todas las estaciones del año como lo hizo Hokusai hace casi 200 años. Un proyecto sobre un volcán realizándolo a modo de ukiyo, que son unas estampas japonesas (literalmente son “pinturas del mundo flotante”), que hacen referencia a que el mundo es efímero, fugaz o transitorio, al igual que un volcán y la vida misma.

Eduardo en este trabajo dialoga a través de un año con la naturaleza, con el volcán, con la isla y con sus habitantes. Dialoga con la fragilidad y la fuerza de la tierra, dialoga con el desastre y la belleza. Y este diálogo  a través de la cámara escribe a imágenes el diario del volcán Tajogaite. El diario de un volcán que erupcionó en verano, que en otoño continuó su rugir, que en invierno se acalló y en primavera dejó fluir la vida. Es un diario de la isla de La Palma, de las consecuencias del desastre natural y de la reconstrucción de la vida de sus habitantes.

Todos sabemos que la naturaleza es ingobernable y muchas veces voraz, quizá por eso dentro de aquello que nos sobrecoge existe una pulsión que nos hace mirar aún más lejos. ¿Puede contemplarse una tragedia que evidencia el latido mismo de la tierra? Eduardo Nave no es vulcanólogo ni explorador, pero bien podría serlo, porque cuando el volcán despertó, se dirigió a la isla de La Palma para captar no sólo los ochenta y cinco días en que estuvo activo, sino sus cuatro estaciones. Y lo hizo para descubrir, como hicieron los primeros exploradores y el propio Hokusai, qué es un volcán.

El monte Fuji en la historia del arte, es la montaña más representada, el trabajo artístico más universalmente conocido es Treinta y seis vistas del monte Fuji (嶽三十六景 Fugaku Sanjūrokkei) del artista japonés Katsushita Hokusai (1760–1849). Es una serie Ukiyo-e (浮世絵) compuesto de 36 xilografías, realizadas entre 1831 y 1833 que muestran el monte Fuji visto desde diversas perspectivas y bajo distintas estaciones del año y condiciones climáticas. Tuvo un éxito sin precedentes y este trabajo de Eduardo Nave le rinde homenaje.

Después de todo, ser fotógrafo consiste también en encontrar la perspectiva adecuada, el lugar desde el que el espectador pueda inventar la imagen verdadera, que siempre anida en los márgenes. Un trabajo como este, que está hecho a pie del suceso, necesita hilvanar algo más complejo que involucra tanto al paisaje como a quienes lo habitan.  A modo de ukiyo, que son unas estampas japonesas que hacen referencia al mundo efímero, fugaz y transitorio, se nos muestra como la intuición evidencia las distintas capas de significado que guardan las imágenes.

Un acontecimiento geológico como este es la certeza y tal vez la confirmación, de que más allá de la noticia hay una línea que nos conecta con el lugar donde vivimos. Una línea que nos invita a preguntarnos si no ha llegado el momento de establecer un diálogo que despierte un interés global, vinculado al sonido que guarda el interior de la Tierra. Continuamos siendo Naturaleza, nunca hemos dejado de serlo, pero la falta de comunicación con la misma es uno de los motivos principales de su deterioro a marchas forzadas.

Observar un volcán es hipnótico, monumental, portentoso, apoteósico, sublime y arrebatador, hoy y siempre. El ser humano siente algo ancestral al observar la esencia de la creación del planeta que habita. Un ejemplo clave son las bellas palabras de Sugawara en el libro Sarashina nikki (更 级 日记 Diario de Sarashina) escrito en el siglo XI: “La impresión de un volcán es tal que apenas parece cosa de este mundo. Desde la superficie aplanada de la cumbre se eleva el humo sin descanso y, al anochecer, se ven en la distancia las llamas”.

Fotografías de Eduardo Nave

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